La vida secreta de las revistas de moda
Las profesionales del mundo de la moda se convierten en las nuevas estrellas del sector: su día a día arrasa en la Red
Revistas de moda: la cuestión ya no es quién las lee, sino quiénes las hacen. Qué llevan puesto, qué bolsos cargan y qué tacones calzan. Con qué se desayunan, con quién se reúnen a mediodía y adónde van a comer, si es que comen. Qué salones frecuentan y a qué fiestas les invitan. Y, de paso, cómo trabajan (sin ironías). La vida secreta de las publicaciones de (y con más) estilo del planeta por fin revelada a los ojos del común de los mortales a través de sus artífices. Una fantasía de glamour laboral para tiempos de Expedientes de Regulación de Empleo en uno de los sectores, el editorial, más castigados por la última recesión, servida en bandeja mediática. Es lo único que le faltaba por vender a la industria de la moda: a sus propios voceras.
El canal BBC 2 estrenaba a principios de la semana pasada en prime time la serie Posh People: Inside Tatler (Gente pija: dentro de Tatler), una suerte de docureality en tres capítulos que sigue los dimes y diretes de la redacción del glossy británico más venerable. Con 300 años de historia y archivos impagables (se fundó en 1709), Tatler pasa por ser la biblia del estilo de vida de los nobles y poderosos. Sus periodistas, claro, semejan estar a la altura de tamañas circunstancias, empezando por su directora, Kate Reardon, una sloane confesa de pura cepa (el término, que ya fuera aplicado a Diana de Gales, refiere popularmente a la gente de bien del área londinense de Chelsea del mismo nombre) a la que se puede ver en acción comandando a un equipo joven y apuesto, espía privilegiado en el universo del lujo. La gracia del primer episodio parece residir precisamente en contemplar al novato de la redacción, Matthew Bell, desenvolviéndose en un ambiente ajeno a sus orígenes pequeñoburgueses: ajustando la agenda para cubrir los saraos sociales del mes, programando una sesión con un lord escocés en su castillo del siglo XIII o siguiendo a un multimillonario africano que ya no sabe ni cuántos coches posee. En este Downton Abbey del periodismo de lifestyle, en el que figura una editora de nombre Sophia Money-Coutts de la que se especifica que “es una persona real, no un personaje ficticio” y donde la elección errónea de una chaqueta de tweed para lucir un martes por la tarde supone una “tragedia épica”, los que en realidad imponen estilo son aquellos que generan los contenidos que deberían seducir a sus lectores/consumidores. Agentes inspiradores, los llaman. En el argot del ramo, influencers.
Es lo único que le faltaba por vender a la industria del lujo: sus voceras
Fue profetizado: las estilistas son las nuevas modelos; las editoras, las nuevas it girls, y las directoras de las revistas, las nuevas estrellas del rock’n’roll. De ahí el (presunto) interés en saber de sus ocupaciones y cómo se opera en un entorno laboral que, desde El diablo viste de Prada (2006), se percibe como sofisticado campo de batalla minado de fabulosos cohechos, viajes a todo trapo, fiestas y celebridad. Basado en el más crudo best seller homónimo y semiautobiográfico de Lauren Weisberger (seis meses en las lista de los libros más vendidos de The New York Times, en 2003), el filme sentó cátedra con su descripción de la jefa fría y tiránica de manual, la asistente ingenua y la resabiada –lo que vendrían siendo unas secretarias de dirección, puesto “por el que un millón de chicas estaría dispuesto a matar”, según se recalcaba-, el estilista gay, el editor al que solo le interesan los números y las intrigas palaciegas. Era más o menos ficción, pero cuando en 2009 se estrenó The September Issue, la historia real sobre cómo se prepara el número más importante del año –al menos en términos publicitarios- de la revista más importante del sector, la edición estadounidense de Vogue, todo pareció cobrar sentido gracias a la mirada de outsider de R.J. Cutler, el cineasta detrás de los documentales The War Room y The World According to Dick Cheney. Una visión menos complaciente que la mostrada por documentales posteriores como In Vogue: The Editor’s Eye (2012), producción de HBO a mayor gloria de las últimas editoras de moda de la cabecera insignia del grupo Condé Nast, o el más reciente Mademoiselle C (2013), hagiografía de Carine Roitfeld perpetrada por Fabien Constant que pretendía mostrar el nacimiento de CR Fashion Book, la nueva criatura editorial de la que fuera polémica directora del Vogue francés.
En realidad, el foco de atención sobre los artífices de la comunicación de moda siempre ha estado ahí desde los días de Carmel Snow y, en especial, Diana Vreeland en Harper’s Bazaar, pero las personalidades del negocio editorial que antes se celebraban como agitadoras culturales y motor de cambio, hoy se jalean como meros catálogos andantes, excelsas vendedoras en las pasarelas de la fotografía callejera (street style) y las redes sociales. “Cuando subo una foto [a Instagram] de un collar o un zapato, espero que mis seguidores lo vean… y lo quieran”, revela la estilista Anya Ziourova, directora de moda y consultora creativa en las ediciones rusas de Tatler y Allure, respectivamente. Como Giovanna Battaglia (W, L’Uomo Vogue), Anna dello Russo (Vogue Japón) o Katie Grand (Love), Ziourova ha logrado que sus quehaceres profesionales trasciendan a la masa consumidora haciendo público lo privado. Una estrategia comercial que hoy siguen la mayoría de las publicaciones del sector, sacando a la palestra a sus trabajadores, aireando sus perfiles y cuentas sociales o haciéndoles protagonistas de sus secciones. Sucede, por ejemplo, en 73 Questions de Vogue, la popular serie videográfica en la que famosos de todo tipo y condición se someten a un tercer grado y en la que ya ha comparecido la mismísima Anna Wintour. Hasta sus actuales asistentes (alias las Emilys desde El diablo viste de Prada) están consiguiendo su minuto de gloria: con sus apellidos rimbombantes y auras de socialites, Rey-Hanna Vakili, Lily Stav Gildor y Lily Goldstein causan sensación en Instagram merced a sus glamourosas instantáneas: codeándose con Barack Obama, acudiendo a una reunión para preparar la gala del MET, probándose vestidos en las sesiones fotográficas… Se las puede seguir rastreando el hashtag #TeamAW. No tiene pérdida: lleva invariablemente hasta la revista en la que trabajan.
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