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Simeone, superstición y éxito

El Atlético halló en el técnico argentino el remedio a sus males. La afición le idolatra. Su receta es el sacrificio y el ya famosos "partido a partido". Maniático al máximo, se rodea de su gente a modo de amuleto

Jesús Ruiz Mantilla
Diego Simeone, durante un entranamiento en mayo.
Diego Simeone, durante un entranamiento en mayo.uly martín

Cuando usted trata de mandar un mensaje por el móvil su contacto suele decir: Disponible o Reunido o Hey There! I am using WhatsApp. Si se lo enviara al Cholo Simeone, en la pantalla se encontraría de bruces con su mantra: “El esfuerzo no se negocia”.

La fe, el método, el partido a partido, la cultura del sacrificio, sus hazañas comparables a la lucha de David contra Goliat, le están convirtiendo en un personaje ejemplar, en un icono de culto, en un fenómeno editorial con algunas biografías, aparte de varios títulos vinculados a él con la epopeya atlética como tema en los escaparates, aparte de en alguien fiable para vender productos publicitarios… En resumen, todo un modelo de solvencia a imitar en tiempos de naufragio.

Enemigo de exponerse más allá de las ruedas de prensa, Simeone ha consolidado su estrellato en Madrid. La ciudad que le sirviera de talismán cuando era jugador, donde siempre se sintió a gusto como alternativa al barrio de Palermo, en Buenos Aires, donde creció al abrigo de su madre, doña Nilda y de don Carlos, su padre, ha supuesto un antes y un después constante en su vida.

Fuera de los terrenos de juego, apenas guarda secretos. Aparte de su romance de esta temporada con la modelo argentina de 27 años Carla Pereyra (con quien ha compartido vacaciones en El Caribey visita al papa Francisco), entre fútbol, vídeos de partidos, sanedrines con su equipo técnico en la cafetería Bellini, de Majadahonda, sesiones de maratón en el gimnasio y salidas de compras para saciar su pulsión por la moda, Simeone es un hombre de costumbres sencillas.

No deja nada al azar consciente de su temor a las supersticiones en un obseso del horóscopo como es él. Lo ha contado alguna vez. La clave de perfección para todo un entrenador es que los partidos salgan según lo planeado. Y eso ocurre muy pocas veces. Casi nunca. Ahí radica la gracia del fútbol, por otra parte: en el efecto sorpresa, en esa chispa, en ese talento que desbarata de golpe los planes.

Pero a Cholo, si algo le define, es su obsesión por controlar hasta el más mínimo detalle. Ya era así en el campo, como jugador. En su papel de entrenador lo desarrolla al cuadrado. Cholo no soñó, esa es la diferencia, todo lo planificó. La llamada que le convirtió en entrenador del Atlético hace casi ya tres años, en diciembre de 2011, la tenía prevista. De ahí en adelante, los triunfos, lo que sería capaz de ganar, también. Eso sí, jornada a jornada, y, como él dice, “con la sensación de que en cualquier momento me pueden echar”.

Aunque no parece ser esa su preocupación ahora mismo. De ahí su felicidad al sentirse valorado, según su entorno, y, lo que es más extraño, consolidado en un puesto generalmente volátil, como es el banquillo de cualquier equipo. Los 10 millones de euros brutos presupuestados para el cuerpo técnico —que él debe repartir a su gente de confianza— le han hecho entrar dentro del club selecto de los 10 mejores pagados del mundo. Los nombres de Mono Burgos, el profe Ortega, Pablo Vercellone, Juan Vizcaino o Pepe Pasques, su encargado de medios, ya han pasado a la historia atlética como su guardia pretoriana intocable.

Simeone, con su novia Carla Pereyra, en la audiencia con el Papa.
Simeone, con su novia Carla Pereyra, en la audiencia con el Papa.

Con algunos de ellos ha compartido casa en una de las urbanizaciones preferidas de los futbolistas, La Finca, en Pozuelo, territorio favorito de varios jugadores contrincantes como Cristiano Ronaldo o Casillas, ahora su favorito del eterno rival, tras la marcha de su compatriota Di María.

Sus planes son seguir en Madrid tres o cuatro temporadas. Luego, está escrito y, en su caso, repetimos, planificado, que un día se sentará en el banquillo de la albiceleste. El mismo que hoy ocupa el Tata Martino y que arañó el triunfo frente a Alemania en la última final del Mundial en Brasil. De hecho fue el favorito para el relevo, pero, esa responsabilidad no entraba por ahora en los planes.

Mientras, en los espacios libres que le deja el fútbol, ocupa su tiempo pendiente de sus tres hijos —Giovanni, 19 años, Gianluca (16) y Giuliano (12), ahí resuenan sus antepasados genoveses—, aunque ellos vivan en Argentina, con su madre.

Simeone mantiene con Carolina Baldini, su primera mujer, una excelente relación. Comparten tiempo habitualmente y su separación ha sido más que amistosa. Emprendieron caminos separados por el deseo de ella de continuar con su carrera en Buenos Aires pero no hay triunfo que ella no celebre en Twitter clamando lo orgullosa que está de su expareja.

Cholo alterna en locales de la capital. Procura darle a los refrescos —no bebe alcohol más allá de un buen vino— en el Ten con Ten y evita toparse allí con los jugadores los días que libran. “Para no incomodarlos”, asegura un amigo. Fomenta las cenas con un núcleo duro de compañeros de su época, campeones como él del famoso doblete de 1996, en el que se juntan Kiko Narváez, Molina (el portero), Toni Muñoz, Solozábal y a veces Aguilera, que es el enólogo de cabecera y satisface su exigente paladar en ese campo, principalmente con vinos de Ribera del Duero.

“Es buen comedor y sobre todo, un hombre de sobremesas”, comenta Narváez. La mayoría en el restaurante Di María de la calle Félix Boix, por lo de siempre, porque cree que le da suerte. Ambos, añade el que fuera delantero del Atlético en su misma época, comparten según él un complejo de Peter Pan. No es difícil definirle como presumido, coqueto; el traje negro no lo perdona, como tampoco la presencia de ciertos amigos y familiares que le dan suerte en las citas cruciales.

Hombre de clanes, sabe forjar alianzas y escuchar. Filósofo del fútbol, bestia negra para sus contrincantes, respetado, admirado, floreciente, la madurez de Simeone, por llevar la contraria a Narváez en lo de Peter Pan, sus nuevos planes con un equipo para el que fue elegido para pisotear la maldición y conducirle a la gloria, auguran un ciclo de auténtica plenitud atlética y personal. Si no se tuercen las cábalas…

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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