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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Moses, en las cloacas del Estado

Por Miguel Angel Calderón, responsable de Comunicación de Amnistía Internacional España

En los últimos años, Amnistía Internacional ha denunciado torturas y otras formas de malos tratos en al menos 141 países, y se ha visto obligada a poner en marcha una nueva campaña global contra esta práctica, 40 años después de lanzar la primera. Hoy, Día de los Derechos Humanos y 30 aniversario de la Convención contra la Tortura de Naciones Unidas, me pregunto: ¿Ha fracasado la Convención?

No ha fracasado. Aunque sólo sea porque se utilizó con éxito para procesar a un ex jefe de Estado como Augusto Pinochet, sospechoso de haber ordenado o cometido tortura, y esto ha tenido un enorme impacto. Los miles de testimonios de tortura que surgieron de Chile inspiraron la creación de la Convención. Irónicamente, un cuarto de siglo más tarde, el propio Pinochet cayó en sus redes.

Pero el impacto del tratado va más allá. Según Nigel Rodley, abogado británico y ex asesor jurídico de Amnistía Internacional, “la Convención significa que existe un nuevo cauce para la justicia, que los líderes mundiales responsables de tortura se lo piensan dos veces antes de viajar a un país donde pueden ser arrestados (...), y eso es muy positivo”.

Hay que reconocer que la Convención se enfrenta a un reto fenomenal: acabar con una práctica extremadamente difícil de erradicar, que ocurre en las cloacas del Estado, allí donde nadie puede verla, y que gente poderosa oculta deliberadamente. La historia de Moses Akatugba, en Nigeria, es un buen ejemplo.

En 2005, Moses es detenido con 16 años como sospechoso de un atraco a mano armada que afirma no haber cometido. Tres meses bajo custodia policial. Sólo confesó, asegura, tras haber sido brutalmente torturado. En 2006 se ordenó su ingreso en prisión, tras lo cual compareció ante un tribunal que lo acusó de ese mismo delito. En 2013, con 24 años de edad y tras ¡ocho años! en prisión en espera de juicio, fue condenado a muerte en base a la declaración llena de contradicciones de un testigo, Akpor Mazino, y a dos declaraciones de confesión que, según afirma, escribió la misma policía y él firmó bajo coacción. Los agentes que investigaron el caso y presuntamente responsables de los actos de tortura nunca comparecieron ante la Justicia.

Es difícil concebir que alguien torture deliberadamente a un menor. Con Moses ocurrió. Dijo que en el momento de la detención, los agentes le dispararon en la mano y le golpearon en la cabeza y la espalda, y después lo torturaron en la comisaría. Afirmó que durante los interrogatorios le mostraron el cadáver de un desconocido y le pidieron que lo identificara. Como no pudo, le pegaron y luego lo trasladaron a la comisaría de Epkan, en el estado de Delta, donde lo golpearon brutalmente con machetes y porras. También lo tuvieron atado y colgado varias horas en la sala de interrogatorios, le arrancaron las uñas de las manos y de los pies con unos alicates y le obligaron a firmar las dos declaraciones.

Moses Akatugba no tuvo nunca ocasión de recurrir ante la autoridad judicial por los presuntos actos de tortura a que fue sometido. Su abogado ha declarado que va a recurrir la sentencia ante el Tribunal de apelación. Mientras tanto, desde que ingresó en prisión en marzo de 2006, Moses sólo ve a su familia dos veces al mes.

Hoy, Día de los Derechos Humanos, alzamos la voz por el caso de Moses Akatugba, y también los de Chelsea Manning y Erkin Musaev, tres personas que han sufrido tortura. Porque muchas veces, la peor tortura para las víctimas es la indiferencia.

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