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LA PARADOJA Y EL ESTILO
Columna
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Todos muy alegres

"Infanta Elena 'for president", claman algunos. Afortunadamente, sin la desafortunada imputación de su hermana seguiremos siendo el país alegre y zarzuelero de siempre

Boris Izaguirre
La infanta Elena, junto a Manolo Santana, en el Open de Tenis de Madrid, el martes.
La infanta Elena, junto a Manolo Santana, en el Open de Tenis de Madrid, el martes.juan carlos hidalgo (EFE)

Se ha dicho que el mejor personaje de la familia real es Elena, la infanta, no solo por su innegable porte borbónico, sino también por esa cercanía al carisma paterno original, lo que le permite llevar el Borbón en la cara y a los de la plaza, en el bolsillo. Esta semana, mientras disfrutaba del tenis en el Mutua Madrid Open se volvió portavoz al exclamar: “Estamos muy alegres”, por la suspensión cautelar de la imputación a su hermana, la infanta Cristina. Una frase redonda, una verdad como un templo. Muy alegres, no contentos, que hubiera sido una declaración más propia de Ortega Cano. La infanta dijo claramente lo que ni el Gobierno ni la oposición socialista supieron decir, fue la voz del statu quo ante el Instituto Nóos.

Es que la infanta Elena puede sorprender: el día de su boda en Sevilla, en 1995, se olvidó de pedirle la venia matrimonial a su padre, algo que parecía un trámite imprescindible en la primera boda de una hija del rey. Fue un gesto similar al de hoy, entre el olvido y la rebeldía. Años más tarde, su ruptura matrimonial se acuñó con aquello de “separación temporal de la convivencia”, marcando un antes y un después en la zona conservadora del tendido. También dijo “a ver si amainamos”, ante los periodistas que la seguían cuando las preguntas sobre el divorcio caían sobre ella como un chaparrón. Cuando fue apartada del palco oficial en el desfile de las Fuerzas Armadas, admitió: “Este día tenía que llegar”. Durante los años de su matrimonio con Jaime de Marichalar ofreció una imagen de duquesa de lujo, reina de los pamelones, que nadie en su entorno ha sabido superar (incluso la revista ¡Hola! ha reconocido, citando a expertos, que la pamelita gris de Letizia en la coronación de Máxima estuvo mal ubicada, fue un error topográfico).

Su “Estamos muy alegres” no es solo una reafirmación institucional es también la confirmación de que hay alguien en España que sí puede decirnos algo definitivo y al margen de partidismos. “Infanta Elena for president”, afirman algunos alegremente, como si fuéramos EE UU, donde ya han imputado y procesado a dos presidentes, Nixon y Clinton. Afortunadamente, sin esa desafortunada imputación seguiremos siendo el país alegre y zarzuelero de siempre. Aunque Alfredo Landa nos deje, el landismo y el mus no nos dejarán.

Sabiéndolo, la Casa del Rey prefirió evitar que la infanta continuara disfrutando de las raquetas y de los micrófonos, por temor a la tentación de seguir hablando más openly durante el Open. En la zarzuela de animadas mesas del restaurante VIP se comenta tanto lo que significa una imputación como del buen estado de Rafa Nadal o el surgimiento de una nueva estrella, el búlgaro Dimitrov, que machacó a Djokovic al mismo tiempo que la infanta remataba sus declaraciones. El VIP del Mutua Open Madrid es el único lugar de España donde el tiempo parece haberse detenido en el año 2007, cuando nos sentíamos, más que alegres, ricos. Todo parece estar diseñado para que aparques la crisis y te sientas vip por un día: cochazo y chófer para llevarte a La Caja Mágica, sorteando la realidad hasta llegar al inicio de una alfombra roja con un photocall infinito donde escuchas flashes como si gritaran tu nombre hasta llegar a la meta: un cubo negro, el restaurante.

Una vez dentro, las mesas se reparten en decorados alusivos a las ciudades que alojan torneos de tenis. Puedes comer roast beef en Londres, sushi en Nueva York, pescado en Melbourne, jamón en Madrid y, por una razón inexplicable, crema catalana en París. Todo gratis. Amén de un saludo a Manolo Santana y a su futura esposa, Claudia (denostados abiertamente por Mila Ximénez, la anterior esposa del tenista, desde su cancha televisiva en Sálvame). El ambientazo allí es como si Bárcenas estuviera todavía al frente de la tesorería del Partido Popular, en pleno baile de sobres y de sueldos. Pero sin el juez Pablo Ruz sobre la pista.

En el Real Madrid, unos están alegres porque se van según lo planificado y otros están tristes porque sus pitadas no alteran a Mourinho mientras Casillas continúa en el banquillo. Pero lo que de verdad apasiona en esta otra cancha es la intención de Alfredo di Stéfano de casarse con su novia de hace tres años y varias décadas más joven, Gina González. Una boda siempre trae alegría y problemas. La pareja parece inspirada en la película francesa Intocable, sobre todo cuando ella pasea al mito futbolístico en su silla de ruedas en compañía de una amiga futbolera.

Los hijos de Di Stéfano tratan de recuperar tiempo y han puesto una denuncia sobre la salud mental del padre. Como tantas veces, las alegrías de unos son las miserias de otros. El futbolista quiere marcar un último gol en su vida sentimental, y sus hijos defienden la portería temiendo porque el partido pierda alegría y se someta a un triste final por penaltis. Los que dicen conocer a Di Stéfano aseguran que ese amor no puede ser otra cosa que verdadero, ya que el mito del fútbol es de corazón abierto, pero de puño cerrado. Visto desde la grada, los hijos deberían evitar el regate y permitirle al legendario futbolista esa alegría e imitar la emoción de la infanta celebrando, como ella, este nuevo gol.

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