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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sánchez en Cataluña

El problema del PSOE es que el PSC, no tiene fácil reconversión para alcanzar la centralidad

Jorge M. Reverte

Es loable el esfuerzo del nuevo secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, para recomponer su partido y para restaurar el papel de los socialistas en la política del país. Desde luego, el primer paso era darse una vuelta por Cataluña. El primero y el que, probablemente, tenga menos resultados a corto y medio plazo.

Sánchez se reunió con Artur Mas. Y comprobó en persona que por ahí hay muy poco que rascar. Mas sigue galopando hacia el precipicio, encabezando una manifestación de las tropas de Esquerra y otros partidos y sindicatos catalanes que parecen haber perdido la razón, al menos temporalmente.

El PSC pide a gritos que le permitan ayudar a que las cosas vuelvan a ser como antes

El grave problema del PSOE es que su socio fraterno, el PSC, no tiene una fácil reconversión para alcanzar de nuevo eso que a los politólogos les gusta llamar la centralidad. Ya se han marchado los Ernest Maragall y compañía, más obsesionados por su catalanidad que por su socialismo. Pero años y años de jugar en el terreno del soberanismo azuzado por el genio de Zapatero y la maldad del otro Maragall, Pasqual, no son baldíos. Los esfuerzos de Miquel Iceta y Maurici Lucena en pro de alcanzar un estatus de españolidad con dosis suficientes de catalanismo no acaban de calar entre los clientes tradicionales del socialismo catalán, que andan buscando desesperados su identidad. Antes la encontraban en el discurso de clase; ahora, no hay forma de que aparezca en el maremágnum de los derechos a decidir y la España atrasada y arcaica que han conseguido construir entre todos los nacionalistas.

Los problemas catalanes, casi todos ellos artificiales si pensamos en términos de crisis económica europea y, por supuesto, española, no se van a resolver en fechas próximas. Se van a poner en punto de ebullición. La calle se va a llenar de gente encabronada, unos porque no van a poder ser independientes en un par de meses, y otros porque van a seguir viviendo en una tierra que la aparente mayoría les niega: extranjeros. La calle en Cataluña va a estar muy caliente, y se va a llenar de mensajes xenófobos a partir del próximo jueves y, mucho más, a partir de la frustración del 9 de noviembre (aún no lo ha usado Junqueras: 25 aniversario de la caída del muro de Berlín).

El previsible desastre de Convergencia, ya anunciado por todas partes, el auge de ERC, abocada a un discurso de independencia sin más contenido que la demagogia, no van a dejar mucho espacio para un PSC que pide a gritos que le permitan ayudar. ¿Ayudar a qué? Pues ayudar a que las cosas vuelvan a ser como antes. Algo que ya se antoja imposible.

En Cataluña solo se puede manejar una hipótesis razonable, que es la de unas elecciones anticipadas que no tengan un carácter plebiscitario. Eso solo conduciría a acentuar el conflicto civil, mucho más grave que el político.

Un panorama desagradable y, sobre todo, incierto. Pero mejor que el actual, que solo intuimos por las encuestas. ¿A qué jugaría, por ejemplo, Podemos en una nueva circunstancia? Sánchez lo tiene complicado porque salvar al PSC es una tarea hercúlea.

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