Tim Jackson: "Apuesto por la economía Cenicienta, que frena el crecimiento"
Por Álvaro Porro y Rubén Suriñach, de la revista Opciones
Tim Jackson es un pensador reconocido por su trabajo sobre una nueva concepción de la economía y el consumo. Es el autor de Prosperidad sin crecimiento(Icaria / Oxfam Intermón)
-¿Cuál es tu nuevo concepto de prosperidad?
No es un concepto tan nuevo. De hecho, es bastante antiguo: viene de una tradición de dos o tres mil años. Para Aristóteles la buena vida consiste en la capacidad de prosperar o progresar como seres humanos, en la habilidad para satisfacer nuestras necesidades materiales (comida, vivienda, protección) pero también para satisfacer la conexión entre unos y otros, nuestra identidad, nuestra participación en la sociedad, las necesidades psicológicas. Nuestra capacidad de disfrutar de una buena vida depende de nuestra capacidad de ser parte de la sociedad, y esto es lo que debería permitir la economía. Sila satisfaccción de las necesidades y el consumo material van de la mano acabarán chocando con los límites ecológicos del planeta, y habremos perdido la partida. Debemos poner los límites sobre la mesa y decir “estas son las fronteras que no podemos pasar, es lo que tenemos para conseguir una buena vida”.
-¿Cuáles son los instrumentos más poderosos que tiene el ámbito institucional para favorecer este cambio sociocultural?
Los hay de muchos tipos. Una de ellos desde luego tiene que ver con la vara de medir. Actualmente el PIB es la más importante, y es una medida muy estrecha para evaluar la prosperidad. Incluso económicamente es insuficiente. La crisis económica ha sido realmente una “crisis de medida”, porque poníamos toda nuestra atención en el PIB, y el PIB iba creciendo, pero resulta que la deuda también iba creciendo. La deuda estaba minando la liquidez de nuestra economía, estaba creando fragilidades que traían inevitablemente un colapso del PIB, pero no le prestamos atención. Hay que tener sistemas de medida que sean robustos en términos económicos, y robustos para medir las capacidades de prosperar como seres humanos.
-Sostienes que "todos somos libres de hacer lo que queramos aunque hay diferencias en los niveles de libertad”: ¿cómo interactúan equidad y sostenibilidad en tus propuestas?
Están estrechamente relacionadas. ¿Tenemos una sociedad en la que a todo el mundo le es posible tener una vida saludable? Yo creo que si no es así es porque somos muy poco igualitarios en el reparto de los recursos naturales. Esto se ve muy claramente cuando observas las diferencias entre países, cosa que también te hace cuestionarte para qué sirven el crecimiento o la opulencia. Si ordenamos los países de menor a mayor renta por cápita, vemos que entre los de más al principio la esperanza de vida crece muy rápidamente, pero enseguida se frena y queda casi constante. Cuba y Costa Rica tienen esperanzas de vida superiores a las del Reino Unido y los Estados Unidos, pero rentas muy bajas y un uso muy inferior de recursos.
Si no hubiera límites ecológicos, buscar el crecimiento indefinido podría ser aceptable; podríamos aspirar a seguir creciendo como países ricos, y la gente más pobre iría subiendo lentamente la curva del crecimiento hasta llegar a una buena esperanza de vida. Pero si hay un límite ecológico, todo lo que adelantes en el extremo alto es un coste para la gente de abajo, que se quedará sin espacio ecológico, sin recursos materiales, y ya no podrá subir por la curva del desarrollo para obtener un mínimo de decencia. Si el pastel es limitado quiere decir que se tiene que compartir, y la equidad social es lo más importante.
-Cuando hablamos de consumir menos, decrecer, una de las grandes preguntas que a menudo nos hacen es ¿Y qué pasa con los puestos de trabajo? ¿Qué piensas al respecto?
El reparto del trabajo es importante, en coherencia con los principios generales de equidad social. Ahora todo depende de poder mantenerse, de tener un sueldo, y, por lo tanto, en condiciones de escasez tiene mucho sentido tener estas políticas de reparto. Si no lo haces, generas una clase de gente que está excluida de la sociedad, una sociedad en dos pisos, donde la propensión a la violencia, al malestar, al conflicto es mucho más alta.
Resulta que el conductor del crecimiento es la productividad del trabajo, que quiere decir que el año que viene podrás producir el mismo número de bienes que este año con menos personal. Así, si no incrementas el número de bienes que produces, necesitarás menos trabajadores: más gente se quedará sin trabajo y con menos poder adquisitivo, la gente comprará menos cosas y acabarás produciendo menos bienes, y más gente se quedará sin trabajo... En vez de una economía basada en el crecimiento tenemos una economía basada en el colapso.
En gran medida, la productividad del trabajo se incrementa sustituyendo mano de obra por capital y recursos materiales baratos. Y ¿qué se hace, con estos materiales? Se producen una gran cantidad de bienes que la gente no necesita, o los quiere en realidad para satisfacer las necesidades alrededor de su identidad personal, que anteriormente nunca habían tenido nada que ver con cosas materiales. He aquí: perdemos puestos de trabajo y derrochamos materiales. Y hemos priorizado y privilegiado los sectores de la economía en los que se ven posibilidades de incrementar la productividad del trabajo.
Hay que construir una economía en la cual las actividades no estén basadas en hacer más productos, sino en movernos hacia sectores intensivos en mano de obra que podrían suministrar a la sociedad el tipo de cosas que necesitamos. Hay toda una serie de actividades alrededor de la sanidad, la educación, los cuidados, el bienestar social, el ocio y el tiempo libre, la cultura, que parecen la oportunidad perfecta para construir una economía, porque son intensivas en trabajo, normalmente son ligeras en términos de materiales y emisiones de carbono, y proporcionan trabajos decentes que pueden contribuir a la prosperidad real de la gente, y no sólo a producir cosas. Esto es la economía Cenicienta, y la denomino así porque desde la perspectiva de un economista convencional ¡no vale nada! Es una economía que seca el crecimiento, que frena la economía.
Fotografía de apertura: Tim Jackson, (c) Pablo Tosco / Oxfam Intermón
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