Me niego a llamarlo tragedia
Lo que ocurrió el pasado domingo cerca del Vicente Calderón fue un hecho deplorable, un suceso infausto, una calamidad, pero me niego a llamarlo tragedia. Me niego a llamar tragedia a la muerte de un hombre que voluntariamente se había citado junto a 200 energúmenos para reventarse la crisma en defensa de un escudo. Me niego. Y soy plenamente consciente de que mi opinión va a levantar ampollas.
Es cierto que su familia y amigos no tienen la culpa, y que son ellos quienes tendrán que soportar la carga de su pérdida, pero Francisco Javier Romero acudió a una cita cuyo desenlace estaba escrito, con letras mayúsculas y fluorescentes, en el capítulo de lo probable.
Quizá estoy siendo duro con mis palabras, lo sé, pero alguien tiene que enfundarse el traje de abogado del diablo y decir lo que la mayoría acallará bajo su sombrero de corrección política. Francisco Javier sabía que ese domingo de noviembre, a las nueve de la mañana, iba a correr sangre cerca del Vicente Calderón. Lo sabía, y por eso, justamente por eso, acudió puntual a la cita.— Lluís Cortés Frau.
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