Puentes y productividad
Pasar los festivos a lunes es un proyecto innecesario también para el próximo año

No hay nada mejor que los problemas se resuelvan solos, sobre todo si su solución levanta ampollas. Algunos presidentes de comunidades autónomas ya sufrieron en sus carnes la acritud de sus ciudadanos ante lo que el Gobierno de Madrid quería imponer: trasladar las fiestas a los lunes para evitar los largos puentes que tanto dañan la productividad, según los empresarios.
Alberto Núñez Feijóo soliviantó a los gallegos por no defender que la Feira de Santos de Monterroso se celebrara sí o sí cada 1 de noviembre, fuera lunes o miércoles, como pedían alcaldes y comerciantes, porque la tradición dice que las fiestas de guardar caen en el día de la semana que les viene en gana.
Alberto Fabra, atento a las instrucciones de La Moncloa, intentó lidiar el difícil toro de pasar San José a un lunes. La alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, se opuso y ganó la partida.
El Gobierno central, con mejor estrella, se ha visto liberado de su compromiso por la productividad gracias al capricho del calendario. Ni tuvo que trasladar fiestas en 2013 ni tendrá que hacerlo para 2014.
El año que viene solo hay un gran puente de arquitectura natural: el de mayo. Lo demás es una escuálida ristra de minipuentes. Baste comprobar que el 6 de diciembre, día de la Constitución, cae en sábado y la Inmaculada Concepción, en lunes.
No se ha podido demostrar del todo que a menos tiempo libre, mayor productividad. De hecho, en los países de mayor desarrollo las jornadas laborales son más cortas —aunque mejor aprovechadas— como ocurre en Holanda, Alemania y los países nórdicos. Y aunque en Francia la economía no avanza a toda vela, lo cierto es que la ley de las 35 horas no ha hundido al país. España está algo por encima de la media, con 37,9 horas semanales.
A pesar de esa falta de evidencia empírica, la troika obligó a Portugal a perder cuatro festivos. Es una cesión que no sacará de sus problemas al país, pero molestará mucho a los trabajadores. Su problema, como el de España, no son los puentes, sino la dificultad de disfrutarlos fuera de casa dinamizando el consumo interno.
Lo saben bien en el sector turístico: la gente recorta sus vacaciones porque no tiene dinero. Trabajar en tales circunstancias no debe ser tan productivo.
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