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Tribuna
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Escribir la guerra

Al nuevo concepto bélico de 1914 le corresponde otra forma de narrar

Dos novelas francesas recientes, Au revoir là-haut (Hasta la vista allá arriba), de Pierre Lemaitre, y 14, de Jean Echenoz, se refieren a la Primera Guerra Mundial. Las librerías llevan hoy a sus escaparates reediciones de obras que surgieron de una experiencia cuyo recuerdo parece no haberse borrado. Si en torno a la Gran Guerra surgió la modernidad, probablemente, no desbarren quienes ven la neutralidad de España como un error político que dejó al país fuera del juego de las naciones europeas e impidió fortalecer el sentimiento nacional, haciendo inevitable la Guerra Civil de 1936. Pese a la neutralidad, bastantes escritores españoles informaron desde los frentes y enviaron crónicas a los periódicos: Azorín, Gómez de la Serna, Blasco Ibáñez, Valle-Inclán, Azaña, Gaziel, Ricardo León, Pérez de Ayala, Araquistain, Sofía Casanova o Zamacois, entre otros.

¿Qué tuvo de especial esa guerra que aún nos sobrecoge e interesa? No sólo puso en marcha tropas numerosísimas de distintos países y en diversos frentes, sino que convulsionó la sociedad civil, implicándola como nunca hasta entonces. Para Keynes significaba la desaparición de los órdenes social y económico conocidos y se cumplieron muchas de las predicciones que hiciese en Las consecuencias económicas de la paz.

También con motivo de la primera conflagración mundial se escribe de modo distinto aunque la literatura española tampoco llegue a tomar claramente conciencia. Los autores se ven impelidos a manifestar su propia individualidad y su protagonismo en los hechos, por encima o en relación con los movimientos de vanguardia que surgen por entonces. Pareciera que al nuevo concepto bélico le responde una nueva forma de narrar.

La universalización del daño que la guerra supuso generó una nueva escritura en la que los hechos no se contemplan desde fuera, sino que la voz narrativa se sabe protagonista de los mismos y los describe con la finalidad de que se conozcan en toda su crueldad. Robert Graves, en Adiós a todo eso, recurre al diario o a los extractos de cartas para exponer con mayor fuerza su implicación, que llega a alterarle el concepto del mundo. En el caso de El fuego, de Henri Barbusse, llama la atención una narración fragmentaria que no ofrece la historia de forma continuada y completa, sino a través de de cuadros narrados en primera persona, no por buscar un procedimiento retórico de proximidad, sino con la intención de ofrecerse el texto como testimonio y el autor como testigo. Erich Maria Remarque termina Sin novedad en el frente con una proclamación de la importancia de la primera persona inmersa en lo sucedido.

Aunque unos y otros llegaran al campo de batalla cantando canciones como “Kein schönner Tod ist auf der Welt” (No hay en el mundo muerte más hermosa), a la manera del narrador de Tempestades de acero, de Jünger, pronto sienten la crueldad de la contienda y cae la niebla de la sensación de una derrota colectiva. Ante la imposibilidad de describirlo todo, optan por fragmentar la realidad, con la esperanza de que la suma de los pequeños episodios vividos proporcione la idea de la totalidad del horror.

El daño que causó la guerra generó una nueva escritura en la que los hechos no se cuentan desde fuera, sino que la voz narrativa se sabe protagonista de los mismos

Aunque la más comprensiva novela de la Primera Guerra Mundial, que pudiera ser Invasión 14, del francés Maxence van der Meersch, esté escrita en tercera persona, la presencia del yo autobiográfico y testimonial se encuentra en muchas novelas de la época escritas en distintas lenguas: Civilización, de Duhamel; Las cruces de madera, de Dorgelès; Quinta de 1902, de Glaeser (traducida por Wenceslao Roces como Los que teníamos 12 años); Los generales mueren en la cama, de Charles Yale Harrison, o la conocidísima Adiós a las armas, de Hemingway, por no nombrar sino un puñado de ellas. En los casos en los que se prefiere la tercera persona narrativa, no se trata del mismo concepto de sujeto de la novela decimonónica, ahora está implicada en los hechos y es desdoblamiento retórico del yo.

El primer problema estético estaba en distanciarse, a la vez, de la experimentación vacua y del realismo psicológico decimonónico. Para ello era necesario procurar que la mirada del narrador actuase a la manera teóricamente neutra y mostrativa de una cámara cinematográfica. Muchos literatos fueron también periodistas, pero si la generación anterior consideraba el periodismo desde la literatura (como demuestra París, bombardeado, de Azorín), estos escritores hacen justamente lo contrario: miran ahora la literatura desde el periodismo. Resuelto el testimonio, decidida la primera persona autentificadora, hallada la fragmentación para reflejar la amplitud de la realidad, estética y técnicamente, los escritores deben resolver otro problema: la diferencia entre novela y crónica.

Aunque novelista y periodista utilicen el yo y ofrezcan testimonio, aquel se implica en la acción, no así el segundo. La primera persona es artífice de los hechos, cuando organiza la novela. La crónica, en cambio, emplea una primera persona contempladora, fruto de una emoción o no, pero deja que el juicio lo pronuncien los lectores. Lograr esta distinción técnica en la escritura fue la mayor innovación literaria de escribir la guerra.

Jorge Urrutia es catedrático de Literatura de la Universidad Carlos III de Madrid.

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