El hombre que ‘movilizó’ África
El sudanés Mo Ibrahim creó la primera red de telefonía móvil panafricana. Y se hizo rico. Ahora, su fundación premia a los mejores líderes del continente
El millonario Mo Ibrahim se sentará hoy en el Matthews Hall de la Universidad de Sudáfrica, en Pretoria, y hablará (en la tradicional Nelson Mandela Annual Lecture) sobre justicia y cohesión social en un acto doblemente emotivo, pues podría ser el último en vida del legendario líder sudafricano. Ibrahim adora a Mandela; un político de pelaje muy distinto a aquellos que él combate en batalla personal desde 2006. “En este medio siglo de independencia hemos cometido muchos errores, el mayor: el mal gobierno. Hay entre nosotros un exceso de dictadores y ladrones que condenan a África al subdesarrollo”, escribió un día. Y concluyó que, rico como era, bien podía usar su dinero en mitigar problemas aquí o allá, en Darfur o Congo, claro; pero prefería ir más allá: “Yo quería prevenir y evitar otros darfurs y congos”. El buen gobierno. Ese era el objetivo. Así nació la Mo Ibrahim Foundation. Pero, antes tuvo que recorrer su peculiar camino. Telefónico. Y pionero.
Porque hubo un tiempo en África en que los teléfonos móviles y Mo Ibrahim eran un mismo ser. Este ingeniero -nacido en 1946 en Sudán del Norte, e instalado luego en Inglaterra, casado, tres hijos, afable y elegante- fue la mano que movió la cuna de la telefonía cuando nadie en el continente apostaba por invertir un duro en él (en nada). Puso en marcha Mobile Systems International y luego, en 1998, Celtel, y sembró torres por doquier, convirtiéndose en el primer operador en ofrecer roaming libre en África oriental (Uganda, Kenia, Tanzania), y luego Congo, Burkina, Nigeria… verdadera empresa panafricana.
Cuando empezó se contaban cuatro millones de aparatos en territorio africano; hoy hay más de 500 millones (700 de tarjetas) para una población de mil millones que ama la conexión. Existen países donde el número de móviles dobla el de su población.
La llave del futuro los consideraba Mo Ibrahim ya entonces, apenas un ingeniero adorador de Einstein, loco por la tecnología. "Making Life Better" ("Haciendo la vida mejor") fue lema de Celtel. Y sí. El móvil ha roto en una década la barrera de la distancia ancestral del continente; por no hablar de lo que supone para las economías locales; la atención médica (se controla la toma de fármacos a distancia), las emergencias o el flujo de información, que ha ayudado a mutar paisajes políticos, como se vio en las primaveras árabes del norte o el último cambio de gobierno en Senegal.
Su idea cuajó porque confió (confía) en el potencial africano. “Hay hambre, guerras, pobreza, corrupción en África, sí, y debemos combatirlo...”, afirmó en un acto en Alejandría (Egipto), donde se educó antes de licenciarse en Birmingham (Reino Unido), “...pero también muchos héroes a los que aún no se ha cantado”.
A él eso no le pasa. A él le cantan muchos. De hecho Time Magazine le incluyó en 2008 entre las cien personas más influyentes del mundo. Y es querido, parece, por famosos (Bill Clinton, Kofi Annan...) y gente a pie de calle. G. Bedell, en The Observer, advertía sobre la dificultad de oír una mala palabra sobre él: “Lleva iniciales en las camisas, fuma en pipa, bebe café negro…, y aunque confiesa su gusto por los buenos restaurantes, no parece interesado en la riqueza”. Los escépticos de la filantropía le provocan diciendo que su aportación empresarial ha hecho mil veces más por África que lo que pueda conseguir ya con objetivos más o menos naif.
Intentamos erradicar las causas de ese dolor. Buscamos el cambio en el modo en que gobernamos nuestros países
Pero lo mejor sobre sí lo ha escrito él mismo -se prodiga mucho en prensa- en Harvard Business Review, donde cuenta que nunca soñó con ser un hombre de negocios. Sucedió por pura frustración, “ante la ignorancia de los occidentales sobre África”. Como consultor, asesoraba a compañías internacionales; les sugería oportunidades en África. Y nada. Un día informó de una licencia en Uganda y el cliente respondió: “¿Quieres que le diga a mi jefe que haga negocios en un país dirigido por ese loco, Idi Amín?”. Silencio. Y respuesta: “Idi Amín no está allí hace años”. No podía dejar pasar el potencial que veía. Ni siquiera las líneas fijas eran competencia... Se lanzó. Y triunfó.
En 2005 vendió la firma (con 23 millones de clientes) por 3.400 millones de dólares (a Zain), embolsándose 1.400 y engrosando la lista de millonarios de este mundo: es el número 33 en Reino Unido, y el 1.268 general, según Forbes. Un año después abrió fundación homónima. Y se sumó así al universo de organizaciones (como la Fundación Bill & Melinda Gates, la Clinton, la Tony Blair, la del nigeriano Dangote o el sudafricano Tony Elumelu) que han hecho de África el lugar donde poner dinero y proyectos, que representan mucho para millones de personas abandonadas a su suerte por los políticos de turno (en África se encuentran los 10 países más pobres del planeta).
Mo Ibrahim, sin embargo, no se ve a sí mismo como filántropo. Lo explicó en la revista New African: “Filantropía es un proceso en el cual intentas hacer el bien ofreciendo material o ayudando en educación o salud o curando el dolor de alguien. Pero nosotros intentamos erradicar las causas de ese dolor. Buscamos el cambio en el modo en que gobernamos nuestros países. Eso traerá beneficios duraderos. No sé si a esto se le puede llamar tal cosa”. Un paso adelante y peliagudo para la filantropía apolítica al uso.
Decidió, lo primero, ofrecer un premio goloso: cinco millones de dólares para gobernantes que hayan mejorado el estado democrático y de desarrollo de su país tras su mandato. “Premia la excelencia política, esa misma que mi padre exige en lo que hace”. Así le define su hija Hadeel, de 29 años. Ella es prueba de la confianza en las nuevas generaciones del sudanés. Con apenas 22 años la puso a dirigir su fundación. Siete años lleva curtiéndose en el cargo la filósofa Hadeel. Guapa y dicharachera es miembro de ONG de mujeres y desarrollo en las que se mueve como pez en el agua, y organiza programas para conectar generaciones y abrir diálogo por un mundo mejor. “La edad media de los líderes en Africa es 63 años, y la continental, 19, así que ¡yo soy vieja!”, ha dicho ella sobre el desfase generacional en política.
Lo cierto es que en siete años el galardón sólo se ha otorgado en tres: a Pedro Pires, ex de Cabo Verde; Festus Mogae, de Botsbuana, y Joaquim Chissano, de Mozambique. Además de uno especial al Nobel de la Paz Desmond Tutú, y honorífico a Mandela. “El premio lanza un mensaje cuando se concede, pero aún más cuando no”, asegura Mo, ante la expectación por la próxima entrega (14 de octubre). Y elaboran también, el Ibrahim Index of African Governance, un mix de referencia con 88 factores de democracia y derechos humanos. “The Dictator Index” ("Índice dictatorial"), lo llama The New Yorker. Mauricio, Cabo Verde, Botsbuana... encabezan la lista en positivo. Nigeria, la cierra. “Los gobiernos no invierten en estadísticas y es hora de producir nuestros propios datos”, dijo Mo en la última reunión del Banco Africano de Desarrollo (Marrakech, mayo). “Gobernar un país sin información es pilotar un avión a ciegas”.
¿Su fórmula mágica? Dejar de mirar atrás, a la colonización, y crear buenos líderes e instituciones; cortar el flujo ilegal de dinero; levantar un mercado continental y una voz común... “Pues hoy somos 54 voces fracasadas”. De esto hablará hoy en Sudáfrica: de la necesidad de que haya “más Mandelas y menos Mugabes”.
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