El duelo y sus emociones
El accidente ferroviario es un terrible cisne negro, en palabras de Nassim Taleb. Hasta el siglo XVIII en Europa se pensaba que todos los cisnes eran blancos, hasta que unos exploradores trajeron unos negros. Nadie podía imaginarse que aquello podría ocurrir, al igual que el accidente en Galicia, que ninguno podíamos suponerlo. El cisne negro tiene muchas formas, desde un proceso de cáncer, una ruptura matrimonial o un despido. Cuando aparece, se abre una secuencia borrosas de emociones de diferente intensidad, dependiendo de la gravedad de lo vivido. Las primeras son hermanas de la ira o del miedo. No es de extrañar la rabia, las preguntas de por qué, la búsqueda de culpables o invertir toda esa energía acumulada contra algo o contra alguien. Es normal. Los expertos en estrés post traumático aseguran que negar la realidad o no aceptarla es un recurso de nuestro cerebro cuando la situación nos supera y muy posiblemente, muchas personas que hayan perdido a alguien en el accidente puedan estar viviendo este ácido momento, que puede durar días o semanas, incluso meses.
Después de este periodo de negación y de miedo, se abre el paso al duelo o a la noche oscura, como diría san Juan de la Cruz. Es el momento de la aceptación, una vez que se ha abandonado la ira. Cuanto antes se llegue a este punto, antes se puede integrar una pérdida. En esta fase se viven tres emociones de modo intensísimo: la tristeza, el dolor y el vacío.
La tristeza agota físicamente, por lo que no es de extrañar que durante un duelo la energía esté bajo mínimos. Es una emoción pegajosa, que evita que nos recuperemos incluso de nuestras enfermedades. Ver sufrir nos duele corporalmente. Lo sabemos todos los que hayamos visto las imágenes del accidente y hayamos sido conscientes de una congoja interna aunque no hayamos perdido a ningún familiar. La ciencia una vez más lo demuestra. En un artículo publicado por la revista Science en 2004, la London University College comprobó que las zonas de cerebro relacionadas con el dolor se activan cuando vemos sufrir a una persona que queremos o con la que nos identificamos. Esa sensación, además, crea un registro emocional similar al que sentimos cuando nos hacemos daño corporalmente, y no se olvida tan fácilmente. Así pues, si estás con alguien que lo está pasando mal, acepta que tu cerebro también lo siente. Somos empáticos por naturaleza.
El vacío se relaciona con una sensación de abandono, de incomprensión, de no encontrarle alicientes a nada de lo que nos rodea. En situaciones tan difíciles, además, puede ser la antesala de una depresión.
¿Y qué podemos hacer? En una noche oscura hay una máxima importante: el tiempo ayuda a deshacer el impacto de las emociones. Por supuesto, estamos hablando del duelo más difícil de todos y máxime si alguien ha perdido a un hijo. Y aunque las cicatrices no se borran, se aprende a convivir con ellas.
En momentos así es importante cuidarse, tratarse con ternura, no exigirse más de lo que podemos. No consiste en convertirnos en un “héroe”, que no necesita a nadie. Cuando los acontecimientos nos superan, es recomendable pedir ayuda profesional para acelerar la salida. No se puede evitar lo vivido, pero sí se puede reinterpretar para tener una visión más amable.
Algo que ayuda pasado un tiempo es comenzar tímidamente a agradecer lo que tenemos. La pérdida pone énfasis en la ausencia y evita contemplar el resto de personas o de situaciones que seguimos teniendo. Pero a esta fase solo podemos llegar si hemos atravesado las anteriores. No hay atajos en el duelo.
En definitiva, el duelo es un gran punto de inflexión en la vida, en donde parece que todo se rompe. Produce una extraña sensación de derrota, de dejar de ser omnipotentes. Reconocer por un momento que las circunstancias te superan o que tus expectativas no se han cumplido ni se cumplirán es una aparente “derrota”. Mientras uno se siga negando el dolor, el dolor seguirá habitando el uno. Aceptar la derrota es ya una primera victoria y una reverencia a la vida que permanece.
Recetas:
- El dolor se supera cuando uno se adentra en él. Toda la energía invertida en la rabia o en el miedo evita que caigamos en brazos del dolor y por tanto, a posterga la salida del final del túnel.
- Sé paciente contigo mismo: La tristeza requiere un tiempo para ir deshaciéndose. Si te sientes mal por ello, no estás dando espacio para que se pueda ir transformando.
- Apóyate en amigos, cuídate y busca ayuda profesional si lo necesitas. No consiste en salir solo, sino en aprender de lo vivido.
Fórmula:
- El dolor se supera cuando uno se adentra en él. Toda la energía invertida en la rabia o en el miedo evita que caigamos en brazos del dolor y por tanto, a posterga la salida del final del túnel.
- Sé paciente contigo mismo: La tristeza requiere un tiempo para ir deshaciéndose. Si te sientes mal por ello, no estás dando espacio para que se pueda ir transformando.
- Apóyate en amigos, cuídate y busca ayuda profesional si lo necesitas. No consiste en salir solo, sino en aprender de lo vivido.
Dedicado desde un profundo respeto y tristeza a todos los familiares de las víctimas del accidente ferroviario.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.