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Tribuna
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Indulgencia para los procesados por el Parlament

La actitud de los indignados tiene que ver con la corrupción de la clase política

Al excelentísimo señor Fernando Grande-Marlaska:

Señor juez, soy el arriba firmante, hablo en mi nombre, represento a mi propia conciencia y no estoy afiliado a ningún partido político, sindicato, ateneo, secta, club de fútbol ni peña flamenca.

Estando en conocimiento de su ecuanimidad, calidad humana y hasta valor personal, me tomo la libertad de pedirle que, en lo que esté en su mano, sea indulgente con los encausados por el caso del Parlament.

Porque el castigo que reclaman el colectivo Manos Limpias, el Govern de la Generalitat de Cataluña, el Parlamento catalán y la fiscalía para los veinte jóvenes acusados —entre ocho y tres años de prisión— no solo es clamorosamente desproporcionado con los hechos sino que avergüenza y repugna a nuestro sentido de la humanidad.

1. Los delitos o faltas cometidos —increpar a los parlamentarios, impedirles el acceso al Parlament— no son tan graves. ¡No le rompieron la cabeza a ningún policía! ¡No mataron, ni hirieron, ni atracaron, ni magullaron a nadie!

Es cierto que un sujeto intentó abrir la puerta del coche oficial del president Artur Mas, pero, como él mismo nos ha recordado en su declaración, “el cierre de las cuatro puertas estaba centralizado”, lo que bastó para disuadir tan violenta agresión.

Es cierto que alguien le sustrajo un manojo de llaves a Alfons López Tena —famoso por su lema “España nos roba”—. Y es cierto, en fin, que un tipo tiznó con spray la chaqueta de la señora Montserrat Tura, causándole un perjuicio que el fiscal cifra en 240 euros.

También está probado que un congresista se asustó tanto que sufrió un vahído y hubo que administrarle sales…

¡Menudo Vietnam!

¡No mataron, ni hirieron, ni atracaron, ni magullaron a nadie!

2. Los acusados ya no constituyen ningún peligro. No es probable que reincidan, pues —a diferencia de lo que sucede en otras partes de España— en Cataluña el movimiento rebelde, o “antisistema”, o “15-M”, o “de los descontentos” o de los “indignados”, ha sido completamente desactivado y succionado por el Movimiento Nacional secesionista, que no es beligerante con las autoridades e instituciones locales sino que actúa en íntima complicidad con ellas, en prieta y fértil simbiosis. De manera que una pena severa para prevenir nuevos desafueros es innecesaria.

3. A la señora Tura, si tiene la bondad de retirarse expresamente de la acusación (como han hecho los diputados de ICV y EUiA Boada y Milà: demostrando ser dos personas decentes), yo me comprometo desde este párrafo a comprarle una chaqueta parecida en el mercadillo de La Garriga. Más de 40 euracos no creo que me cueste.

4. No cabe duda de que dura lex, sed lex y que faltar al respeto debido a los representantes electos merece una reprimenda. ¡Pero siete años de cárcel! ¿Nos hemos vuelto locos? ¿Tienen una noción aproximada esos Pilares de la Sociedad y Encarnaciones de la Voluntad del Pueblo de lo que significa? Es obvio que de esto tampoco saben nada. En mi humilde opinión, sería más proporcionada una pena de un apercibimiento, dos padrenuestros y tres avemarías.

4. Que algunos de los testigos de la acusación declaren por videoconferencia y no pisen la sala donde los acusados, después de varios años con la angustia de la espera, con la espada de Damocles suspendida sobre sus cabezas, asisten, sentados en el banquillo, a las deliberaciones sobre cómo pasarán el resto de su juventud, si en libertad o cautivos, no dudo de que sea un procedimiento legal y tiene su justificación; pero suena a falta de gallardía, suena a fariseísmo, presenta una plasticidad propia de cualquier siniestra película de ciencia-ficción tipo Brazil (excelente filme de Terry Gilliam) y, a mi modesto juicio, desacredita estéticamente a la acusación. ¿Pides que encarcelen a tu prójimo y lo pides sin salir de casita, desde tu poltrona, con un pañuelito de batista empapado en agua de colonia?

5. Excelencia, le ruego que se ponga —estoy seguro de que lo hace— en la piel de la parte contratante de la primera parte y de la parte contratante de la segunda parte:

Por un lado, unos jóvenes desempleados e impecunes, sin perspectivas de un futuro estimulante y a los que se les recomienda paciencia y barajar o que se vayan a aprender inglés fregando platos en Londres (consejo emitido por el honorable conseller Mena en el Parlament). Algunos en la flor de la juventud, vehementes en su indignación o en su desesperanza, de la que, quizá con algún que otro motivo, responsabilizan a la clase política. ¿Se excedieron? Seguro; pero a mí, señor juez, me recuerdan cuando yo creía en la posibilidad de mejorar el mundo e iba también a las manifestaciones contra el régimen anterior: ¡Me caen muy simpáticos!

La rebeldía no es solo capricho de gamberros; tiene alguna razón de ser

Por el otro lado, el colectivo Manos Limpias y (¡apriétense un poquito, que caben todos!) las instituciones representadas por Artur Mas y Nuria de Gispert: unos patricios muy bien pagados y alimentados, que aunque no se hayan distinguido por su laboriosidad, por su eficacia ni por sus luces, nadie podrá negar que han sabido gastar con liberalidad el dinero de los contribuyentes y contribuir en la medida de sus posibilidades a su bancarrota; y también hay que reconocer que, ante el tsunami de la crisis, no les ha temblado la mano con que sostenían la senyera.

¡Llámeme exagerado, pero suena a mis oídos como si las familias Corleone, Badalamenti y Giancana denunciasen a un chaval por robar una manzana en un Deli de Brooklyn!

Como sabe usted, señor juez, las encuestas señalan que el estamento político es (junto con el periodístico y el judicial) el más desacreditado para el pueblo al que dice representar. Aún así, ese estamento es imprescindible y para obtener la democracia debemos seguir sosteniéndolo. Pero si nos empeñamos en ignorar que la indignación de los jóvenes no es solo un capricho de gamberros y malcriados sino que tiene alguna razón de ser; si queremos estar ciegos al divorcio entre la gente y una jefatura a la que —como con demasiada frecuencia se dice— se vota “tapándose las narices” para no oler la corrupción; si nos empeñamos en castigar como delito terrorista la mínima expresión de descontento… ayudaremos a que ese divorcio siga creciendo; ayudaremos a que se encone el odio y aumente la entropía; y de aquel país posible, aquella España reconciliada y dulce que no acertamos a realizar pero por lo menos la soñamos, no quedará ni la sombra del sueño. Se cumplirá la profecía de Víctor Mira, en España no habrá quien duerma.

Ignacio Vidal-Folch es escritor.

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