El marido del embajador
Las canciones de Alaska hablan de esa convulsa lucha entre la emoción, la exageración y la ironía que podrían definir el gusto de una generación que ha madurado montando un altar de divinidades y de libertades
Alaska ha cumplido 50 años y lo celebró con una fiesta para los que han formado parte de su vida “desde mi cumpleaños 16”, como afirmó delante de la inmensa tarta color frambuesa, con su pelo negro cardado hasta el infinito y un traje de sutiles lentejuelas azul cobalto. Fue el miércoles en Florida Park, olvidada y legendaria sala de fiestas en el corazón del parque madrileño El Retiro. Con sus palmeras de neón azul y ámbar, sus canapés de jamón rosado y espárragos amarillos, el Florida Park revivió “como parte de nuestro rollo, de nuestra generación”, según Mario Vaquerizo, marido y director de la velada. Gran protagonista fue la escalera de espejos por la que han descendido desde Tina Turner hasta Juan Pablo, el célebre maquillador, que, enfundado en un esmoquin Liberace, sorprendió con una desbocada interpretación de Simply the best.
Celebrar 50 años tiene que ser así, a lo grande. Y con un surtido de actuaciones musicales que rivalizaban con las de la boda de Tamara Eccleston en Cap Ferrat. Si allí hubo Elton John, en el Florida Park, Bimba Bosé interpretó Linda, de su tío Miguel. Y ese nuevo genio del vodevil, Jorge Calvo, rescató lo mejor de sus maravillosas noches, para terminar montando un tablao flamenco al ritmo del último éxito de Fangoria.
Bajo la gigantesca lámpara de gotas de cristal, instalada allí por Serrat hace décadas, la guinda emocional la puso Alaska al referirse a las ausencias, “que siguen aquí mientras nosotros sigamos aquí”. En estos 50 años muchas cosas hemos compartido con ella, incluyendo, desde luego, sus canciones, que a su manera única y genuinamente pop han estado aquí, como los muertos, en este lado de la vida. La florida ceremonia de los invitados saludándose entre mesas y canapés fue un quién es quién de la movida, la postmovida, el frikismo y todos los istmos por los que ha atravesado Alaska. En una pantalla video wall, reliquia de los noventa, desfilaban Bosé (en su primera actuación ante sus padres y Dewi Sukarno en el programa Directísimo), Massiel en un rapto de shorts y esmoquin cruzado y Locomía, un éxtasis de melenas, hombreras y rímel para caballeros. En la sala se escuchaba Siouxie, la gran sacerdotisa de la música dark, mientras en la pantalla Raffaella Carrá bailaba explota, explota me explo. Un encuentro de culturas en forma de canapé.
Antes del cumpleaños, aterrizó en nuestro país Naruhito, el heredero imperial japonés, que fue recibido por nuestro príncipe Felipe y Letizia recuperando su hábito de enseñar sus brazos desnudos, así la princesa reinventa el corte de mangas, su tardía respuesta a los abucheos en el Liceu. El príncipe Felipe sobresale como gigante frente a la solitaria y breve estatura de Naruhito; esa diferencia de tamaño es inversamente proporcional a la realidad económica de nuestros países. Japón sigue siendo el tercer gigante de la economía mundial mientras nosotros… ay, nosotros… no olvidamos a la princesa imperial Masako que, quizás convencida de que en España todo es desasosiego, prefiere permanecer entre sombras y vapores de té de jazmín en Tokio.
Provocando un agitado frufrú de sotanas, al papa Francisco se le escapó: “Sí, existe un lobby gay” delante de unos sacerdotes latinoamericanos en el Vaticano. Los sacerdotes corrieron a sus móviles a difundir la buena nueva. No hay diablo pero sí diablas. Como cualquier otro, es un lobby con muchos filtros e intereses. El papa asoció el lobby gay con la corrupción en la Santa Sede. ¿Cuáles serán los intereses que persiguen estas eminencias lobistas? Se especula con que la renuncia de Benedicto se debe a unos posibles documentos secretos que indicarían tratos de favor a determinados miembros de la curia. Es discutible y desvía, papa Francisco, asociar corrupción con homosexualidad. En España casi todo es presunto en torno a nuestras máximas figuras de la corrupción excepto su heterosexualidad: de Luis Bárcenas, de indiscutible heterosexualidad ibérica, pasando por El Bigotes, hasta el duque Em Palma Do. Aquí lo hetero predomina. La corrupción, como la religión, no distingue sexualidades.
Al papa le sorprenderá saber que en las embajadas de Francia y EE UU en Madrid se han instalado sendas parejas diplomáticas gays. ¡No se habla de otra cosa! Al parecer, el nuevo embajador francés y su pareja no están casados. El de EEUU, sí. Y son mucho mas simpáticos los gringos, seguramente porque el matrimonio te da un plus de seguridad. Se sabe también que el marido del embajador de EEUU es famoso, pues ha sido el decorador escogido por Michelle Obama para dejar su impronta en la Casa Blanca. ¿Estaba al tanto de esto Edward Snowden, el filtrador de los secretos de estado? Michael Smith, el decorador casado con el nuevo embajador, es miembro del consejo consultivo para la decoración de la Casa Blanca, un título serio a la par que glamuroso que le ha permitido poner una colección de cerámica primitiva americana y alfombras con la efigie de Martin Luther King. Algunos decoradores madrileños están cantando de alegría porque uno de los suyos esté tan bien colocado.
Y muchas canciones de Alaska hablan de esa convulsa lucha entre la emoción, la exageración y la ironía que podrían definir el gusto de una generación que ha madurado montando un altar de divinidades y de libertades sin ser un lobby.
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