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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Fotoshop’ biográfico de Putin

El presidente ruso borra de su página web todo rastro de la que mujer con la que estuvo 30 años casado

SOLEDAD CALÉS

Treinta años casados y parece que fue nunca. Finalizados los trámites de divorcio, Vladímir Putin ha decidido borrar de su vida a su exmujer. Y no solo en sentido metafórico. El presidente ruso ha suprimido de su biografía, en la página web del Kremlin, cualquier rastro de Liudmila, que no aparece siquiera como madre de sus dos hijas, Maria y Ekaterina.

Y eso que, en teoría, habían acabado en buenos términos: cuando el año pasado anunciaron conjuntamente su separación —algo inédito en Rusia—, aseguraron que era una decisión de mutuo acuerdo. Liudmila explicó que Vladímir Vladímirovich estaba absorbido por el trabajo, que cada quien hacía su vida y que a ella no le gustaba la actividad pública.

Algunos medios vinculan tan drástica decisión con otra mujer, la diputada y exgimnasta Alina Kabáyev, de quien se dice que está prometida con Putin, y que incluso tiene un hijo con él —el presidente ruso ha indicado a los periodistas interesados que mantengan sus “sucias narices” fuera de su vida privada—. Pero, tal vez, detrás de este fotoshop biográfico no hay ninguna novia, sino la simple querencia.

La cabra siempre tira al monte, dice un castizo refrán, y Putin añora los gloriosos tiempos soviéticos, en los que a los personajes incómodos se les suprimía con tanta rapidez de la vida real como de la existencia gráfica. Eso de borrar las imágenes de los caídos en desgracia es una costumbre muy arraigada entre los dictadores, como saben quienes revisen los álbumes de fotos de Stalin, Hitler, Mao, Fidel Castro o Kim Jong-un. Tal vez Putin, que lleva ya en el poder tres lustros, alternativamente como presidente y primer ministro, se ha contagiado de ciertos hábitos.

Filóloga y profesora de alemán, Liudmila merecía una mención en la biografía de Putin, aunque fuera una nota a pie de página. Después de todo, lo acompañó discretamente en sus años de espía del KGB en Berlín y en su espectacular ascenso político en los años noventa. Y, sobre todo, llevó con resignación la afición de su marido a desnudarse de cintura para arriba y posar en plan Macho Alfa, sin que medie siquiera un calendario o una colecta humanitaria. Por lo menos, la señora Putina podrá recuperar su apellido: Shkrebneva. Y eso siempre es un consuelo.

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