Nzalang: el fútbol heredado en Guinea
Autor invitado: Jordi Torrents (*), texto y fotos
El escritor guineoecuatoriano Justo Bolekia (bubi, para más señas) habla de la quiebra cultural sufrida por "las estrategias de presión y atracción que he recibido de mi adoptiva cultura hispánica". Ante tal indefensión, detalla una especie de repliegue casi hasta el mundo quieto de sus ancestros, aunque el resto de sus compatriotas (que no llegan ni a un millón) viven con un ojo puesto en la yuca fermentando en el río y con el otro en una pantalla de plasma que reproduzca un Barça-Madrid de esos del siglo.
Más allá de los libros de historia (y poquito), casi nada conoce el español de a pie de la que fue una de las dos colonias que España tuvo en África, Guinea Ecuatorial, a la que muchos recuerdan con nombres con aroma a NO-DO como Fernando Poo (hoy, la isla de Bioko), Santa Isabel (Malabo) o Río Muni (la zona continental).
Pero amigos, llega el fútbol, llega la Roja, llega la selección campeona del mundo, llegan los millonarios futbolistas de la metrópolis al espléndido estadio de Malabo para jugar un amistoso, y Guinea resurge como tema mediático, aunque sea para exponer cuatro tópicos, tres prejuicios, un par de falsedades y alguna mirada furtiva a un gobierno al que no conviene mirar. El fútbol, en Guinea, se vive como en España, con pasión y con un forofismo bicéfalo entre Barça y Madrid.
Tuve la oportunidad de visitar el nuevo estadio de Malabo (construido en 2007 y renovado para acoger la Copa África del 2012) de la mano de Gaspar Matala, un personaje popular en el país (sólo hace falta pasear con él para darse cuenta), que trabaja como profesor de educación física en la escuela de la misión bautista El Buen Pastor y que ha sido el delegado olímpico guineano en varias ocasiones.
La Nzalang nacional masculina (el Rayo, así se conoce a la selección guineana de fútbol) nunca ha conseguido cosechar éxitos futbolísticos en un continente dominado por monstruos como Egipto (siete títulos africanos le contemplan), Ghana (cuatro), Camerún (también cuatro) y otros con, al menos, un trofeo, como Nigeria, Marruecos o Costa de Marfil. De hecho, Guinea no suele ni clasificarse para tan magno evento, hasta que las chicas revolucionaron el panorama y, después de siete victorias consecutivas por parte de las Águilas Verdes de Nigeria (la competición se creó en 1991), las chicas guineanas tomaron el cetro en el 2008 lideradas por su estrella Ayongmana e incluso cargándose a las intratables nigerianas por el camino. Guinea, conjuntamente con la vecina Gabón, organizó la edición del 2012, para lo que también aceleró la construcción de un nuevo estadio, La Libertad, en Bata, y que también visité durante su construcción.
Transitar por caminos, carreteras y poblados guineanos es absorber efluvios de tierra roja y verde selva que todo lo quiere cubrir, es acostumbrar el oído a idiomas como el bubi (en Bioko, aunque algo apartado por el español y el pichin, esa mezcolanza de inglés con lenguas africanas) y el fang, algo más duro y con una cantinela de enes, ges y vocales alargadas para entonar ideas. Y es encontrar un sinfín de campos de fútbol. Bueno, de trozos de terreno arrasados (aunque con sus baches y piedras ideales para que el balón bote como si fuera de rugby) y con troncos de árbol a modo de portería. Guinea mezcla tradición con modernidad, y el fútbol es, sin duda, uno de los nexos entre ritos ancestrales que uno puede ir encontrando a lo largo de las pocas carreteras que atraviesan el país y esas antenas parabólicas que parecen competir con ceibas y palmeras en el paisaje selvático.
Allí, improvisados partidos de fútbol ponen a prueba las habilidades de los chavales, así como su equilibrio para no sucumbir en los socavones. Y más allá de los accidentes terrenales, a los chicos (y chicas, que la Nzalang de féminas tira mucho) no les importa el tiempo que haga, ya que se puede pasar del calor extremo a la lluvia torrencial. Y de la lluvia torrencial al calor extremo, esas dos únicas estaciones del Trópico. Los partidos se improvisan, al más puro estilo patio de colegio o chaquetas en el suelo de un descampado de mi época, entre barro, balones deshinchados o tramados con cuatro trapos, patadones al espacio y esas fantásticas porterías armadas con cañas o troncos y esculpidas a machetazos. La lluvia es un aliciente más en cualquier partido, y hay que estar atentos a la posibilidad de que el balón sea engullido por un charco o, de repente, tome una velocidad endiablada gracias a un lecho de hierba resbaladiza. Y si aprieta el sol, el sudor aumenta la épica de los largos duelos.
En mi primer viaje a Guinea, en el 2008, un grupo de guineanos que esperaban mi mismo vuelo en Madrid saludaban con entusiasmo a un chico que no paraba de encajar manos y agradecer con la cabeza algunos elogiosos comentarios. Se trataba de Benjamín Zarandona, futbolista que cató su etapa de popularidad en el Betis y que se convirtió en el abanderado de la Roja africana. Fue el primer aviso sobre la popularidad del fútbol en el país, un dato que pude corroborar al conocer a Matala, al vivir un Clásico en una terraza malabeña (ríanse de cualquier peña merengue o culé) o al detectar que llegamos a un poblado cada vez que encontramos esos troncos que aspiran a ser portería, una de las tres principales señales; las otras son algunas tumbas rudimentarias a modo de cementerio con baldosas y cruces hechas con palmas, o alguna mujer caminando y cargando unas pesadas cestas (los nkueiñ) en la cabeza. Y aunque la Liga española sea la referencia, también es cierto que se pueden ver muchas camisetas de jugadores africanos que han triunfado en Europa (el panafricanismo en el fútbol es evidente) como el marfileño Drogba o el camerunés Eto’o.
Los ojos de Gaspar Matala, hundidos y duros, suelen clavarse en los más pequeñitos de la escuela, a los que hasta explica qué es y para qué sirve un balón. Dicen que el rojo de la bandera guineana se debe a la sangre derramada durante la etapa colonial, pero con los años creo que se ha ido tiñendo del rojo camiseta. Por cierto, la liga nacional la acaba de ganar Akonangui, de la provincia continental de Kie Ntem. También van de rojo.
(*) Jordi Torrents. Pedagogo, periodista y escritor. Trabaja en el ámbito de la educación especial, colabora con varios medios, ha publicado tres novelas y un libro de cuentos sobre autismo, y ha visitado en varias ocasiones Guinea Ecuatorial, donde ha coordinado cursos de formación a maestros. Quiere conocer a Amélie Nothomb, le fascinan las canciones de Nick Cave y Tom Waits, los pastelitos Pantera Rosa y los caramelos Pez. www.cronicasguineanas.blogspot.com
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