Regreso a las tinieblas
La absolución del expresidente Mubarak extingue en Egipto cualquier vestigio de democracia
Hace cuatro años que la llama de la primavera árabe prendió en numerosos países sojuzgados de Oriente Próximo y el norte de África. Egipto, el más importante entre ellos, acaba de poner el último clavo en el féretro de aquel espejismo, del que queda alguna esperanza solo en Túnez, al desestimar las acusaciones de asesinato contra el expresidente Hosni Mubarak y sus más estrechos colaboradores por la muerte de casi un millar de personas a manos de las fuerzas del régimen en el levantamiento popular de 2011. En su insulto final a la ciudadanía, los jueces también han rechazado acusaciones de corrupción contra Mubarak, de 86 años, y sus dos hijos.
El presidente Abdel Fatah al Sisi, general criado a la sombra de aquella eterna dictadura y hasta este mismo año jefe de la junta que derrocó al Gobierno de los Hermanos Musulmanes, descarta recurrir la sentencia del juicio más importante en la historia de su país. Egipto, ha dicho, debe mirar exclusivamente hacia adelante.
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La absolución de Mubarak cierra en Egipto un círculo siniestro que enlaza el final de una dictadura con el comienzo de otra de rasgos más despiadados, tras el imposible flirteo con la democracia de los Hermanos Musulmanes. Bajo la batuta del presidente Sisi, ahora en disfraz civil y objeto de un culto a la personalidad sin precedentes, los militares protagonizan desde 2013 una represión feroz contra los islamistas, a la que no escapan los sectores liberales. Los generales también se han ocupado, tras su golpe contra Morsi, de aumentar su control sobre la economía y blindar constitucionalmente sus privilegios y su inmunidad.
Una de las características de este regreso a la tiranía es la connivencia con un sistema judicial más que nunca correa de transmisión del poder castrense, del que Sisi acaba de ponderar su “limpieza, integridad, imparcialidad y competencia”. La libertad para Mubarak ha sido decidida por unos tribunales que en año y medio han convalidado centenares de sentencias de muerte contra supuestos islamistas (188 en la semana acabada), en juicios celebrados con la cadencia de una cadena de montaje y sin la menor garantía jurídica. Son los mismos jueces que después de tres años de investigación no han encontrado, en los más de 1.200 folios que acompañan su veredicto, ninguna relación entre Mubarak y los casi mil muertos de aquel ya remoto Egipto de febrero de 2011.
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