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Tribuna
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El poder de crear opinión con una única foto

Hay medios de comunicación que ponen de moda una raza de perros

Pablo Salvador Coderch

Despiertos como casi ningún otro perro, los verán caminar, resignados a las tristes aceras de su ciudad, adonde llegaron hace menos de 10 años. Son border collies, una raza espléndida de perros pastores hechos por las gentes del campo y que requieren mucho ejercicio. Sin él, se vuelven neuróticos. Muchos de sus dueños urbanos lo saben bien y cumplen, admirables, sus deberes para con el más humanizado de los animales. Aunque, con frecuencia, constato cómo algunos amos son paseados por sus perros, enredados ambos por una misma correa.

Sabemos por qué abandonaron el campo y llegaron a nuestras ciudades: cuando, en marzo de 2008, la fotografía de un border collie apareció en la portada del National Geographic, esta raza prodigiosa se puso de moda instantánea y universalmente. La revista vende ocho millones de ejemplares en 39 lenguas.

La historia se repite. El pasado mes de junio vi con alguna aprensión cómo National Geographic volvía a destacar a otro can, esta vez a un condecorado malinois belga, en su portada y en un reportaje sobre perros soldados, entrenados a detectar explosivos enterrados (en la jerga militar, improvised explosive devices, IED). El malinois también es pastor, parecido al alemán, pero más esbelto, es muy inteligente y, sobre todo, no teme a nada ni a nadie, por lo cual necesita un amo absolutamente alfa. De lo contrario, las cosas pueden torcerse.

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Ambas anécdotas muestran la influencia infinita de un medio de información poderoso y cuya misión, bien definida desde su fundación, ha sido afinada constantemente, década tras década, a lo largo de 125 años de historia. Estos logros animan a la profesión periodística a hacer oír su voz en los mejores equipos posibles, como en una orquesta, en empresas editoriales gestionadas con visión a largo plazo. Y deberían animarla también a despreocuparse del vocerío disonante de quienes solo alcanzan a chillar, pero son incapaces de vertebrar sostenidamente opiniones bien fundadas en hechos contrastados. El buen periodismo tiene un gran futuro.

Los reguladores caen sobre perros y amos, sin distinguir entre educados y asilvestrados

La National Geographic Society, editora de la revista homónima, fue fundada en 1888 por el patriciado del muy exclusivo Cosmos Club de Washington —la familia política de Alexander Graham Bell, inventor del teléfono, que estuvo en la gestación del Geographic y continúan en su trust—. La sociedad mueve anualmente más 400 millones de dólares y tiene el envidiado poder de crear opinión con una foto. Presten siempre atención a las portadas del Geographic, a sus fotógrafos excepcionales y a la tipografía incomparable de sus textos.

Naturalmente, la revista no es perfecta. El Geographic conserva ese deje anglosajón rancio, filantrópico y distante, pátina de dinero viejo que sabe combinar la popularidad de Walt Disney con la distinción de Jane Goodall. Ejemplar, en todo caso.

Desde luego, el poder de unos pocos de popularizar algo siempre acaba por generar una cascada de problemas legales. Primero y, como ya he dicho, no todo el mundo sabe que los perros pastores exigen que se les haga trabajar, ni que manejar un malinois belga exige tener más carácter que el perro mismo. Estas enseñanzas no suelen prodigarse en las escuelas y, en todo caso, la cuarta parte de nuestro país nunca ha tenido suerte en ellas. No todo el mundo, pues, es consciente de que no se debe comprar compulsivamente un perro después de haber visto una fotografía suya y maravillosa.

Entonces llegan los reguladores, quienes caen inexorables sobre perros y amos, sin distinguir entre educados y asilvestrados. Algunos alcaldes reaccionan ante las disfunciones culturales con regulaciones tremendas, que obligan a atar los amos a sus perros, que promueven la castración sistemática de los animales domésticos o que tantean ya su erradicación futura de nuestras aceras, cada año más muertas.

Muchas de estas disposiciones son asfixiantes porque igualan por abajo, como si todo el mundo fuera memo, o porque reaccionan con prohibiciones y multas indiscriminadas ante la ladra de electores que identifican el campo con el polvo, a los animales con un peligro y a la vida misma con un foco de contagio. Pagan justos por pecadores, o, como se dice en la jerga insufrible de las ciencias sociales, hay muchos falsos positivos, y el peso creciente de la ley alcanza a más y más personas que nada tienen que ver con los riesgos que generan cuatro desgraciados.

Luego la amenaza de censuras y prohibiciones se cierne sobre los medios de información mismos: prohibido hablar, escribir y, sobre todo, prohibido divulgar cualquier mensaje visual que pueda implicar la desprotección de estos o de los de más allá. Prohibamos, pues, publicar en portada fotografías de perros. Es para su protección.

Y finalmente alguien descubre que el medio de información con éxito es único, esto es, es un monopolio privado exento de controles democráticos. Urge, pues, intervenir a estos medios desde la política. Pues si el Parlamento y el Gobierno pueden regular la actividad de las empresas y organizaciones privadas, ¿cómo no podrían decidir si han de controlar los medios mismos? Así andamos. Entre la voz y la ladra.

Pablo Salvador Coderch es catedrático de Derecho Civil de la Universitat Pompeu Fabra.

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