_
_
_
_
África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

Las caras de la diáspora (6): Irina Razafimbelo

Ángeles Jurado

Irina Razafimbelo nació en Antananarivo, la capital de Madagascar, en 1979. Ahora vive en Salou, con su marido y su hija. Todas las mañanas, coge el tren en dirección a Barcelona, donde trabaja para el consulado de su país. Es una mujer pequeña y dulce, con una melena negra ondulada que le enmarca una cara sonriente y franca, en la que se mezclan África, Asia y Europa. Su pasión es el español y probablemente acune un libro de Lorca o Vargas Llosa en el regazo mientras atraviesa un paisaje helado.

"Madagascar fue colonia francesa -comienza, por teléfono, desde su hogar tarraconense- Nuestra lengua materna es el malgache. El francés, lengua colonial, es también la de la enseñanza. La lengua extranjera obligatoria en el instituto es el inglés, pero en el tercer año de bachillerato puedes elegir una segunda lengua extranjera. Por nuestro pasado socialista, en Madagascar puedes estudiar ruso. Mucha gente elige alemán. En mi caso, mi padre me aconsejó español como segunda lengua extranjera, hablándome de la riqueza de la cultura española. El primer año de español me gustó muchísimo. Tuve un buen profesor: sólo en dos clases, pudimos empezar a comunicarnos. Mucha gente abandona el segundo idioma, no es obligatorio, pero yo seguí, con el apoyo de mi padre. Conseguimos libros de segunda mano que hablaban de un país extraño, porque eran de la época de Franco. No había nada de España en la televisión y tampoco había internet. Mi primer contacto real con el país de la época fueron los Juegos Olímpicos de Barcelona. Tenía una idea de España como pueblo, dictadura, atraso".

Irina se decantó por la rama científica del Bachillerato, pero al llegar a la universidad, también en Antananarivo, prefirió el español a cualquier carrera de ciencias: completó una licenciatura en Filología Hispánica. Durante la carrera conoció a los lectores de español de la Agencia Internacional de Cooperación para el Desarrollo (AECID).

"Aprovechábamos su presencia al máximo para expresarnos en español e intercambiar con ellos. Uno de ellos acabó siendo mi marido. Lo conocí allí. Durante un tiempo trabajé como guía turística con clientes españoles y como profesora de español en institutos. Hasta que me concedieron una beca de la AECID para un post-grado en Madrid. Era un curso anual para profesores de lengua española".

Irina Razafimbelo llegó a Madrid en una nube de estupor. Los kilómetros que separaban a Antananarivo de Madrid eran también años entre Franco y la realidad del siglo XXI. Hizo un viaje en el espacio y el tiempo, dejándose atrás al entonces novio, que seguía impartiendo clases en Madagascar.

"Todo era diferente a los libros con los que había estudiado -se entusiasma- Podía hablar de verdad sólo en español y con españoles. Era una inmersión real en la lengua y en la cultura".

Tras el curso, Irina regresó a Madagascar y obtuvo una beca del gobierno mexicano para estudiar Ciencias Políticas en ese país. Su entonces novio obtuvo plaza como profesor en uno de los Institutos Cervantes de Marruecos, el de Fez. Ella se dirigió a Marruecos al terminar sus estudios y se casaron en el año 2005. Irina comenzó a colaborar como profesora para los niños en el Cervantes sólo un año más tarde. La excelente sintonía con su marido se basa, entre otras cosas, en un amor total por la lengua y la literatura en español. No sólo comparten hija y pasión, sino también un proyecto de recopilar obras escritas en español por africanos.

En esta línea, Irina y su marido han coordinado una compilación de cuentos de autores cameruneses que escriben en español, publicada por la editorial canaria Puentepalo en el año 2006. Ella también escribe, publica y participa en concursos literarios en español.

Antes de llegar a Salou, la pareja trabajó en Guinea Ecuatorial, en la embajada en Malabo. Regresaron con el embarazo de Irina, que dio a luz en España a una niña que ahora tiene cuatro años.

Irina se apasionó en su país por el flamenco y las letras de Rubén Darío, Lorca o García Márquez, aunque apunta que Lorca le parecía muy triste, con sus referencias constantes a cementerios y la presencia amenazadora de la guardia civil. Al tocar la realidad española contemporánea, amplió su pasión a la comida y la gente, sociable como los malgaches, curiosa y con ganas de reír.

"Me acuerdo de preguntar en un bar, en Madrid, qué sabían de mi país y no obtener respuesta. No sabían lo que era Madagascar. Después de la película de dibujos animados de Dreamworks, ya saben algo más, por lo menos les resulta familiar el nombre. Pero muchos piensan que hay pingüinos. No saben que hace calor, dónde se sitúa geográficamente. Sí que hay españoles con más cultura general, que ven los documentales y saben que es una isla tropical y conocen los lémures y los baobab. Saben que es una isla con una naturaleza increíble, pero pobre".

Confiesa que, al principio, se sentía un poco intimidada por la falta de respeto al espacio personal y por la necesidad de contacto físico de los españoles. Los malgaches, aunque africanos, tienen una fuerte impronta asiática en su mapa genético y falta de costumbre de tocarse.

"Echo de menos la familia y la comida. En Occidente hay una obsesión por comer productos bio, pero en Madagascar todo es bio. No hay hormonas, ni productos químicos, ni nada. La comida tiene gusto. Echo de menos las sobremesas como se hacen en mi país, cuando alguien saca una guitarra después de comer y cantamos y pasamos el tiempo juntos", concluye con cierta nostalgia.

Comentarios

Me alegra que personas como Irina vivan en España, pero ella tampoco sabe que al sur de Marruecos estamos las Islas Canarias y que también tenemos "Dracanáceas", como en Madagascar...La invito a conocernos y ver cuán diferentes somos todos a los que nos llaman España.
Leo el artículo y apetece coger a Lorca o Rubén Darío para leer un rato. Se agradece ver gente que se enamora de nuestra cultura desde un lugar tan lejano como Madagastar. Gracias
Irina,Un abrazo gigante desde malabo. Saludos a Guillermo. Por aqui se os recuerda con cariño.
Muchas gracias por vuestros comentarios.
Me alegra que personas como Irina vivan en España, pero ella tampoco sabe que al sur de Marruecos estamos las Islas Canarias y que también tenemos "Dracanáceas", como en Madagascar...La invito a conocernos y ver cuán diferentes somos todos a los que nos llaman España.
Leo el artículo y apetece coger a Lorca o Rubén Darío para leer un rato. Se agradece ver gente que se enamora de nuestra cultura desde un lugar tan lejano como Madagastar. Gracias
Irina,Un abrazo gigante desde malabo. Saludos a Guillermo. Por aqui se os recuerda con cariño.
Muchas gracias por vuestros comentarios.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Ángeles Jurado
Escritora y periodista, parte del equipo de comunicación de Casa África. Coordinadora de 'Doce relatos urbanos', traduce autores africanos (cuentos de Nii Ayikwei Parkes y Edwige Dro y la novela Camarada Papá, de Armand Gauz, con Pedro Suárez) y prologa novelas de autoras africanas (Amanecía, de Fatou Keita, y Nubes de lluvia, de Bessie Head).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_