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EL ACENTO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En el nombre del pueblo

Castrillo Matajudíos decide cambiar su denominación en un referéndum vecinal

SOLEDAD CALÉS

Puede parecer el guion de una película costumbrista: un pequeño pueblo de Castilla de poco más de medio centenar de vecinos en el censo electoral, con un antepasado ilustre —Antonio Cabezón, organista y compositor renacentista— y un pie en el siglo XXI, con un parque eólico, que tiene casi tantos aerogeneradores como votantes. Un pueblo con sus instituciones y con una bandera donde figuran sus símbolos: un castillo, un órgano y una estrella de David, relacionada esta última con un asunto al que los vecinos han venido dando vueltas durante años. Porque en el burgalés Castrillo Matajudíos todos estaban muy orgullosos del pueblo, pero no todos del nombre. Una denominación adjudicada a un escribano que allá por 1620 o 1630 echó algo más que un borrón y cambió la designación de la localidad, fundada en el 1035, entre otros, precisamente por judíos. Y así Mota de Judíos pasó a tener un significado muy diferente del que sus primeros pobladores quisieron darle.

El domingo, mientras Europa entera votaba sobre las grandes líneas de su futuro, los 55 ciudadanos de Castrillo —dejémoslo por el momento con el nombre cortado— tuvieron que expresarse sobre el asunto. Y para que luego digan que los políticos no se comprometen con las causas que defienden, el alcalde, Lorenzo Rodríguez, había anunciado su dimisión si el nombre no cambiaba. Rodríguez exponía dos razones: Matajudíos no era la denominación original y además no respondía al sentimiento de los vecinos. Ganó el por 10 votos y Castrillo será oficialmente, y en breve, Castrillo Mota de Judíos.

Es cierto que un grano no hace granero, pero horas antes de que los habitantes de este pueblo burgalés erradicaran de su nomenclatura una expresión indudablemente antisemita, tres personas eran asesinadas en el Museo Judío de Bruselas. La lucha contra el odio al otro empieza en los detalles y nunca es cuestión anecdótica. Y no se trata sólo de que se establezcan políticas generales para evitar la discriminación hacia grupos étnicos, religiosos o culturales, sino de lo que cada uno ponga de su parte. Un pueblo castellano con 55 votantes es un buen ejemplo de ello.

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