Alfombras rojas, glamour y los contrastes de África
¿Esto es África? Sí, también. Las larguísimas alfombras rojas que tapizan calles y las aceras valladas solo para la gente que exhibe tarjetas plastificadas colgando del cuello son el paisaje habitual en ciertas ciudades de este continente tan lleno de contrastes. Por caso, Marrakech: la 'ciudad roja' se va convirtiendo en exótico (y erótico) centro de convenciones, festivales y cumbres.
Por fortuna, en Marrakech, la disociación de la que hablamos acaba en la plaza de Djemaa el Fna, entre cuentacuentos, serpientes que bailan, escribientes y acróbatas tan pobres como el artista del hambre de Franz Kafka. Ahí mismo -junto al monito disfrazado, el turista con sandalias en pleno invierno y el señor que escribe a pedido-, se disuelve fugazmente la distancia entre la vida cotidiana del lugar y las galas de los que pasan en vuelo rasante por los hoteles con balaustradas de mármol.
Jeremy Irons parece sorprendido, rodeado de marraquechíes en Djemaa el Fna, la plaza en la que se disuelve buena parte de la inmensa distancia que hay entre las gentes de la medina y los asistentes a las galas.
Hace dos semanas se celebró en la ciudad el Fórum Internacional de los Derechos Humanos y en estos días se juega el 'mundialito' de Fútbol. Pero esta semana le ha tocado el turno a la 14º edición del Festival International du Film de Marrakech, un evento muy francés al que el público local se va acostumbrando porque puede asistir tramitando un pase gratuito, acercándose a la sala Le Colisée de Guéliz o, simplemente, cruzando por Djemaa el Fna, al atardecer. En plena plaza hay una pantalla y se proyecta cine que suelen presentar los súperinvitados internacionales. Este año fueron Jeremy Irons y Viggo Mortensen los que respiraron el humo de la plaza, el vapor de los garbanzos y la menta (quizá también se dio una vuelta por ahí la presidenta del Jurado, la estupenda actriz Isabelle Huppert, a quien sí vimos en el Palacio de Congresos, cada día, haciendo los deberes de ver películas).
Es noche de invierno y la plaza de Djemaa El Fna sigue con el mismo cálido ritmo: bulle la vida con los músicos callejeros, las serpientes, los cuentacuentos y ahora también la pantalla, en conexión directa con el glamouroso Festival Internacional de Cine.
En la competencia oficial, un solo filme marroquí (La orchestre des aveugles -'La orquesta de los ciegos'- de Mohamed Mouftakir) se erige en portavoz del lugar. Lo demás podría transcurrir en la Costa Azul o a orillas del Cantábrico, aunque estemos a las puertas del Sahara. Salvo cuando se apagan las luces del Colisée y los grupos de adolescentes que van al cine a divertirse -pase lo que pase en la pantalla- comienzan a hacer bromas a viva voz desde el palco o a reír a carcajadas cuando en una escena un hombre roza a una mujer y ellos adivinan alguna intención erótica, o siquiera romántica. Entonces estamos en Marruecos. Y volvemos a pensar en aquello de la educación sentimental.
Los que casi nunca provocan risitas nerviosas son los recatados planos de la mayoría de las películas que se filman en las regiones del mundo donde se profesa el Islam, justamente para no generar incomodidad alguna en los espectadores o "incitar" a las autoridades que dan los permisos de proyección.
Djemaa el Fna.
Sorprende que cinéfilos y espectadores de buen arte consientan secuencias de cine despojadas de verosimilitud por el puro afán de no incomodar a nadie. Es fácil suponer que, en contextos religiosos, los directores intentan evitar controversias, o desatar barullo en el cine, o alimentar prohibiciones. Aunque resulta difícil, como espectador, no sentirse "fuera" de la trama si algo resulta demasiado artificial en pos del "decoro".
Cuando el público occidental vea la bella película Nabat del director azerbaiyano Elchin Musaoglu (en competencia en Marrakech), lo más probable es que sienta cierta molestia con las sombras contra la pared de una mujer que se ducha vestida y con velo. Y, sin embargo, los críticos locales ya se han habituado a hacer la vista gorda a semejantes dislates. Sea porque quieren concentrarse en la belleza del filme que narra la guerra en el fuera de plano de una mujer fuerte que sostiene la rutina como último recurso de supervivencia, sea porque piensan que los cambios estéticos no pueden hacerse de golpe (y que mejor ir poco a poco, y poner primero en pantalla la silueta en un traje estrecho para avanzar hacia la desnudez y la verdad, paulatinamente), lo cierto es que hay indulgencia con las exigencias del guión del recato en el espacio público (solo para lo relacionado con el erotismo y el sexo, claro).
Tráiler de 'Nabat' (Azerbaiyán, 2014) de Elchin Musaoglu.
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