¿Escuelas alternativas o alternativas a la escuela?
¿Y si nos independizáramos de papá-Estado? Esta pregunta está en el origen de muchas iniciativas sociales, económicas y medio ambientales con las que me topo de un tiempo a esta parte. Y también es la pregunta que anima a muchos padres y madres a buscar otro modelo de educación para sus hijos. No sólo lo buscan sino que incluso se implican hasta las cejas -echándole tiempo y dinero- para conseguir su implantación. Y no me refiero a una educación “contra” la ley Wert sino a otra concepción global. ¿Y si el fracaso del modelo de Estado llevara acarreado el fracaso del modelo educativo? ¿Y si nosotros, padres y madres, nos tomáramos en serio nuestro rol educador y decidiéramos tomar cartas en el asunto?
Últimamente me han llegado dos iniciativas recientes de escuelas alternativas que funcionan como cooperativas. Una ha sido promovida en Gran Bretaña por la Transition Network, la red internacional que invita a la ciudadanía a adaptarse a la transición inevitable a la que estamos abocados, es decir, la transición hacia una sociedad sin petróleo que el movimiento invita a hacer de manera colectiva. Rob Hoskins, el ideólogo de la Transition Network, define el camino con humildad pero con convicción: “No sabemos si va a funcionar pero estamos convencidos de que si esperamos a los gobiernos, el resultado se quedará corto o llegará demasiado tarde. Si actuamos individualmente, el resultado se quedará también demasiado corto. Si actuamos en tanto que comunidades, quizá el resultado sea suficiente, y quizá llegue a tiempo”.
Según los promotores de la iniciativa la sola existencia de la escuela es ya un buen ejemplo para los alumnos pues les envía el mensaje de que “puedes conseguir tus objetivos si realmente te lo propones.” Quizá por ello el lema que se lee en su escudo es: “Omnia vinces perseverando” (Vences todas las cosas con perseverancia). Las instalaciones, que aún están acabando de construirse, contarán con un centro artístico y otro deportivo para uso y disfrute de todo el municipio y no sólo para la comunidad educativa. En el terreno del colegio se plantarán especies autóctonas, los setos serán comestibles y el jardín florecerá bajo el cuidado de los jóvenes y según los principios de la permacultura. En resumen, una escuela local al estilo de las de antes, antes de que se explotara el petróleo.
En Francia he podido visitar otra escuela alternativa, fruto de la voluntad y el tesón de un grupo de padres y madres, que recupera los viejos principios de María Montessori. Y digo viejos porque ya mis abuelos a principios del siglo XX fueron alumnos de una escuela que aplicaba el método italiano. Aunque “viejo” no es tampoco el adjetivo. Creo que la diferencia hoy en día estriba en que las alternativas de tan “viejas” se han vuelto vintage y ahora vuelven, se ponen de moda y parece que han venido con ánimo de quedarse. Quizá los alternativos en su día fueron en realidad tan sólo unos visionarios cuyo único pecado fue avanzarse a su tiempo.
Si lo que motivó la creación de la escuela Swanage en Gran Bretaña fue el sentido de comunidad, la interrelación con ella y la huella ecológica, aquí en Francia es la nueva mirada sobre el niño y la sociedad la que ha impulsado esta nueva/vieja escuela. De entrada la institución pierde incluso su (mal) nombre (“escuela”) para pasar a llamarse “La casa de los niños”, toda una declaración de principios. El sistema educativo francés -centralizado, igualitario y jacobino- considera importante que todos los alumnos sean tratados de igual manera y reciban la misma educación, que aquí es sinónimo de formación intelectual. El problema surge cuando un niño o una niña o no da la talla o por el contrario se pasa de listo. Para los inadaptados la escuela recupera su sentido primigenio, el etimológico, es decir se convierte en un “lugar donde no hacer nada”. Nada que sirva de algo, se entiende.
En la nueva escuela Montessori se mezclan niños trisómicos y autistas con otros superdotatos y “normales”. Aquí no hay listón que superar. La profesora no esperará de pie con mayor o menor paciencia que los alumnos se sienten, como pasa en la escuela convencional, sino que se agachará, tanto como sea necesario, hasta situarse al mismo nivel que sus alumnos, que pueden estar de pie, sentados o echados según les parezca. Y el alumno no recibirá órdenes sobre los ejercicios que debe hacer.
Cada niño avanza a su ritmo y a su gusto. El mismo escoge de entre las múltiples propuestas educativas aquello que le interesa y sobre lo que quiere investigar, y si formula alguna pregunta la profesora se la reenviará. Vuelta al estilo socrático de la mayéutica: “descubre por ti mismo aquello que estás buscando”. El objetivo es promover la autonomía del niño, tanto intelectual como vivencial. En esta escuela hay un tiempo y un lugar para descubrir el sistema planetario, por ejemplo, pero también forma parte del currículum aprender el arte de pelar una fruta, cortarla y servirla.
¿Permitirá el Estado que estas microiniciativas locales crezcan, florezcan y se multipliquen al margen del sistema educativo establecido, del “mainstream”? ¿Han venido las alternativas -educativas pero también sociales, mediambientales, económicas- para quedarse y por ello poner en entredicho el “status quo”? Acabo con una cita de Jean Pierre Lepri un profesor francés fundador del CREA, “Círculo de reflexión sobre la educación”, quien defiende no una “escuela, pedagogía o métodos alternativos” sino una “alternativa a la escuela”. Y como muestra un botón. Cierro el artículo con el testimonio de André Stern, un francés que se hizo famoso porque... nunca fue a la escuela ni le enseñaron en casa, y eso que es hijo de un pedagogo.
Fotografía de apertura: material educativo de una escuela Montessori
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