Comprensión
A los españoles de mi edad nadie tiene que recordarnos lo que fue ETA. Crecimos, vivimos, maduramos bajo la sanguinaria sombra del terrorismo
Soy española, tengo 53 años y me acuerdo de todo. Desde el atentado de Carrero Blanco hasta el de la T-4, una lista larguísima de víctimas, el miedo con el que encendíamos el televisor a la hora de comer, aquellas fotos de carné de un hombre joven y la voz del locutor, deja mujer y tres hijos, el nudo en el estómago que la llegada de la democracia no relajó, que se fue haciendo más duro, más insoportable día tras día. A los españoles de mi edad nadie tiene que recordarnos lo que fue ETA. Crecimos, vivimos, maduramos bajo la sanguinaria sombra del terrorismo. Por eso me resulta tan difícil escribir esta columna.
Un nuevo partido, Vox, nace para reprocharle al Gobierno que haya cumplido una sentencia cuya aplicación no dependía de su voluntad. La derogación de la doctrina Parot deja de ser una cuestión técnica sobre los límites de la retroactividad de una ley, para convertirse en una ofensa intolerable y una señal inequívoca de complicidad con los asesinos. Hasta ahí, el PP se lo tiene muy bien empleado. Quien siembra vientos, recoge tempestades, y este tempestuoso fruto es la cosecha del semillero de votos de ultraderecha que los populares han abonado y cultivado con tanto celo, durante tantos años.
Eso no me inquieta. Al fin y al cabo, que el PP se rompa por la derecha no deja de ser un rasgo de normalidad, que nos homologa con el resto de los países de la UE. Pero la insistencia fanática, de apariencia incluso morbosa, en argumentos de otros tiempos, está provocando en mí efectos indeseables. Porque yo comprendo que después de 26 años de cárcel, una persona sonría al salir a la calle. Que esa comprensión anule la que siento por el dolor, hasta por el rencor, de viudas y huérfanos, para convertirme en cómplice de ETA, me lleva a un lugar donde nunca he querido estar. Y eso es algo que no podré perdonar fácilmente.
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