Cinco carreras a las que tú has puesto fin
Del actor que interpretaba a Anakin Skywalker, hastiado de escuchar sonidos de espadas láser cada vez que salía a la pizarra, a John Moffit, que dejó el fútbol americano por la filosofía
Jack Gleeson, un irlandés de 21 años, es conocido por tener una de las caras más detestadas por el mundo entero y una de las mentes más preclaras de la pequeña pantalla. El actor, famoso por interpretar al pérfido rey Joffrey Baratheon en Juego de tronos desde hace casi cuatro años, es también conocido por el excelente sentido del humor que muestra en Twitter; por las dotes académicas que exhibe en la Universidad de Dublín, donde es el primero de varias de su clases; y por lo poco que valora el mundo del espectáculo. “Actuar es un divertimento”, le dijo en noviembre al periódico Irish Independent. Acto seguido, anunció que no pensaba seguir en el mundo de la interpretación una vez terminase su trabajo en Juego de tronos. “Cuando empecé a hacer la serie, la realidad del oficio se me hizo un poco demasiado real. El estilo de vida que conlleva ser actor en una serie de éxito no es algo que me atraiga demasiado”.
Lo que no se sabía hasta esta semana era cuán profundamente Gleeson detesta el mundo de la fama. Ayer llegó a YouTube un vídeo del actor durante una interveción en Oxford Union –la plataforma de debate más importante de Inglaterra fuera de Westminster–, donde pasó media hora echando bilis sobre el culto al celebrity del que es culpable una connivencia entre los medios y el público. En realidad, más que "culto al celebrity", lo que dijo fue "histeria religiosa" alrededor de los famosos. Y en realidad, más que un debate, lo que hizo fue una diatriba de dimensiones épicas en la que habló del famoseo desde el punto de vista económico, psicológico y sociológico. “Es irónico que veas a famosos patrocinando cosas como tampones musicales y apareciendo en anuncios para blanqueadores de dientes con olor a lavanda o cosas así”, especuló en una ocasión. “Esgrimiendo bienes cuyas fechas de caducidad durarán más que su fama”.
Que alguien que piense así se retire voluntariamente de la interpretación resulta no solo lógico, sino inusualmente coherente. No es frecuente ver a alguien que deje un trabajo que se le da bien solo porque no le gusta la realidad que conlleva. Y los que lo han hecho no siempre han aceptado tan de buenas que las cosas son así y que para qué vamos a molestarnos en cambiarlo. Un breve repaso lo demuestra.
Shia LaBeouf
El protagonista de la saga Transformers e Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (podría añadirse la segunda parte de Wall Street a su currículo pero poco iba a cambiar la cosa) siempre había dado muestras de que se veía como algo más que un mero actor. Salía desnudo en videoclips y siempre parecía querer demostrar que era una fuerza creativa que le llevaba a dirigir cortos y escribir cómics. Como un James Franco de bolsillo. Hace poco, de hecho, presentó un cortometraje titulado HowardCantour.com. De metraje no iba muy sobrado pero bastó para que medio Internet viera que se parecía demasiado a un cómic de 2007 y acusara al joven actor de plagio. LaBeouf respondió con toda la emoción y la exageración que no había mostrado en sus anteriores películas, con una sentida disculpa pública admitiendo que sí, que había plagiado, que lo sentía mucho y que no volvería a ocurrir. Aquella vez el tema sí iba sobrado de extensión. Y ttambién bastó para que alguien viera que había plagiado parte del texto en el que admitía haber plagiado… de una entrada de Yahoo! Respuestas sobre plagio.
Las bromas en redes sociales fueron espectaculares. Hasta Lena Dunham (la protagonista de Girls) se sumó al linchamiento público de LaBeouf, que se enzarzó en una mareante espiral autodestructiva de pedir disculpas a todo lo que se moviera, lo cual solo provocaba que los medios le acusaran de plagiar disculpas anteriores, de Tiger Woods a Alec Baldwin. Así que hizo lo que le quedaba por hacer. Escribir un tuit que ponía: “Vistos los recientes ataques a mi integridad artística, me retiro de la vida pública”.
Lo cual solo hizo que el cachondeo a su costa se multiplicara. Hace dos días, sin ir más lejos, Jim Carrey empezó a meterse con su abandonada cuenta de Twitter. LaBeouf salió de su ostracismo solo para tuitear un lacónico, casi trágico, punto y final a su historia: “YA NO SOY FAMOSO”.
Jake Lloyd
Vive de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos, debió pensar la madre de Jake Lloyd, una agente relacionada con la industria del espectáculo, cuando decidió presentar a su hijo de apenas ocho años al casting para el papel de Anakin Skywalker en Star Wars: Episodio I - La amenaza fantasma. La jugada le salió bien a la señora, pues su vástago se llevó el papel. Además, tuvo la suerte de compartir plano con Jar Jar Binks, aquel batracio que era el verdadero villano del despropósito resultante. Así pues, se salvó de la ira de los fans, pero no pudo evitar que los niños de su colegio le torturaran, imitando el sonido de las espadas láser cada vez que salía a la pizarra y demás formas de exterminio mental. El año pasado, en una entrevista, el chico recordaba cómo durante aquellos años llegó a conceder 60 entrevistas en un solo día. Así, harto de Hollywood, decidió dejar de actuar y quemó todo su merchandising de La guerra de las galaxias. Este verano cumplió 24 años y se graduó en la Universidad de Chicago. Su madre deberá pensar en otro para que le financie la jubilación, pues ya se sabe que con un diploma universitario no se hace nadie rico.
John Moffitt
En agosto de este año, el equipo de fútbol americano de los Broncos de Denver fichaba a un jugador universitario llamado John Moffitt. Su prometedora carrera profesional arrancaría la siguiente temporada con un salario de dos millones de dólares al año. Pero en noviembre el joven anunciaba vía Twitter que dejaba el deporte. En pleno estado de shock, la buena gente de Associated Press decidió entrevistarle para descubrir sus motivaciones. ¿Una lesión fatal? ¿Miedo a volar? ¿Coinciden los partidos con las reposiciones de Friends? ¿Su madre no quiere que duerma en hoteles? Nada de todo eso. Moffitt lo dejaba porque algún desalmado colega le había dado para leer obras de Noam Chomsky y el Dalai Lama. El joven había visto la luz. El mundo del deporte profesional, pervertido por las corporaciones, viciado por la enfermiza competitividad, no era para él. No iba dedicar una década de su vida a eso que pensadores del calado de Adorno o el propio Chomsky, han calificado como una actividad destinada a anestesiar a la sociedad: el deporte. Ya saben, se puede salir de la droga, pero salir del deporte es casi imposible. “No tiene sentido arriesgar tu cuerpo, tu mente y te felicidad solo por ganar dinero. No necesito ser millonario”, declaró.
Mary Louise Parker
Mary-Louise Parker revisa su correo electrónico, algún amigo graciosillo le ha enviado un enlace a un post malicioso sobre su persona, 50 comentarios anónimos apoyan la desagradable apreciación, ella no puede más. “Soy muy sensible”, aclara. La escena se ha repetido tantas veces en la vida de la protagonista de Weeds (la serie sobre una ama de casa que vende marihuana para mantener el nivel de vida de la familia, 2005-2012) que ha saltado la alarma en sus prioridades personales, un pitido agudo y molesto que la aleja de la actuación. “Haré un par de películas más y quizás alguna serie, pero me retiraré pronto”, afirmó. La razón: la maldad e insidia que pueblan la Red. “Hay gente que llega a casa por la noche y desata su autocompasión en comentarios en Internet en contra de personas que creen más felices que ellos”, lamentó la intérprete estadounidense en una entrevista a NewsCorp Australia, el pasado mes de julio. A la pregunta de si no se afligirá por abandonar la profesión que tan alto la ha llevado (cuenta con los premios Globo de Oro, Emmy y Tony), Mary-Louis Parker no dudó: “En absoluto. Me dedicaré a escribir, hornear y cuidar de mis hijos y mis cabras”. El hecho de tener dos vástagos, de nueve y seis años, ha sido otro aliciente para su próxima retirada. “No quiero que crezcan en un mundo de odio. Ni siquiera me interesa ya la cultura. Se ha devaluado el concepto. Hoy cultura es telerrealidad, niñas pequeñas en concursos de belleza y cirugía estética”, zanja. Adiós, Mary-Louise.
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