J Lo y el canto del artista arrepentido
Jennifer Lopez ha sido la última en caer en la tentación de actuar para un dictador por un cheque millonario Antes lo hicieron para otros tiranos Beyoncé, Jay-Z, María Carey o Julio Iglesias Con la billetera llena, todos entonan después el 'mea culpa'
La polémica desatada por Jennifer López en el Reino Unido hace dos meses tuvo un perfil moralista, victoriano, pues la audiencia de Britain's Got Talent denunció lubricidad en la exposición del pompis de la cantante latina. “¡Cúbrete el trasero. Es un programa familiar!”, le gritaron. Embutida en mallas y botas negras de gobernanta durante las contorsiones de los amenes, la bailarina se disculpó subrayando que la pronunciada curvatura de su esqueleto allí donde la espalda se almohadilla es de fábrica y admite pocos disimulos. “No soy más atrevida que otras artistas pop”, dijo al comentar su generosa exhibición anatómica y una acrobacia pélvica que fundió los plomos del auditorio.
Superada la controversia, López siguió con su rutina profesional pero esta semana debió explicarse ante una acusación mucho más grave: haber actuado para Gurbanguly Berdimuhamedow, dictador de Turkmenistán, donde abundan las mazmorras, y las libertades y los derechos humanos son pisoteados. “Uno de los países más represores del mundo”, según Human Rights Watch. El patrón de la ex republica soviética se encaramó al trono hace siete años, cumplió 56 el pasado 29 de junio, y tuvo antojos de J Lo en las vísperas de la onomástica. El capricho fue satisfecho por la Corporación China del Petróleo, que explota yacimientos de gas en Turkmenistan, pagó un millón de euros a la diva y sufragó otros 300.000 más en gastos suntuarios, según la revista US Weekly.
La cantante dijo que no sabía que los habitantes sufrieran autoritarismo
La actriz, cantautora, modelo, empresaria y diseñadora de modas estadounidense de origen puertorriqueño activó la máquina de contar billetes y voló en avión privado hasta un complejo turístico del mar Caspio, donde cantó, bailó y cabrioló el derrier con el arte, la sensualidad y la intención que le son propios. Después, vestida como las lugareñas, dedicó al cacique el Happy birthday de autos, cobró el talón de los chinos, y regresó a casa, aparentemente ajena a que su serenata en Asia central iba a levantar ampollas. Las reacciones fueron fulminantes. “El seis de julio (hoy) es el cumpleaños del dictador de Kazajistán. Quizás podría visitarle también ¿no?”, ironizó Thor Halvorssen, presidente de Human Rights Watch. La española Chenoa visitó Bata en junio del pasado año a 'Teodorín Enguema, primogénito del dictador de Guinea Ecuatorial, que la contrató junto a otros para los conciertos y festejos públicos de su 33 cumpleaños.
Al igual que otras celebridades seducidas por la chequera de dictadores asiáticos o africanos también los portavoces de Jennifer López pidieron disculpas, argumentando en un comunicado que ella no sabía que los cinco millones de habitantes de Turkmenistán sufren totalitarismo, y que de haberlo sabido —quizá quiso decir que de haber sabido que existía Google—, no hubiera aceptado la invitación. La culpa, vinieron a decir, la tienen los chinos por enredadores, y por haberle pedido en el último minuto que felicitara al déspota. López tiene el derecho a ganarse la vida cantando para los dictadores y sus cómplices, según Halvorssen, pero “sus acciones destruyen por completo el mensaje, cuidadosamente elaborado, que ha cultivado con su participación anterior en programas de Amnistía Internacional en México destinados a frenar la violencia contra las mujeres”.
Julio Iglesias: "La imagen que encontré de Malabo era muy diferente a la que da la prensa"
El mea culpa de la latina se suma a los contritas declaraciones de los músicos, bailarines, deportistas y actores descubiertos en compañías poco recomendables. Wikileaks reveló en febrero del 2011 que, en años recientes, Beyoncé, Jay-Z, Usher, Mariah Carey y Nelly Furtado habían participado en fiestas de la familia Gadafi, implicada en crímenes de guerra y terrorismo durante sus 42 años de tiranía. La premiada actriz Hilary Swank, el matón de película Jean Claude Van Damme, el solista Seal y la violinista Vanessa Mae acompañaron hace dos años al brutal regente de Chechenia, Ramzan Kadirov, en su 35 cumpleaños. Pasaron por alto que el anfitrión afronta cargos de haber aplicado una política de exterminio y tierra arrasada.
La relación de artistas arrepentidos se renueva periódicamente porque, como dijo el presidente mexicano Alvaro Obregón (1920-24) sobre la corrupción de valores, “no hay general que aguante un cañonazo de 50.000 pesos”, y los dictadores abonan millonadas a las luminarias más apetecibles. No sólo se trata de satisfacer caprichos y extravagancias, sino de demostrar a sus oprimidas sociedades que son aceptados internacionalmente. El caché de Julio Iglesias es alto pero asequible para quien no rinde cuentas. Compartió un vídeo musical con una hija del dictador uzbeko Karimov, y reincide, según la crítica de Pedro Pizano, portavoz del Freedon Forum de Oslo. “No puede decir que no le metan en política. Tras su actuación en Malabo, (en octubre del pasado año), Guinea Ecuatorial colgó en su web oficial un texto que decía: “el cantante reconoció que la imagen que encontró del país es muy diferente a la ofrecida por la prensa internacional”.
Una vez descubiertas, y años después de haber cobrado, las celebridades más preocupadas por su imagen, y por el eventual rechazo de los fans que acuden a sus conciertos y compran su música, se agolparon en las ventanillas de la UNICEF ofreciendo donativos y rogativas, publicitaron su adhesión a la cruzada contra la mortalidad en África y las epidemias en Haití, y no hubo causa noble que no contara con su concurso. Más sincero pareció el bisabuelo de los trovadores de satrapías: el abogado, actor y cantante de espirituales negros Paul Robeson (1898-1976), siempre firme en su adhesión al tirano Stalin, a quien dedicó talento y activismo, y cuya “gran humanidad” glosó porque el racismo y la explotación laboral de su tiempo determinaron la ciega militancia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.