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Regreso al futuro que nunca llegó

Ni teletransporte, ni robots. Solo tomates orgánicos y bicis. El siglo XXI es un fraude. Futuroscope y otros parques ya no predicen lo que vendrá, prefieren jugar con lo que no fue

Miquel Echarri
Un robot sintoniza Carrusel Deportivo en la antena de su compañera en Futuroscope
Un robot sintoniza Carrusel Deportivo en la antena de su compañera en FuturoscopeLaif

"Supongo que es así como se concebía el futuro hace 30 años”, concede Philippe Jonvel, responsable de relaciones externas de Futuroscope. Un futuro encapsulado en este recinto de 60 hectáreas a 10 kilómetros de Poitiers, repleto de edificios de una extravagancia rotunda y algo agresiva, como la pirámide truncada ante la que estamos parados ahora mismo, obra del visionario arquitecto Denis Laming, que alberga tras su fachada metálica una de las pantallas de cine más grandes del mundo.

La Francia de mediados de los ochenta, la que concibió Futuroscope, aún no había perdido la fe en el futuro. Eso sí, lo imaginaba intenso, espectacular y grandilocuente, un poco a lo Isaac Asimov. No pudo prever que no se nutriría de robótica y exploración espacial hasta el último rincón del Cosmos, sino de nanotecnología, móviles inteligentes y conectividad instantánea y universal a través de redes sociales. Ellos pensaron en pantallas grandes, cuanto más, mejor. Espectáculo abrumador, hasta saturar los sentidos. Modernidad rampante. 3-D, 4-D, realidad virtual. Inmersión plena. “Ha pasado mucho tiempo, y ahora, más que proponer una reflexión sobre el futuro”, argumenta Jonvel, “lo que ofrecemos a nuestros visitantes es la oportunidad de experimentarlo en primera persona”.

Imagen del ambicioso proyecto Dubailand
Imagen del ambicioso proyecto DubailandGetty

Eso quiere ser Futuroscope. Un conjunto de experiencias. Emociones fuertes aptas para todos los públicos, a menudo relacionadas con franquicias audiovisuales de éxito y perfectamente adaptadas al ocio familiar. La oportunidad de experimentar el mundo subterráneo de Luc Besson subido a una vagoneta de estética retro-futurista, de que un duende cubierto de musgo te rocíe con sus estornudos, de que un gigantesco brazo hidráulico te haga bailar una vertiginosa danza aérea al ritmo de la música de Martin Solveig, de sobrevolar los Andes a bordo de una versión 3D en formato IMAX de Las alas del coraje (Jean Jacques-Annaud, 1995), de sumergirse en las profundidades en busca de monstruos marinos, de asomarse a la cocina molecular del restaurante Le Cristal y su arsenal de postres efervescentes que estallan en la boca, de dejarse arrastrar por la locura contagiosa de unos conejos humanizados, los célebres rabbids, que resultan aún más frenéticos en su versión 4D. Un total de 24 experiencias de intensidad y duración variable (muchas de ellas no superan los cinco minutos) y que en conjunto ofrecen más de cinco horas de diversión interactiva y con coartada futurista.

Con el mañana no se juega

Superada su pretensión inicial de postularse como observatorio de un futuro que hoy ya es presente y, en cierto sentido, pasado, a Futuroscope le va hoy mejor que nunca. Tras dejar atrás un fuerte descenso en la asistencia que llevó a la privatización parcial a finales de los noventa, el parque temático del departamento de Vienne, en la región de Poitou-Charente, ha alcanzado cifras récord de visitantes en los últimos años. Con su media anual de 1.800.000 visitantes desde 2010, Futuroscope acumula ya más de 40 millones de visitas desde que abrió sus puertas en 1987. Cifras, en fin, a la altura de las expectativas del político local René Monory, uno de los principales impulsores de la idea. Monory se propuso dotar de un futuro económico plausible a Vienne, una comarca eminentemente agrícola que en los primeros ochenta padecía el éxodo rural y se asomaba a una profunda reconversión de resultado incierto. Hoy, Futuroscope, además de dar trabajo a más de 600 personas, atrae turismo familiar de un poder adquisitivo medio-alto y que no solo visita el parque, sino también localidades cercanas tan cargadas de historia y atractivo turístico como Angulema, La Rochelle, Cognac o la propia Poitiers. Según Jonvel, tienen una tasa de retorno muy alta, cercana al 60 %, debido en gran medida a que “cada año se reinvierte una décima parte de los ingresos en renovar al menos el 20% de las atracciones, de manera que las familias tienen incentivos para volver a visitarnos pasados dos o tres años, porque lo que van a encontrarse es una oferta de ocio en gran medida nueva”.

Render de lo que se supone que será Robot Land, en Corea del Sur
Render de lo que se supone que será Robot Land, en Corea del SurGetty

Una política de renovación paulatina que pasa, sobre todo, por los contenidos. Gran parte de la carcasa, edificios como la pirámide truncada y el resto de pabellones que proyectó Denis Laming cuando era un entusiasta de la ciencia ficción y las vanguardias arquitectónicas de apenas 34 años, permanece intacta. Testimonio de una generación que, hace casi tres décadas, asumió el riesgo de pecar de rabiosamente moderna e imaginarse el futuro.

Ya está pasando lo que va a pasar

La vieja Europa y Estados Unidos han tirado la toalla. Ahora mismo, los nuevos parques temáticos futuristas aferrados a la filosofía del más es más, del espectáculo abrumador y la exuberancia tecnológica, proliferan sobre todo en lugares como China, Corea del Sur, la Península Arábiga o el Asia Central pos-soviética. Ninguno tan apabullante como World of Joyland, inaugurado en primavera de 2011 en la ciudad china de Changzhou, cuya sección dedicada al videojuego Starcraft alberga la que tal vez sea la montaña rusa más pavorosa del planeta, un monstruo de 900 metros de largo que respira vértigo y futuro por todos sus poros. Los bólidos que surcan sus raíles alcanzan velocidades de 90 kilómetros por hora. Siguen en construcción el muy ambicioso Robot Land, de Incheon, Corea del Sur, y el que se viene anunciando desde hace una década como la madre de todos los parques temáticos futuristas, por dimensiones, por tecnología y por concepto: el complejo de ocio Dubailand de Dubái, centrado en gran medida en los superhéroes de la Marvel.

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Sobre la firma

Miquel Echarri
Periodista especializado en cultura, ocio y tendencias. Empezó a colaborar con EL PAÍS en 2004. Ha sido director de las revistas Primera Línea, Cinevisión y PC Juegos y jugadores y coordinador de la edición española de PORT Magazine. También es profesor de Historia del cine y análisis fílmico.

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