_
_
_
_
3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Bill vs Gates

Esta entrada ha sido escrita porMar Martínez.

Bill Gates. Foto: El País.

Bill Gates vuelve a ser, por enésima vez, el más rico. Quizás el genial Albert Einstein aprovecharía para recordarle que “es obligaciónde todohombredevolver al mundo al menos el equivalente a lo que recibe de él”, aunque incluso sin esta advertencia el magnate lleva años en la senda correcta. Junto a su esposa, Melinda, y con el apoyo de Buffet, ha convertido a su Fundación en un donante clave. Gates ha conseguido no solo codearse con los agentes estatales, sino también dar visibilidad a miserias hasta ahora desterradas del ojo público. Un buen ejemplo es su labor para atajar las llamadas enfermedades tropicales desatendidas, un grupo heterogéneo de dolencias infecciosas.

Muchos guardamos en la memoria reflejos de la España más insalubre. Algunas leyendas del pasado evocan a personas poseídas por demonios en forma de interminables solitarias; otras hablan de cegueras malditas, casi bíblicas. Esa brutal realidad que habíamos olvidado continúa afligiendo a 1.400 millones de personas en 73 países. Mientras que las enfermedades crónicas y otras infecciosas (VIH/SIDA, malaria y tuberculosis) se han beneficiado de cuantiosas inversiones en I+D, la filariasis linfática (conocida por el descriptivo nombre de elefantiasis), el dengue, o el mal de Chagas, junto con otras 14 dolencias, fueron hasta hace poco relegadas a un segundo plano. Por un lado, son enfermedades de los pobres, y por lo tanto no resultan rentables para los laboratorios. Por otro lado, raramente causan la muerte, de modo que ni los medios de comunicación las han tratado con urgencia, ni para los sistemas de salud han sido prioritarias. La tendencia está cambiando porque se ha reconocido que, aunque habitualmente no maten, atrapan a millones de personas en el ciclo de la pobreza. La morbilidad y la discapacidad asociadas a ellas son más que notables, exacerban problemas de malnutrición, debilitan el desarrollo físico y mental de los niños, reducen la escolarización de muchos, estigmatizan a otros tantos, pueden causar desfiguraciones y una significativa pérdida de productividad de aquellos en edad de trabajar.

Con una aportación de 363 millones de dólares, Gates es el principal actor dentro del mayor esfuerzo internacional coordinado para controlar o eliminar hasta 10 de estas enfermedades. La alianza, que dio sus primeros pasos con la Declaración de Londres de 2012, fue apoyada por la OMS, el Banco Mundial, USAID, DFID, algunos países endémicos y 13 compañías farmacéuticas. Se adoptó una estrategia anclada en dos pilares: la masiva distribución de fármacos, donados por los laboratorios, para aquellas enfermedades que ya pueden prevenirse, y el desarrollo de nuevos productos para aquellas otras que aún no tienen tratamiento efectivo o cuyo control puede malograrse por una eventual resistencia a los tratamientos existentes.

Pasada la euforia inicial, se multiplican los interrogantes. El primero de ellos es si Gates tiene legitimidad para marcar en buena medida la agenda mundial en este ámbito. Además, las ausencias son más que notables. El gobierno de la India, que precisaría tratar a la mitad de su población -unos 600 millones-, se ha mantenido al margen. No están tampoco los fabricantes de genéricos, y la voz de la sociedad civil para supervisar las campañas parece tenue. Asimismo, si los signatarios de la Declaración copan la agenda investigadora, se estaría ayudando a perpetuar el desequilibrio Norte-Sur subyugando la capacidad de los países afectados y desincentivando a los rivales más pequeños.

A título individual Gates se empecina en actuar exclusivamente en el África subsahariana, donde mayor es el retorno por cada dólar invertido. Bien es cierto, en todo caso, que incluso los recursos de un multimillonario son limitados y es su potestad la de decidir dónde arrima el hombro. Brasil, por citar un país de renta media, se encuentra comparativamente en una mejor posición para combatir su situación epidemiológica que Ruanda.

El dominio de la Fundación arrasa como las grandes corporaciones norteamericanas. Loablemente ha sabido trasladar a esta esfera una gestión rigurosa y orientada a resultados, pero el desarrollo no funciona como Microsoft. Antes de amasar su imperio el joven Bill fue un visionario que anticipó la importancia del software frente al hardware. Hoy en día Gates sigue destilando un liderazgo abrumador, aunque en él se echa en falta dinamismo, apertura, visión y adaptabilidad. No basta con el músculo financiero. Los países receptores han de tener la capacidad institucional para absorber la ayuda económica, y a su población hay que convencerla de la posibilidad real de acabar con el castigo de los dioses.

Reconocidas las complejas adversidades del mundo, tenemos mucho que agradecer a este caballero andante. Lo que duele es que a Bill “el Visionario” un día se lo comió Gates “el Empresario”. Necesitamos al primero -o a alguien que le sustituya-.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_