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Tribuna
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La segunda oportunidad de Occidente en Siria

La iniciativa rusa puede ser el punto de partida para una relación más constructiva con Oriente Medio.

El acuerdo in extremis entre Rusia y Estados Unidos para poner las armas químicas de Siria bajo control internacional brinda a Occidente, que se había quedado sin opciones válidas, una segunda oportunidad de lanzar el que siempre debería haber sido su objetivo estratégico: la paz en Siria y el fin del sufrimiento de su pueblo.

El ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, aprovechó la incapacidad de los dirigentes occidentales para formular un objetivo fundamental y claro. ¿Esperaban poner fin a la guerra civil de Siria forzando un punto muerto militar o provocar la desaparición del régimen de Bachar el Asad? ¿Querían fortalecer el derecho internacional que prohíbe la utilización de armas químicas o enviar una señal a Irán sobre su determinación de hacer respetar las “líneas rojas”?

La propuesta rusa obligó a Occidente a optar por la prohibición de las armas químicas como objetivo inmediato. En vista de que se trata de uno de los pocos aspectos respecto de los cuales es posible un acuerdo en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, constituye un buen punto de partida para reparar unas relaciones muy dañadas entre los cinco miembros permanentes del Consejo (China, Francia, Rusia, el Reino Unido y EE UU.). Naturalmente, puede resultar poco más que una distracción que desbarate el impulso hacia la acción militar, sin conseguir su objetivo. Su aplicación será una prueba de la buena fe de Rusia.

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Por su parte, los países occidentales deben evitar las trampas del difícil proceso de negociación que requiere el acuerdo, sin perder de vista el objetivo estratégico de poner fin al conflicto. El complejo proceso de localizar y destruir el arsenal químico de Siria promete ser poco menos que imposible en medio de una guerra civil. Para lograrlo, los dirigentes occidentales deben replantearse su actitud con miras al desenlace del conflicto sirio, rechazando las premisas de las que han partido sus políticas desde el comienzo de la crisis.

Occidente ha subestimado la capacidad de resistencia del régimen de Asad

El error fundamental de Occidente ha sido el de subestimar constantemente la capacidad de resistencia del régimen de Asad. Pese a su brutalidad, el gobierno de Asad conserva una base importante de partidarios dispuestos a luchar hasta morir para impedir el hundimiento del régimen. De hecho, muchos sirios creen que no tienen futuro si el gobierno de Asad se desploma, creencia que se ha intensificado al hacerse cada vez más sectarias las líneas divisorias de la guerra civil. Al estar en juego, al parecer, la supervivencia física de los partidarios del régimen, la posibilidad de un desplome rápido era ilusoria.

Más problemático es que los sonoros llamamientos de Occidente en pro del abandono del poder por parte de Asad, aunque ahora se han apagado, hayan infundido falsas esperanzas a la oposición; mientras que Rusia ha estado ocultándose tras la retórica de un “proceso dirigido por los sirios” para evitar afrontar sus obligaciones internacionales. Pero una solución diplomática guiada por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad es la única vía creíble hacia la paz. La otra opción –el intento de negociación entre el Gobierno de Siria y una oposición cada vez más fragmentada– solo serviría para prolongar la guerra y aumentar el número de víctimas.

Asimismo, Occidente debe reconocer que la reconciliación en Siria será imposible sin que se produzca entre los dirigentes suníes y chiíes de toda esa región. Varias de las monarquías del Golfo gobernadas por suníes consideran la crisis de Siria y la perspectiva de un derrocamiento de Asad como una oportunidad para compensar la aproximación de Irak a Irán tras la caída del régimen suní de Sadam Husein y el surgimiento de un Gobierno encabezado por chiíes.

Hace un año, Estados Unidos, Reino Unido y Francia parecieron ponerse de parte de Arabia Saudí, cuando rechazaron la petición del ex Secretario General de Naciones Unidas para que se invitara a Irán a participar en el primer intento de negociar en Ginebra una solución para la guerra civil de Siria. Probablemente temieron que la participación de Irán en las conversaciones permitiese a los dirigentes iraníes vincular las gestiones para poner fin a la crisis siria con las negociaciones sobre el programa nuclear de Irán, lo que reforzaría su capacidad para oponer resistencia a las exigencias internacionales para suspender dicho programa.

Una solución a largo plazo es virtualmente imposible sin la participación iraní

La participación directa de Irán en Siria —donde sus Guardias Revolucionarios y su apoderado en  Líbano, Hezbolá, están combatiendo en apoyo de Asad—, es parte del problema. Pero una solución a largo plazo es virtualmente imposible sin la participación iraní. De hecho, Oriente Medio no puede lograr la estabilidad a largo plazo mientras Irán permanezca excluido de las negociaciones y se permita que se ahonde el cisma chií-suní. Aunque es demasiado pronto para decir qué resultado tendrá –de tener alguno– la actual campaña diplomática de imagen por parte del nuevo y más moderado presidente de Irán, Hasán Ruhaní, podría anunciar un importante cambio de la política iraní, que en última instancia podría permitir la reconciliación regional.

En un momento en el que todo Oriente Medio está experimentando una transformación generacional, no se pueden abordar por separado los imperativos regionales. Solo con un planteamiento unificado y completo se pueden abordar las fuerzas que impulsan el transcendental cambio en Oriente Medio, impedir que las rivalidades entre potencias exteriores compliquen aún más la situación y lograr un resultado pacífico. Como las potencias regionales en ascenso desafían cada vez más la capacidad de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad para orientar los acontecimientos en Oriente Medio, no se puede desperdiciar el tiempo.

La arrogante e interesada retórica de Occidente no ha contribuido a poner fin al conflicto de Siria; incluso puede haber vuelto más peligrosa la situación. Aunque la iniciativa rusa no carece de riesgos, podría ser un punto de partida decisivo para una relación más seria y constructiva con Siria... y con el resto de Oriente Medio.

Jean-Marie Guéhenno, ex enviado especial adjunto de Naciones Unidas y la Liga Árabe para Siria, es profesor de Práctica Profesional en la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales en la Universidad de Columbia. @jguehenno

Copyright: Project Syndicate 2013. http//www.project-syndicate.org

Traducción de Carlos Manzano

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