Lecciones francesas
El ascenso de los populismos es una seria advertencia para París y el resto de Europa
La dimisión del primer ministro francés, Jean-Marc Ayrault, y su sustitución por Manuel Valls, hasta ayer titular de Interior, es la consecuencia inevitable —no la única, sin duda— de unas elecciones municipales con enorme carga de política nacional, en las que el Partido Socialista (PS), arrastrado por la impopularidad del Gobierno, ha tocado fondo.
La segunda vuelta electoral ha confirmado e incluso ampliado la tendencia perfilada en la primera votación, hace una semana, hasta el punto de ofrecer resultados históricos. La derrota inédita —por lo estrepitosa— de los socialistas se ha visto acompañada por el ascenso, también inédito en la política local, del Frente Nacional, y por la sorprendente victoria de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), habituada a perder batallas en el terreno municipal.
El PS cede 155 ciudades de más de 10.000 habitantes —algunas de ellas, bastiones tradicionales—, la UMP y sus aliados centristas ganan 147 y las huestes de Marine Le Pen se estrenan con 11 alcaldes y más de 1.000 concejales. Todo ello a menos de dos meses de las elecciones europeas.
Las grandes crisis suelen ser excelentes oportunidades para el cambio, siempre y cuando no se yerre en el diagnóstico. Desde las filas de la izquierda se culpa de la catástrofe al “giro neoliberal” del presidente, François Hollande, que en enero propuso un Pacto de Responsabilidad para impulsar la productividad de las empresas y reducir el enorme gasto público (el Estado supone el 57% del PIB).
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Pero si algo reprochan los franceses al presidente es su indefinición y la ineficacia de su Gabinete. La economía hace agua, el paro alcanza niveles récord y el objetivo del déficit se incumple mientras la presión fiscal pone en fuga a las inversiones y agobia a las clases medias. El giro de Hollande apuntaba a la modernización de una economía muy lastrada por el intervencionismo y aún persisten las dudas de que se anime a culminarlo —como sucedió con sus antecesores de la derecha: cambiar el rumbo implica grandes dosis de coraje, pedagogía y desgaste—. En este sentido, el nombramiento de Manuel Valls, un hombre pragmático y alejado del sectarismo, parece una señal adecuada.
Los votantes del Frente Nacional no son extraterrestres: son franceses de todo el espectro social (inmigrantes incluidos). El ascenso del lepenismo —como el de los demás populismos de derecha e izquierda en Europa— denota un malestar de fondo que no se resuelve con descalificaciones, rasgado de vestiduras ni “cordones sanitarios”. Marine Le Pen ha dado muestras de inteligencia y olfato. Su mensaje proteccionista, antiliberal y antieuropeísta apela a los miedos. La mejor manera de combatirlo es atender las inquietudes ciudadanas y abordar los problemas —paro, inseguridad o integración— con realismo y sensatez.
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