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Tribuna
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Sit ei terra levis

No le importaba nada el dinero aunque nació con el talento de multiplicarlo

Tuvo la facultad de quitarse importancia, lo que le granjeó el cariño de sus allegados y la inicial tranquilidad de sus oponentes. Comprendía antes que nadie la relevancia, o falta de ella, de cualquier hecho o noticia, lo que, a mi juicio, revela una capacidad especial para relacionar ideas entre sí, una entre varias definiciones posibles de la inteligencia. De esta tenía para usar y regalar, como aprendieron algunos a quienes desorientó la facultad aludida al comienzo.

Podía estar en desacuerdo conmigo, o con otros, pero su oposición nunca era absoluta, ni eterna. Después de discutir, si no le correspondía la decisión apoyaba sin reservas el camino elegido por el responsable de tomarla. A esta cualidad iba unida una manga muy ancha con los pecados o errores de su gente y también, cosa esta muy rara, con los de gente ajena.

Puedo asegurar que nunca conocí a nadie que olvidara antes las afrentas. A menudo me pregunté si ello era consecuencia de su escaso aprecio por sus propias virtudes o del desprecio por los improperios ajenos.

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Siempre tenía prisa. Un colaborador suyo de los primeros días, que le veía salir del banco a la hora del almuerzo para regresar a las dos horas escasas después de haber jugado nueve hoyos de golf —trayecto a través de la bahía de Santander incluido— me dijo un día: “Tu hermano juega un golf de urgencia”. Tenía paciencia para todo menos para escuchar explicaciones superfluas, como sabían muy bien sus colaboradores.

Siempre tuvo claro cuáles eran sus obligaciones y cuáles sus devociones. A ambas fue fiel hasta el último día, como atestiguarán los que le trataron. No le importaba nada el dinero, aunque nació con el talento de multiplicarlo. Lo hubiera dado todo por la prosperidad del banco, de su ciudad y de su país.

Fue muy superior a nuestro padre (que no era manco) en perspicacia para los negocios y, aunque no ejerció de profeta, tenía, en la medida que es dable a los mortales, el don que Zeus concedió a Tiresias: leer el futuro. Los hados, por su parte, le han concedido otro inestimable: el de morir a tiempo, para dolor de los suyos pero con ventaja para él y, tal vez, de las devociones y obligaciones aludidas.

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