El hombre que debió reinar
Ben Kingsley fue Ghandi y se llevó un Oscar. Hoy es Sir, viste jerseys fucsia y se enfada si le piden una sonrisa
"¡La siguiente es Kristina Blange!”, gritó el muchacho con la lista de candidatos que aguardaban en la sala de espera de la británica Royal Academy of Dramatic Art. Era el año 1967, y entre los jóvenes actores aspirantes a una plaza en la compañía teatral más prestigiosa del planeta se encontraba un tal Krishna Banjhi. Se hizo un silencio. Hasta que Krishna cayó en que la persona a quien estaban llamando era él. Logró la plaza y decidió cambiarse el nombre. A partir de entonces se iba a llamar Ben Kingsley, pasaría la siguiente década interpretando a Shakespeare y, a punto de cumplir los 40, debutaría en el cine, llevándose un Oscar por su papel de Mohandmas Ghandi. Treinta años después, Kingsley se sienta en un enorme salón del madrileño Hotel Villa Magna.
Está a punto de cumplir los 70 y es el único hombre de esa edad que puede lucir traje negro y un jersey fucsia de pico sin parecer que ha perdido una apuesta. Está aquí para presentar El juego de Ender, un cruce entre Star Trek y Juegos de guerra, basada en el libro de Orson Scott Card y rodada en compañía de Harrison Ford. “¿Qué hago yo en esta película? Lo que me atrajo del proyecto es que lo dirige Gavin Hood y él es un tipo que jamás hará algo sentimental. Hay una escena en la cinta con una pelea. Él, en vez de alargarla, que sería lo sentimental, la solventa con un plano y un golpe, como en un pub, ya me entiendes”, explica Kingsley, quien en 2000 fue nombrado Comendador de la Orden del Imperio Británico y que también apareció en La lista de Schindler y Elegy.
En el teatro estaba acostumbrado a los aplausos. En el cine acabas una escena y hay un devastador silencio
“Eso no es sentimentalismo, son sentimientos”, interrumpe antes de que podamos tratar de rebatir su argumento al respecto de que en su carrera jamás encontraremos un film más sentimental de lo necesario. Y es que, aunque John Osborne dijera que no debemos temer ser sentimentales, pues jamás moriremos de eso, el protagonista de Sexy beast no está dispuesto a que se le pille en un renuncio. Ni tampoco en ese lugar común que adorna todas las respuestas alrededor de la importancia de los premios. “En el teatro estaba acostumbrado a los aplausos. En el cine acabas una escena y hay un devastador silencio. Así descubrí que los premios en el cine son como ese aplauso del teatro, pero en diferido. Aunque he ganado pocos en comparación con las veces que he estado nominado, no he perdido ninguno. Los tengo todos en casa”. Y suelta una leve sonrisa antes de levantarse para ser retratado. Se abrocha la americana y se dirige a los fotógrafos: “No me pidan que haga nada. Yo sé quién soy mejor que ustedes”.
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