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Una ciudad sin bicis no tiene sentido

Hasta hace poco, la bicicleta era propiedad de una oligarquía vestida de lycra que conocía el vehículo muy técnicamente y que solo lo entendía en el campo El ciclismo urbano puede resultar irritante pero ha conseguido democratizarla

Pablo León
Es posible que lo de la bicileta urbana no sea una moda, sino que todos sus practicantes sean casualmente devotos todos de las camisas de cuadros, las barbas y los pantalones pitillo
Es posible que lo de la bicileta urbana no sea una moda, sino que todos sus practicantes sean casualmente devotos todos de las camisas de cuadros, las barbas y los pantalones pitilloCordon Press

Hoy es el Día de la Bicicleta, y para conmemorarlo, en ICON hemos preparado un debate sobre el estado de la bicicleta como los que se harán por todo el planeta: mucha gente critica a quienes usan este invento en la ciudad porque, dicen, solo están siguiendo una moda urbana. Y estos ciclistas urbanos se defienden diciendo que sus críticos son parte de la oligarquía de la lycra que se creía en control absoluto de la cultura de los pedales.  Así, el invento está ahora atrapado en un limbo entre ser un medio de transporte, complemento de moda y declaración de intenciones, en la ciudad. Estos párrafos defienden su uso por parte de urbanitas con pantalones pitillo, que ha democratizado a la bicicleta. Aquí hay otro que defiende lo contrario: la bicicleta, ese objeto con simpáticos aires de clase trabajadora y procuradora de inolvidables momentos entre deportistas de élite, se ha desvirtuado en manos de los hipster. El lector puede apoyar aquel con el que más coincida. Consideraremos que el texto con más Me Gusta en Facebook y tuits será el ganador. Disfruten de su poder con responsabilidad.

Antes la crisis de los cuarenta se pasaba con un cochazo, unos implantes capilares y horas de gimnasio. Teniendo en cuenta el número de hombres de entre 35 y 44 años que empezó a comprarse bicicletas de más de mil euros, mallas de colores y a depilarse las piernas, la crisis de la mediana edad en el siglo XXI se supera con una bicicleta. Estos tipos que se embuten en mayas para ir a pedalear los fines de semana tienen hasta un nombre propio: mamil (middle age man in lycra, que traduciríamos como "Hombre de edad media con lycra"), un concepto cercano a las madres cuarentonas de buen ver (milf), pero sin tanto sex appeal. Los globeros, como se denomina en castellano a estos domingueros que pedalean con maillot, siempre han creído defender las esencias de la bicicleta: conocen los detalles mecánicos de su vehículo; salen a entrenar, sobre todo el fin de semana, y solo consideran ciclistas a los de su especie. Suelen coger el coche para llegar hasta un campo aledaño a su ciudad o a una zona rural para recorrer kilómetros y kilómetros de carretera. El resto de la semana no tocan la bicicleta más que para abrillantarla y sienten un profundo desprecio hacia los ciclistas urbanos.

Cuando los urbanitas, vestidos con estilo, comenzaron a rodar por la ciudad, cambiaron las ideas asociadas a la bicicleta. Gracias a esa asociación entre lo moderno y los pedales, la bicicleta se ha hecho más atractiva. Los más clásicos, viendo peligrar su trono, contratacaron diciendo que eso no era ciclismo de verdad.

Mientras estos tipos canalizaban sus frustraciones a golpe de pedal, empezó a extenderse por el mundo la plaga del ciclismo urbano. Los bicicleteros de ciudad son la antítesis de los mamil: visten de cualquier manera, llevan bicicletas viejas o sin cambios –que, para irritación de los hombres de lycra, denominan vintage o fixie, respectivamente–, no se afeitan y, en ocasiones, en contra del paradigma de vida saludable asociado a la bicicleta, incluso fuman, beben o más. En el último lustro, los ciclistas urbanos no solo han colonizado metrópolis y ciudades, de Nueva York a Sevilla, sino que se han convertido en tendencia. Han hecho de la bicicleta un vehículo cotidiano, un objeto de deseo y le han otorgado un poder casi identitario. Apoyada en las connotaciones del movimiento hipster, la bicicleta, un invento del siglo XIX, se ha convertido en la sensación de las ciudades del siglo XXI. Algo que los mamil, con sus bicis caras, sus piernas rasuradas y su lycra de colores fluor, nunca consiguieron.

Así, la bici ya no es solo el vehículo de hippies, jóvenes, altermundistas, ecologistas, pobres o locos sino que también la usan actores, políticos, DJs, periodistas o artistas. La moda de la bici ha licuado el estereotipo del ciclista así como muchos de los prejuicios que rodeaban al vehículo. También ha abierto el camino a que muchas personas la prueben.

Y cuando alguien se sube al sillín, le cuesta bajarse. Primero se ven seducidos por la bici; luego descubren la eficiencia, la economía o la salud. La velocidad media de un coche en ciudad es de 18 kilómetros por hora. En Madrid se queda en 13. Un ciclista urbano puede alcanzar, de media, los 15. Por otro lado, si en la capital se usara la bici al nivel de Copenhague, donde 26 de cada 100 desplazamientos diarios son a pedales, se crearían 3.700 empleos y se salvarían unas 200 vidas al año. Si se extrapolara a toda Europa, aparecerían 76.000 nuevos puestos de trabajo y se evitarían 10.000 muertes, según la Organización Mundial de la Salud.

Si en la capital se usara la bici al nivel de Copenhague, donde 26 de cada 100 desplazamientos diarios son a pedales, se crearían 3.700 empleos y se salvarían unas 200 vidas al año

Todo esto es relevante, pero, en una sociedad dominada por la estética, hay que tener en cuenta el poder de la imagen. Los mamil se declaraban ciclistas auténticos y hacían apología de la bicicleta con una ropa que parecía un ridículo disfraz. Cuando los urbanitas, vestidos con estilo, comenzaron a rodar por la ciudad, empezaron a cambiar en el imaginario colectivo las ideas asociadas a la bicicleta. Gracias a esa asociación entre lo moderno y los pedales, la bicicleta se ha hecho más atractiva. Los mamil, viendo peligrar su trono, contratacaron diciendo que eso no era ciclismo de verdad, que era una moda pasajera e incluso les acusaron de fomentar prácticas peligrosas en base a la oposición de los ciclistas urbanos a la imposición del casco obligatorio.

A los pedaleantes de ciudad poco les importó. A muchos no les interesa hacer kilómetros desde el sillín. Otros se reconocen simplemente como ciudadanos que van en bicicleta. No les importaba porque sabían que, cada día y de manera casi inconsciente, extendían el virus de la bici con sus velocípedos de otra época y vestidos con chaquetas del sastre Timothy Everest, pantalones commuter Levi's o zapatillas de inspiración retro Le Coq Sportif. Los mamil ya no son los paladines del pedal; su tiempo ha pasado.

Los nuevos embajadores de la bicicleta llevan pantalones pitillo. Barba 1- Lycra 0.

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Sobre la firma

Pablo León
Periodista de EL PAÍS desde 2009. Actualmente en Internacional. Durante seis años fue redactor de Madrid, cubriendo política municipal. Antes estuvo en secciones como Reportajes, El País Semanal, El Viajero o Tentaciones. Es licenciado en Ciencias Ambientales y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Vive en Madrid y es experto en movilidad sostenible.

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