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Tribuna
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El debate generacional

Entre los jóvenes hay muchos capaces de imaginar una democracia distinta

Ignacio Urquizu

Si hay un debate recurrente en la vida política española es la cuestión generacional. Conrenuncia a la reelección lo ha vuelto a abrir el presidente de Andalucía. Pero no es nuevo. Ya en 2011, un veterano dirigente socialista que lleva en su escaño desde las primeras elecciones democráticas argumentó que “ni los jovencitos primero y las mujeres al poder” valían para diseñar el futuro del PSOE. Lo más llamativo es que lo dijese alguien que entró por primera vez en la dirección socialista teniendo 34 años, con un secretario general de 32 y donde no había ninguna mujer.

Pero en esa generación, no solo los políticos se iniciaron muy pronto. Muchos de nuestros referentes en el mundo del periodismo comenzaron a tener responsabilidades a edades tempranas. Iñaki Gabilondo había dirigido Hora 25 y los servicios informativos de la cadena SER antes de los 40 años. El director-fundador de EL PAÍS tenía 32 cuando asumió esa responsabilidad.

Por alguna extraña razón, los españoles suelen confiar en liderazgos jóvenes. En España, la edad promedio de acceso a la presidencia del Gobierno ha sido de casi 47 años, siendo el más joven Felipe González (40 años) y el mayor Mariano Rajoy (56 años). De hecho, la mayoría de nuestros presidentes comenzaron a serlo en una edad cercana a los 40 años.

Esto contrasta con lo que sucede en otras democracias. En Alemania, por ejemplo, la media de edad de acceso a la Cancillería es de casi 59 años y ninguno de ellos tenía menos de 50 cuando asumió por primera vez esa responsabilidad. En Italia, donde han llegado a tener cinco primeros ministros de más de 70 años, la edad media de acceso por primera vez a la jefatura del Gobierno es casi de 57 años. En Reino Unido la media es ligeramente inferior y se sitúa por encima de los 55; muy próxima a la francesa, que es de 54, mientras que en Noruega es de casi 52 años. Si hay una democracia europea que se aproxima a España en esta circunstancia es Suecia, donde la media es de algo más de 46 años.

España confía en liderazgos jóvenes: la mayoría de los presidentes comenzaron a serlo cerca de los 40

Pero ¿qué consecuencias conlleva tener presidentes jóvenes? Desde el punto de vista económico, muy pocas. Si analizamos la relación entre la edad de los primeros ministros y las variables económicas más relevantes, la única correlación importante surge con el gasto público: los políticos de más edad tienden a reducirlo más. Por lo demás, no hay relaciones estadísticas significativas.

Quizá, la consecuencia más relevante es política. Cada generación crece con sus propios “fantasmas”. La máxima preocupación que tenían los protagonistas de la Transición era evitar lo que sucedió durante la Segunda República: inestabilidad política. Desde este punto de vista, el diseño institucional de nuestra democracia ha sido ejemplar, aunque para ello hemos tenido que sacrificar algunas cosas, en especial la capacidad de introducir cambios en el entramado institucional.

Pero la generación de los que nacimos con nuestra democracia tenemos otras preocupaciones que no se corresponden en su totalidad con las de la generación anterior. Según las encuestas del CIS, mientras que los mayores de 30 años reclaman a nuestro sistema político bienestar económico, los más jóvenes lo asocian a cuestiones más políticas: instituciones y partidos que representen los intereses de los ciudadanos.

No es una discusión
de personas ni
de ideas, sino de personas con ideas

La crisis económica ha despertado a esta nueva generación. Los estudios publicados por la Fundación Alternativas revelan que el 80% de los que participaron de forma activa en el Movimiento del 15-M tenían menos de 35 años y el 70% de ellos había finalizado o cursaba estudios universitarios. Y, ¿qué es lo que gritaban estos jóvenes? “No nos representan”. Hablaban, por tanto, de política.

Pero este despertar generacional no coincide con una crisis económica cualquiera, todo indica que es de la misma envergadura que las de 1929 o de los años setenta. Estas dos recesiones marcaron puntos de inflexión en nuestra historia política y es muy probable que la actual crisis también suponga transformaciones importantes. En el fondo, no va a suceder nada que no haya pasado antes. En los años setenta, una nueva generación de políticos de centro-derecha y de centro-izquierda asumieron el protagonismo y sentaron las bases de nuestra sociedad para los siguientes 35 años.

Por ello, se equivocarán quienes crean que el debate generacional solo atañe a una formación política. Tanto el Partido Popular como Izquierda Unida también están afectados por este debate, puesto que sus principales dirigentes están más cerca de los años ochenta que del siglo XXI.

No obstante, algo de razón tienen los críticos con el debate generacional cuando afirman que el debate de personas es menos relevante que el de ideas, porque lo que necesitamos son personas con una idea de país. Sin embargo, cuesta creer que cuando estamos ante una de las generaciones mejor formadas de nuestra historia, esta no tenga una idea de país. De hecho, el debate no es ni de personas ni de ideas, sino de personas con ideas y entre los jóvenes hay muchos que son capaces de imaginar una democracia distinta, una sociedad distinta y una economía distinta.

En el fondo, vuelve a surgir la misma pregunta que se hizo Jefferson hace más de 220 años: ¿hasta qué punto una nueva generación puede estar atada por lo que decidió la anterior?

Ignacio Urquizu es profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid y colaborador de la Fundación Alternativas.

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