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LA PARADOJA Y EL ESTILO
Columna
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Sexo oral

¡Por favor, ministro! Insistir en el flamenco y el jamón es no entender algo muy español: el saber reírnos y disfrutar de nosotros mismos Nuestros banqueros son nuestro futuro. Y regalarles sexo oral, nuestra marca

Boris Izaguirre
Esther Williams en un fotograma de "Easy to love" (1953).
Esther Williams en un fotograma de "Easy to love" (1953).Cordon Press

Es una pena que la presentación de la Marca España en Bruselas haya coincidido con el embrollo provocado por las declaraciones de Michael Douglas, señalando al sexo oral de ser propiciador de su cáncer de garganta. La Marca España llegó con un año de retraso y eclipsada por un bocazas.

En Bruselas residen la troika y Fabiola. No ha sido precisamente el cunnilingus lo primero que le vino a la cabeza a la exreina al enterarse de que su Gobierno ha decidido rebajarles el sueldo a ella y a otros miembros de la familia real. En esta semana de gargantas profundas, Fabiola se despertó boquiabierta por la reforma. Ahora percibirá medio millón de euros menos al año y tendrá que pagar un 30% de impuestos. Y encima deberán ceñirse a un código ético. ¡Ay!, temblamos con esos Países Bajos, donde ahora todo son reformas, abdicaciones, impuestos, códigos éticos. Aquí, en la Marca España, un código ético que sí goza de respeto es el del Museo de Cera, una institución que se lo ha ganado a pulso con sus decisiones de trasladar o derretir a los miembros de la Familia Real que desdibujaran la fotografía de una familia ejemplar. Son cosas como estas las que te hacen pensar si no es mejor vivir de un país de sol y viva la Pepa antes que sobrevivir en una tierra seria y con mal clima.

Esther Williams, como toda estrella del cine que se precie, tuvo una vida erótica húmeda y elástica. Contaba cómo Weissmuller era un atleta sexual

Pasado ese disgusto, monarcas y súbditos aún permanecemos sobrecogidos con las declaraciones de Michael Douglas acusando al sexo oral de propagar del cáncer de garganta. En un blog han hecho la aterradora pregunta: “¿Es que vamos a morir todos?”. ¡Con lo que les ha costado a las señoras hacer entender a los caballeros que un poco de cunnilingus es satisfacción mutua, viene Douglas y se carga décadas de sexo feliz con una frase que hasta él mismo se ha empeñado en desdecir! Pero no, Michael, lo dijiste, y tu primera esposa, Diandra, que te descubrió Mallorca y la felicidad (aunque después la obligaras a compartir la casa en Sóller y el ático de Nueva York con Catherine Zeta-Jones), ya ha declarado que la cosa no empezó con ella. Entonces, ¿qué pasaba, Diandra? Zeta-Jones no ha dicho ni esta boca es mía. Michael, señalar así al sexo oral es montárselo mal. Porque hasta ahora se podía hacer con alegría y porque ha sido una práctica que ha unido no solo a hombres y mujeres, sino a toda la humanidad y la ha hecho mejor. Tú mismo la interpretaste con Sharon Stone y Demi Moore en imborrables escenas eróticas del cine de los noventa. Qué empeño ahora con querer agregar culpa donde hay felicidad.

Está mal que un miembro de una dinastía hollywoodense se ahogue así poniéndose cateto. Siempre a flote, Esther Williams, la recientemente fallecida estrella acuática y reina del maquillaje a prueba de agua, contaba en su fabulosa biografía La sirena de un millón de dólares cómo Johnny Weissmuller era un atleta sexual capaz de tragar cloro y spandex entre los juegos que protagonizaban en un espectáculo. Williams, como toda estrella que se precie, tuvo una vida sexual húmeda y elástica. Uno de sus novios, el actor Jeff Chandler, aflora en su biografía como aficionado a vestirse de mujer. La propia Williams cuenta que se lo encontró un día en el vestidor, en plenos años cincuenta, enteramente ataviado con ropa de ella. Williams era atlética, con sonrisa y espalda de nadadora, pero no tanta como para no temer que su novio le destrozara los bañadores.

Ropa de baño y sexo oral estuvieron, al menos oficialmente, al margen en el estreno de la Marca España. Da pena que el ministro de exteriores, señor Margallo, no tenga el suficiente sentido del humor para asumir que lo que hoy define a España son nuestros logros y disparates, no nuestros tópicos más vistos, que fue lo que presentó en Bruselas. Flamenco y jamón, ¡por favor, ministro! Insistir en lo mismo es no entender algo muy español: el saber reírnos y disfrutar de nosotros mismos y de nuestras cosas. De Ibiza, por ejemplo: sexo, baño y musicón. Y podrían aclararles al resto de los europeos que nuestra bebida nacional no es solo la sangría, que es para el verano, sino el gin tonic, que es para todo el año: juntos, burbujas, alcohol y alegría en un mismo vaso y un mismo destino.

Como en la otra idea para renovar la Marca España: la transformación de algunas cárceles en presidios de alto standing. Se comenta, entre burbujas de gin tonic, que en Soto del Real, con el reingreso del señor Blesa, presuntamente se instale allí un discreto club social y que pronto las cenas benéficas recaudarán fondos para la mejora de esas instalaciones. Ya que uno de los pocos sectores que cuentan todavía con el privilegio de los cuidados públicos, aplicados casi como un buen sexo oral, son los banqueros. La economía de Marca España lo primero que auxilia es a los bancos, y lo segundo, a sus banqueros. Da igual si han adquirido un banco en Florida o han descerrajado (metafóricamente) una caja en el Mediterráneo, son una rara especie necesaria y necesitada más de cuidados intensivos que de intensiva vigilancia. Porque nuestros banqueros son nuestro futuro. Y regalarles sexo oral, nuestra marca.

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