Cinco cosas que recordará de esta temporada
El martes terminó la semana de la moda de Milán y ayer empezó la de París. La segunda le debe mucho a un grupo de modelos
-Ah, el viejo príncipe. No me refiero a ningún miembro de la aristocracia, sino al hotel Principe di Savoia –'principe' para los amigos, pronunciado 'prínchipe'–, tal vez el miembro más perjudicado por el boicot que la industria de la moda está haciendo contra los hoteles de la cadena Dorchester, propiedad del Sultán de Brunei (cuya decisión de aplicar en su país la sharia, una ley particularmente dura con las mujeres y los homosexuales, ha provocado airadas reacciones en los principales jugadores de un negocio particularmente sensible a este tema). Ahora que ni Condé Nast, ni LVMH, ni Kering, quieren saber nada del que fue el hotel oficial de la fashion week, quienes esta temporada sí dormían allí eran observados con una mezcla de suspicacia y envidia. Ellos se defendían con un suspiro, adoptando un tono como el que le dedicarías a un amigo echado a perder, o muerto recientemente, a quien debes fidelidad: "Ah, sí, me quedo en el viejo príncipe".
-Los italianos lo hacen mejor. Caruso es una firma de sastrería tradicional que tiene la rara virtud de saber ser excéntrica como antiguamente, como si los chistes de tu abuelo te resultaran más divertidos que los de tus amigos. En su presentación, entre chaquetas de inspiración china, prendas que parecían albornoces y camisas con lazada, el eslogan bordado en un jersey de punto resumía su punto de vista: "En la moda masculina, haz como los italianos". Es verdad que existe una manera italiana de entender el hombre, o más bien dos: la de Caruso (artesanía, sastrería, elegancia con la ocasional excentricidad), y la de Roberto Cavalli. Su desfile tenía un Ferrari sobre la pasarela, a Steven Tyler en primera fila y una colección que exprimía hasta los límites del remangado y del descamisado el estampado de pitón. Entre estos dos extremos está Dsquared. Los gemelos Dan y Dean Caten son los primeros que quieren ver a sus modelos pasearse con un escueto Speedo rosa, y también les gusta montar un show (esta vez, un tableau vivant que representaba la Factory de Warhol), pero la locura de sus desfiles esconde una maquinaria que sirve con precisión suiza todos los elementos del armario masculino: camisería, pantalones de vestir, vaqueros, accesorios, sudaderas. Los Caten tienen una cabeza para los negocios y un cuerpo para el pecado, como diría aquel.
-Nunca te enrolles con un rico que te puede dar trabajo. Esto es sabiduría de la moda 2.0, recogida de su mismísima fuente: las celebridades que Internet ha creado y que ya, oficialmente, se han establecido dentro del sistema. Como el nuevo star system tiene la carga de estar permanentemente bajo sospecha, la frase que encabeza este texto se ha convertido en el leit motiv de todo bloguero/a estrella que no quiera ser acusado/a de trepismo (justificadamente o no).
-"Tenemos hambre!". Algo aparentemente tan alejado del mundo como los desfiles, en realidad depende de cosas bien prosaicas, como un vuelo Easyjet. El último avión del martes entre Milán y París iba cargado de modelos, periodistas y fotógrafos de moda, que, por Circunstancias que solo se sabrán cuando se abra la caja negra de ese avión, se vieron confinados durante tres horas dentro del aparato. Bastó media hora de incertidumbre para que empezaran a ocurrir escenas como esta:
Azafata: "Es posible que no despeguemos hasta dentro de 90 minutos, pero no sabemos qué pasará, porque hay tormenta".
Periodista de moda a azafata: "¡El avión tiene que despegar, tengo desfiles mañana!"
Mujer anónima a las dos: "¡Yo tengo cirugía!"
Todo parecía perdido hasta llegó el gran momento: los chicos, una cuidada selección de caras y físicos posadolescentes, se amotinaron. Exigieron comida. Y gracias a ellos, la hubo. Y zumos. Luego el avión despegó y mundo de la moda pudo continuar.
-"¿¿Pero cómo es de mono este sitio?? (sic)". Lo que mejor se nos da en este negocio es normalizar las situaciones más excepcionales. Esta frase se oyó en el jardín del palacio Solomon de Rothschild (no vale la pena describirlo). Es el lugar habitual de los desfiles de Valentino, que es algo así como la firma de la que todo el mundo mínimamente interesado en la moda querría tener algo. Esta vez la colección era un ejercicio de cortes pijama en seda brocada o estampada; algo que compartía con la de Haider Ackermann, el brillante diseñador con gusto por las superposiciones, los materiales ricos y los volúmenes románticos. Ackermann representa perfectamente lo que sí es París, pero no Milán: un terreno abonado para quienes desearían que en el mundo no existieran los zapatos de cordones ni los trajes azul marino.
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