El Chocó colombiano, más allá del secuestro
Esta entrada ha sido escrita por Paola Bernal, responsable de comunicación de la Fundación porCausa.
Foto: Paola Bernal.
En los últimos días es más fácil explicar dónde se encuentra el lugar en el que estuve trabajando algo más de 14 meses: El Chocó; ese departamento Colombiano que parece que lucha por reivindicar su propia existencia, no sólo ante el mundo sino también ante sus propios compatriotas. Es más fácil porque, como siempre, en ese país que sufre un conflicto no sólo olvidado sino enquistado, ha sucedido un hecho noticioso, en este caso de envergadura internacional. Las FARC han secuestrado, por primera vez en más de 50 años de enfrentamientos, a un General de la República, lo que ha ocasionado la suspensión de los diálogos de paz que adelantan en la Habana esta guerrilla y el gobierno.
Esto ha puesto a Chocó en el mapa mental de muchas personas, algo que solamente suele ocurrir con acontecimientos de este tipo. En el mapa internacional, un ejemplo es la tristemente célebre matanza de Bojayá, una de las peores que se recuerde de este conflicto. Las FARC lanzaron una bombona de gas bomba a la Iglesia del pueblo, la única construcción de cemento, y en la que se refugiaban sus habitantes de un enfrentamiento entre la guerrilla y el ejército. El resultado fue la muerte de 119 personas, en su mayoría niños.
En el mapa nacional lo hizo hace unos meses, la muerte niños indígenas Emberá por desnutrición, niños que formaban parte de una comunidad que había vivido un proceso de retorno promovido por el Gobierno a su territorio después de estar desplazadas durante años en Bogotá.
Colombia es un país de extremos y contrastes. Prácticamente en el mismo lugar y tiempo es posible escuchar por una parte a funcionarios del gobierno señalar orgullosos que se trata un país de renta media, con un fuerte crecimiento económico que lo pone dentro del grupo líder en América Latina, mientras que por el otro, puedes escuchar al personal de UNICEF Colombia denunciando que los indicadores de la situación de la infancia en el Chocó son equiparables, no a los nacionales, sino a los de Haití, el país más pobre del continente, aquel que ocupa el puesto 168 de 187 en el índice de desarrollo humano mundial. Apreciaciones al margen, esto es lo que muestran algunos datos:
Si ampliamos el análisis a otros indicadores, como las muertes violentas (108 por cada 100.000 habitantes en 2013 en su capital Quibdó), las desapariciones forzadas (53 en Quibdó y Bajo Atrato en lo que llevamos de año, tal y como se denunció hace pocos días en la audiencia de la situación de la zona en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos) o desplazamiento forzado intraurbano, el panorama no es nada alentador.
Sin embargo, a pesar de todo ello, El Chocó es un departamento con un gran potencial: disfruta de costa en dos océanos, cuenta con una gran riqueza en biodiversidad, es una de las zonas donde se extrae más oro en el país, su población es mayoritariamente afro descendiente (82,1% frente al 10,6% nacional), es muy diversa étnica y culturalmente y se enorgullece de tener reconocidas por la UNESCO las fiestas de su patrono San Francisco de Asís (San Pacho para los amigos Quibdoseños), como patrimonio inmaterial de la humanidad.
Por aquello de lo que entonces pude ser testigo directo, en estos días cuando me dicen desde Quibdó que es posible ver pancartas en el rio Atrato, que dicen: “viaje tranquilo las FARC le acompañan”, o cuando leo en la prensa colombiana que los operativos militares de rescate del General Alzate y sus acompañantes están generando una crisis humanitaria, pienso en la gente del Chocó, en donde esa crisis humanitaria se traduce en que no pueden ir a sus parcelas a recoger el plátano para comer, o al río a pescar, o que deben dejar sus casas, desplazarse, por estar demasiado cerca del enfrentamiento armado. Pienso en personas como Uriel, trabajando como nadie y cuya aspiración es que su hijo viva un poco mejor; o en Fernanda, que con 12 años habla orgullosa de cómo es capaz de cuidar de tres niños de su familia más pequeños que ella; o de Bárbara, que cuando explica su trabajo con organizaciones sociales, lo hace desde la convicción que eso es la misión de su vida. Ellos viven en el Chocó y existen siempre, no solamente porque han secuestrado a un General en su departamento.
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