Hoy no será mañana

La escuela pública es fiel reflejo de la vida: éxito, fracaso, convivencia, multiculturalidad, esfuerzo, apatía, tolerancia y trabajo diario para hacer respetar la diversidad en el aula. Parece mentira que sabiendo el gran valor que tiene la enseñanza pública como escuela de la vida, se desprecie tanto en algunos ámbitos, o quizá sea por eso.

Nuestros políticos defienden el clasismo, el separatismo por razas y sexo, la intolerancia, la rentabilidad económica, el egoísmo, y así nos va. Los periódicos ocupan cada vez más páginas con noticias de conflictos armados; el mundo no quiere la paz, se ha perdido el uso de la palabra como arma cargada de futuro. Los organismos que defienden el diálogo, como medida única para evitar situaciones críticas, están infravalorados. Solo se rescata a la banca y a los países que tienen recursos en los que otras potencias están interesadas. Nadie quiere hablar de los inmigrantes que huyen, a su pesar, de situaciones insoportables en sus lugares de nacimiento. Estos han pasado a ser “los malos” y, mientras tanto, los perseguidores, dictadores, manipuladores, son los “buenos”. A todo ello le sumamos parados de larga duración, guerras civiles provocadas por el ansia de poder de unos pocos, bienes comunes que se destruyen sin piedad, gente que se muere por no poder ir al médico, niños hambrientos y sedientos, niñas que no pueden ir al colegio. La escuela pública ayuda a cambiar desde abajo pero se frena la formación como seres sociales cuando los niños pasan a ser adultos porque la vida les ofrece lo que nunca vieron en la escuela. La generación de nuestros padres confió en el futuro, y yo deseo que la de mis hijas también pueda creer que la puerta hacia una vida hermosa está abriéndose.— Rosa Santa Daría Hernández. Ingenio, Las Palmas.