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Los elfos de carne y hueso de la Navidad española

Montan juguetes y luces. Cantan el gordo. Estas son las caras (humanas) que hacen posible que las fiestas sigan siendo mágicas

Patricia Peiró

Hace tiempo que los elfos colgaron las calzas a rayas rojas y el uniforme verde para camuflarse entre el común de los mortales y así fabricar la Navidad sin llamar la atención. Si odias el periodo que comienza en torno al 22 de diciembre (el 22 de noviembre para la maquinaria publicitaria) y acaba en la mañana de Reyes, seguramente evites a estos seres que endulzan, iluminan y ponen audio a estas fechas navideñas. Si eres del grupo que las vive como un niño, te cruzarás varias veces con ellos. Son los elfos de carne y hueso que nos meten la Navidad por los cinco sentidos.

Los niños de San Ildefonso: “La gente se pone muy feliz porque les ha tocado un premio…o algo así”

Una decena de diablillos calzados con pantuflas y vestidos con chándal ensaya en un pequeño escenario. Yaneiri, Mari Leisy y Zaira son las más dicharacheras en este joven grupo que el día 22 hará muy feliz a alguien. Son los niños de San Ildefonso que afinan su voz en el salón de actos vacío de su internado, en un rincón de La Latina, un decorado muy diferente al que se enfrentarán en unos días en el Teatro Real. El sonido de su voz aguda y cantarina repicará en los oídos del agraciado como la mejor sinfonía cuando la combinación que entonen coincida con el billete que tiene en su mano. Todos ellos anhelan cantar el Gordo. “Bah, no nos da mucho miedo”, asegura Yaneiri. “Ya, eso decís ahora, espera a que se acerque el día”, le advierte el educador del centro Vicente Ramos. Son pequeños, pero entienden la importancia de su trabajo ese día, más o menos: “La gente se pone muy feliz porque les ha tocado un premio…o algo así”, apunta Zaira. Mari Leisy vive una dicotomía con respecto a ese día: “¡No estoy nerviosa pero a la vez sí!”. A mediados de octubre comienzan a ensayar tres días a la semana en torno a un cuarto de hora y cuando se va acercando la fecha, las sesiones se reducen a dos aunque se alargan hasta la media hora “para endurecer el músculo”, señala Ramos apuntando a su cuello. Los pequeños de este internado llevan desde 1771 poniendo sonido a la Navidad.

El veterano juguetero: "La imaginación de un niño es incontrolable"

Bloomberg News /Landov /Cordon P /Cordon Press

Los juguetes nuevos desprenden un olor especial. Tal vez con los años se pierda el don para detectar este aroma, pero sus verdaderos usuarios, lo notan con claridad. Por eso se agitan en sus camas cuando sienten que los Reyes ya han depositado los paquetes bajo el árbol. Si hay una localidad española que huele a juguete para estrenar es Ibi (Alicante). Con algo más de 23.000 habitantes cuenta con una veintena de empresas dedicadas a este sector. “Llegó a haber más de 200, creo yo”. El que habla es José Vicente Juan, segunda generación de jugueteros de su familia, al frente junto con su hermano de Game Movil, fundada en 1978. Su sede se ubica en la calle Juguete. “La imaginación de un niño es incontrolable. Tú puedes darle una idea de cómo habría que utilizar un muñeco, pero al final, él hará lo que quiera según la historia que se cree en su cabeza”. Durante las fechas navideñas, el sector juguetero español concentra el 42% de las ventas de todo el año, según el informe de 2013 de la asociación profesional del sector. Ibi compone junto a Castalla, Onil, Tibi y Biar el conocido Valle del Juguete. Allí nació Famosa (las muñecas que se dirigen al portal) y Payá (los de los trenes de hojalata). “Como dice mi padre, moriremos jugando”, asevera el juguetero.

El instalador de la luces: “La escarcha que a las ocho de la mañana, no te la quiero ni contar”

PA Wire/Press Association Images / Cordon Press

Vestir una ciudad de Navidad era en la década de los 80 una profesión de riesgo. José Luis Lázaro lleva 30 años colocando al alumbrado navideño en Zaragoza, una de las pocas ciudades que ilumina hasta los cipreses del cementerio. Eso sí, con unas cifras contenidas. Este año su Ayuntamiento desembolsará 60.000 euros, nada comparable a los 450.000 euros de Barcelona y mucho menos al 1.715.000 euros de Madrid (7% más que en 2013). Decimos que era arriesgado porque él vivió la época en la que se amarraban las escaleras a las furgonetas para colocar las bombillas (“¡el mismo viento nos tiraba!”) y en la que echaban maderos a una lata para hacer fuego con el que calentarse las manos: “La escarcha que hay en Zaragoza a las ocho de la mañana, no te la quiero ni contar”, explica el técnico. Pero aun así nada puede frenar el empeño por iluminar la Navidad: “Es un trabajo que me encanta”. Los elfos también guardan sus secretillos. ¿Saben ese botón mágico que pulsa un alcalde para encender todas las bombillas a la vez? En esos inicios también tenía truco. Cada grupo de árboles tenía a un trabajador oculto entre sus ramas que le daban a otro interruptor simultáneamente.

La legendaria vendedora de décimos de lotería: "Cuando has dado tú el premio, lo sientes como si te hubiera tocado a ti misma"

La madrileña ganadora del Gordo el año pasado
La madrileña ganadora del Gordo el año pasadoPablo Blazquez Dominguez

El trajín de las fechas navideñas y el frío propio de estas fechas hacen que hasta los mejores elfos enfermen de vez en cuando. Es lo que le pasó a Puri, que lleva 28 años vendiendo décimos en una de las administraciones de lotería más antiguas de Madrid, La Pajarita. La fecha señalada que espera todo lotero, el día en el que da el Gordo, ella se encontraba con un gripazo en la cama. Fue en el año 1991. Pero se alegró igual por haber repartido la suerte. El establecimiento toma su nombre de Caramelos La Pajarita, la tienda vecina cuando se encontraba en Sol. Ahora se les puede encontrar en la calle Alcalá, 11, allí donde vean que se forma una cola en busca de suerte. Marina es aprendiz en el menester de contribuir a crear la Navidad, lleva 6 meses en la administración, pero ya tiene el espíritu: “Cuando has dado tú el premio, lo sientes como si te hubiera tocado a ti misma".

El repostero de referencia: "En Navidad, no tengo vida ni familia, pero es que el dulce siempre tiene que estar ahí, no puede faltar"

Sean Gallup (Getty)

La tercera generación de la familia Leal dirige la pastelería en la que se endulzaban Jacinto Benavente y Pío Baroja. De hecho, Julián hijo (padre del actual propietario) recibía más de una bronca por parte de su madre por jugar con la barba del primero. Antonio es el encargado del negocio y ha escuchado estas anécdotas de boca de los miembros de la familia en los más de 35 años que lleva tras el mostrador. La Antigua Pastelería El Pozo, negocio centenario de Madrid ubicado en la calle de mismo nombre, mantiene exactamente el mismo gusto y las mismas recetas de principios del siglo pasado. Gregorio Marañón y Jiménez Díaz también se enzarzaban en tertulias en un rinconcito del establecimiento mientras degustaban probablemente un mazapán, guirlache o la sopa de almendras que se puede seguir comprando hoy en día. Le cobrarán en la caja registradora de 1834 y pesarán sus adquisiciones en la balanza de la misma época, que reinan imponentes en la entrada de la tienda. “En Navidad, no tengo vida ni familia, pero es que el dulce siempre tiene que estar ahí, no puede faltar”, defiende Antonio. En épocas menos felices, en la Guerra Civil, todos los niños del área se refugiaban en su sótano para protegerse de las bombas. El propietario Julián Leal se quedaba en la parte de la pared entre el escaparate y la puerta. “Justo ahí”, señala Antonio, “y desde esa posición vio un obús caer justo en frente, menos mal que el muro es tan ancho”.

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Sobre la firma

Patricia Peiró
Redactora de la sección de Madrid, con el foco en los sucesos y los tribunales. Colabora en La Ventana de la Cadena Ser en una sección sobre crónica negra. Realizó el podcast ‘Igor el ruso: la huida de un asesino’ con Podium Podcast.

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