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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

El heredero africano de Rimbaud

Por Vanessa Escuer

▪ El 10 de noviembre de 1891 murió en Marsella el poeta más influyente del s.XIX

▪ Se cumple el aniversario de la muerte del enfant terrible de la poesía francesa

▪ A 123 años de su muerte siguen los enigmas sobre su vida privada y su legado

Los cánticos de las 82 mezquitas siguen escuchándose en la ciudad etíope de Harar. Seguramente impregnan las estrechas calles de esta localidad amurallada como lo hacían en 1880. Fue en diciembre de ese mismo año cuando el poeta francés Jean Arthur Rimbaud entró a Harar en busca de algo que ni siquiera él sabía.

Cansado de la ortodoxia y de la disciplina parisina, l’enfant terrible de la poesía francesa, abandonó la literatura a los veinte años. A partir de entonces, empieza su viaje recorriendo toda Europa, hasta emprender camino hacia África a finales del siglo XIX.

“Ya pueden iluminarse de noche las ciudades. Mi jornada ha concluido; dejo la Europa. El aire marino quemará mis pulmones; me tostarán los climas remotos. Nadar, aplastar la hierba, cazar, fumar sobre todo; beber licores fuertes como metal fundido --como hacían esos caros antepasados en torno de las hogueras.Regresaré con miembros de hierro, la piel oscura, los ojos furiosos: de acuerdo a mi máscara, me juzgarán de raza fuerte. Tendré oro: seré ocioso y brutal”

Lo escribía Rimbaud en Una Temporada en el Infierno a sus diecinueve años.

Su primer destino africano fue Egipto. Desde allí, recorrió los puertos del Mar Rojo y viajó hacia Adén, Yemen. La codicia le perseguía hasta que en 1885, ya establecido en Harar, inició una operación de tráfico de armas al servicio del rey Menelik II de Etiopía. Se asoció con un francés, de nombre Pierre Labatut, que durante los preparativos falleció debido a un cáncer.

Rimbaud decidió resolverlo solo y partió de Yibuti con destino a Ankober, la capital de Shewa (Etiopía). Ambicioso, fue al frente de una caravana compuesta por un intérprete y 34 camellos, que transportaban 2.000 fusiles reformados y 750.000 cartuchos. Ahí empezó su travesía de casi un año y medio por el desierto “siguiendo terribles caminos que recuerdan los horrores que se atribuyen a los paisajes lunares”, según describió a su familia en una carta de 1885. En su aventura de albergar riquezas y conocer nuevos mundos recorrió cientos de kilómetros atravesando una de las regiones más inhóspitas del planeta: el desierto de Afar, con temperaturas que superan los 50 grados. Después de afrontar mil peligros y constantes fatigas, la operación fracasó. Ganó muy poco dinero y sus sueños de fortuna en África se redujeron a su amarga frase:

“Es fácil ser millonario en África… ¡un millonario en pulgas!”.

Decepcionado y extenuado, continuó su vida en Harar. Sus días acontecían entre la comercialización de café y pieles, y la introspección de sus andaduras. Aprendió árabe y harari, la lengua local. Llevaba la vida que nunca antes llevó, estable y rutinaria, pero no hallaba lo que supuestamente había ido a encontrar.

“Me aburro mucho, siempre; nunca he conocido a nadie que se aburriera tanto como yo. Y, luego, ¿no es miserable esta existencia sin familia, sin ocupación intelectual, perdido entre negros cuya suerte querría uno mejorar, mientras ellos no se dedican más que a sacarle todo lo que pueden y a hacer que no haya manera de resolver ningún asunto a breve plazo? Obligado a farfullar en sus jergas, a comer sus sucias comidas, a padecer mil fastidios originados en su pereza, su traición, su estupidez. Y lo más triste no es eso, sino el temor a irse uno embruteciendo, por culpa del aislamiento y la lejanía de toda sociedad inteligente…” (carta a su familia desde Harar).

“Me aburro mucho, siempre; nunca he conocido a nadie que se aburriera tanto como yo. Y, luego, ¿no es miserable esta existencia sin familia, sin ocupación intelectual, perdido entre negros cuya suerte querría uno mejorar, mientras ellos no se dedican más que a sacarle todo lo que pueden y a hacer que no haya manera de resolver ningún asunto a breve plazo? Obligado a farfullar en sus jergas, a comer sus sucias comidas, a padecer mil fastidios originados en su pereza, su traición, su estupidez. Y lo más triste no es eso, sino el temor a irse uno embruteciendo, por culpa del aislamiento y la lejanía de toda sociedad inteligente…” (carta a su familia desde Harar).

Djami se convirtió en una de las pocas personas en la vida del poeta a quién recordaba y hablaba con afecto. Prueba de ello son sus palabras dirigidas a él desde Marsella, ya en su lecho de muerte en noviembre de 1891, y el testimonio de su hermana Isabelle, con quién el poeta habló largamente después de la amputación de una pierna que le acercaba a su fin. Según el biógrafo Enid Starkie, “incluso confundía el nombre de Djami con el de su propia hermana mientras hablaba con ella a pocas horas antes de fallecer”.

Uno de los últimos pensamientos de Rimbaud fue dejar a Djami su fortuna, unos 55.000 francos en moneda de hoy (8.400 euros), convirtiéndose así en el heredero del poeta más influyente del siglo XIX.

Así lo confirmó y comunicó por carta al cónsul francés en Adén su querida hermana:

“Con mucho afecto pidió que Djami fuera informado, como última orden y mandato de su patrón, que lo ha amado mucho, a hacer un uso bueno y sabio de este dinero; invirtiéndolo tal vez en alguna empresa honesta y prudente, pero que el dinero no sea un pretexto para la ociosidad y la intemperancia.”

A pesar de los esfuerzos por cumplir con el deseo de su hermano Rimbaud, jamás encontraron rastro de Djami para entregarle el dinero. Como si hubiera percibido la extinción de su adorado patrono, desapareció y nadie supo nada más de él. Se estima que murió durante la hambruna que azotó Etiopía entre 1889 y 1891 debido a la grave sequía y a raíz de la cual murió casi un tercio de la población. La escasez era prácticamente absoluta. Debilitados por el hambre, los habitantes fueron víctimas de posteriores epidemias devastadoras de paludismo, cólera, peste bubónica y disentería.

Muchos son los rumores que indican que Rimbaud mantenía una relación íntima con Djami. Aunque no hay rastros concretos para evidenciarlo, sí los hay de su relación homosexual con el escritor Paul Verlaine, un romance agitado para el que la sociedad de esa época no estaba preparada y que delata la posible orientación sexual de Rimbaud.

Fueran o no amantes con Djami, su sirviente fue su acompañante durante algunos viajes por El Cairo y Yemen. Compartieron siete largos años de confidencias entre paredes, compartiendo hogar durante un tiempo. Más allá de si fue una “relación carnal o simplemente afectiva, fue la más fuerte que jamás tuvo en Etiopía y en otras tierras”, apunta Alain Borer, biógrafo francés. “Rimbaud, por razones obvias, debió advertir de mantener una relación sexual con Djami, teniendo en cuenta que si la hubiese tenido con una mujer no hubiera sorprendido ni ofendido a otros europeos”, añade Borer.

Así pues, las correrías y la vida privada entorno a las andanzas etíopes del poeta maldito serán siempre una incógnita atrapada por las murallas de la antigua ciudad de Harar.

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