Robo y surrealismo en Mozambique
Autor invitado: Carlos García Portal (Charly Sinewan)
Entro al norte de Mozambique desde Zimbabue, evitando un conflicto que sigue vivo en el centro del país y que no es más que secuela de una guerra civil interminable. Se trata del país número setenta que visito y el veintiséis en África. Nunca antes había estado en un lugar en el que el robo y el engaño estuvieran tan arraigados a la cultura, ni tampoco donde mendigar fuera un hábito tan normal para muchas de sus gentes. Si tienes más que yo, aunque no lo necesite realmente, te pido que me lo des o intento quitártelo si nadie me ve hacerlo. ¿Pero por qué pasa esto aquí y no en otros lugares con carencias y necesidades similares?. No tengo la más remota idea, pero puedo asegurar que es así y que no es la percepción sesgada de un viajero que pasa deprisa. Cualquier occidental que vive en la zona lo confirma e incluso la propia gente local se protege de ello constantemente.
La primera mañana después del robo Herman Zapp se dirige a la comisaría de la Playa de Chocas. Poner una denuncia le lleva seis horas. La comisaría reside en un edificio de hormigón construido por los portugueses pero que hoy tiene un aspecto lamentable, roído por la dejadez y la mala gestión africana actual. Sobre una silla de plástico Herman espera pacientemente al comisario durante una hora. Finalmente aparece, vestido de paisano, con una camisa rajada por varios sitios y cara de sueño. Herman rellena un sinfín de formularios que terminan apilados junto a otros formularios que antes alguien rellenó sobre esa misma silla de plástico. Una piedra corona todo ellos, para evitar que la brisa marina que se cuela entre ventanas sin cristal y marcos sin puerta, los haga volar.
La playa de Chocas es hoy un pequeño paraíso aislado del mundo por una pista infernal y el miedo de los turistas tras los últimos enfrentamientos entre la guerrilla y el ejercito. En este pequeño rincón del mundo apenas pasa nada. Que un blanco esté poniendo una denuncia es motivo suficiente para que medio pueblo se movilice. Probablemente porque piensan que el blanco siempre llega con dólares frescos, quizá porque quieren luchar para que no haya robos y regresen los desaparecidos turistas, pero con casi toda seguridad también están allí porque es un excusa perfecta para salir de su rutina, de sus días iguales en los que no pasa nada. Sea por lo que sea, el pueblo se moviliza y a las horas aparece un sospechoso.
A Mentinho le vieron merodeando por la playa anoche, no es la primera vez que roba a turistas y a cierta hora de la tarde se confirma que ayer cruzó a Ilha de Mozambique en barca. Si ha robado el ordenador y quiere venderlo, allí ha de dirigirse. Además el capitán de la embarcación asegura que llevaba una bolsa de la que nunca se desprendía. Parece que tenemos sospechoso. El comisario de Chocas tiene que llamar a la comisaría de Ilha de Mozambique para que sus colegas lo detengan, pero no tiene saldo en el móvil, así que Herman tiene que comprar unos cupones para que la autoridad pueda cumplir con su deber.
Herman regresa agotado a la zona de acampada. Olvidamos el asunto hasta la mañana siguiente, cuando una llamada nos informa que han detenido al ladrón en Ilha de Mozambique. El proceso para poder recuperarlo resulta completamente surrealista; tenemos que acudir nosotros a la comisaría, sacar al preso de la cárcel con la ayuda de un policía de Chocas y una pequeña cuadrilla de voluntarios, y sonsacarle donde lo tiene escondido, si no lo ha vendido ya. Eso nos llevará dos días y dos viajes a la isla. El grado de lo absurdo llega a limites incomprensibles cuando la policía nos deja grabar todo lo que acontece el ultimo día, incluyendo el momento en el que debemos agradecer su buen trabajo con unos billetes. El robo y la corrupción están tan normalizados que a nadie parece importarle que una cámara enfoque descaradamente al comisario.
Es la primera vez que Herman y Candelaria Zapp pagan corrupción en catorce años de viaje. Si queríamos que la policía se movilizara no quedaba otra opción que sugerir que lo agradeceríamos. Por otro lado tenemos el aliciente de haber grabado todo, aunque al menos en mi caso no es siquiera con ánimo de denuncia. Viajando he aprendido a pensármelo dos veces antes de juzgar el comportamiento de otras personas u otras culturas. El funcionamiento de la justicia y la corrupción en Mozambique son lamentables bajo mi criterio, pero tampoco nosotros venimos de países que sean un gran ejemplo en ello.
Mozambique que lo cambien los mozambiqueños, si es que quieren. El viajero o el turista que pasa por aquí tiene que saber adaptarse a las reglas del juego, por surrealistas que parezcan.
Historia completa: www.sinewan.com/robo-en-mozambique/
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