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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Toma la pócima y corre

Cada décima que se arranca al crono requiere dosis crecientes de farmacopea

MARCOS BALFAGÓN

Con ese gusto por la hipérbole que cultiva todo comentarista deportivo, la prueba de velocidad de 100 metros lisos respondía al apelativo “reina del atletismo”. Al paso que van los positivos entre velocistas, será la Reina Ácida (Acid Queen) de The Who. El archivo de los récords mundiales de la especialidad está prácticamente en ruinas. Cuatro de los seis mejores tiempos de la historia (Tyson Gay, Asafa Powell, Justin Gatlin y Tim Montgomery, los dos primeros señalados durante la última semana) se han dopado. O eso dicen las pruebas. Solo Usain Bolt (el hombre más veloz de la historia) y Yohan Blake, dos jamaicanos que solo deben excitarse con tonadillas de Jimi Hendrix, aparecen limpios de polvo y paja. Hubo un tiempo en el que la progresión de la velocidad humana se comparaba con la fulgurante zancada de los felinos carniceros, esos que quedan tan bien en los documentales de La 2 cazando impalas, como el guepardo o la hacendosa leona; hoy sospechamos que casi todo era impostura y pócima. Una afrenta a los ingenuos y nobles depredadores de documental, cuyo único acicate es el hambre.

Desde que Ben Johnson dio positivo en Seúl 88 y manchó sin derecho el nombre de uno de los grandes secundarios del western clásico de John Ford a Sam Peckinpah, los velocistas y los ciclistas son los oficios más sospechosos de darle al frasco estimulante. Hay una ley no escrita, pero tan implacable como el principio de Arquímedes, que establece una relación en progresión geométrica entre cada décima que se arranca al crono (y más cuando se bordean los límites de resistencia física) y dosis crecientes de farmacopea.

Ahora en broma, o las federaciones al cargo son capaces de detectar y sancionar con rapidez los casos de dopaje en el deporte profesional, lo cual recortaría la espectacularidad de las prodigiosas balas humanas que cruzan las metas, o se acepta la pastilla y la transfusión de hemoglobina como animal de compañía y los nombres de los laboratorios aparecen como patrocinadores en las camisetas. La gragea que gane, que sea premiada con pingües subidas en Wall Street. Todo menos que cada semana se le caiga un mito del deporte al honrado televidente.

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