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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pakistán habla

Las elecciones legislativas de mañana son un punto de partida en una historia atormentada

Por primera vez desde su fundación en 1947, el Gobierno que salga de las urnas mañana en Pakistán recibirá el testigo de otro Gobierno de civiles que ha cumplido sus cinco años de mandato. Es un mojón para un país crucial, en inestabilidad permanente, con sus poderes a la greña e históricamente tutelado por sus generales, donde coexisten una violencia política y una corrupción institucional extremas.

Esa violencia, de la que el secuestro ayer del hijo de un ex primer ministro es solo un botón, es causa de una campaña sin apenas actos públicos. Los talibanes, que amenazan con bañar en sangre la jornada electoral, han matado en un mes a más de 100 personas en mítines políticos. Es una fracción de los atentados sectarios.

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Pakistán no es un país al uso. No puede serlo una potencia nuclear de 180 millones de almas en la que los cortes de electricidad duran hasta 20 horas al día; donde se dedica a gastos militares cinco veces más que a educación, el terrorismo islamista hace estragos y la enseñanza está secuestrada por el extremismo religioso. Una concepción tan feudal como venal de la política hace que los líderes de los grandes partidos, verdaderas dinastías, suelan estar más atentos a su propio medro que a los intereses del Estado. El legado del partido gobernante del presidente Asif Zardari (PPP) facilita las cosas a su rival Nawaz Sharif, jefe de la Liga Musulmana, al que los sondeos otorgan hasta el 60% del voto. Con Zardari, que deja el cargo en septiembre, el terrorismo se ha multiplicado y la deuda se ha hecho insostenible. Sharif, dos veces primer ministro y próximo a los partidos religiosos que se oponen a la alianza con EE UU, fue depuesto por los militares en 1999. Su eventual victoria no facilitará las relaciones con un poder determinante. El mayor obstáculo a su triunfo es Imran Khan, el jugador de críquet transformado en político derechista, favorito de los generales. El partido de Khan podría tener la llave del Gobierno en un Parlamento sin clara mayoría.

Las elecciones son un rayo de esperanza para los paquistaníes, pero apenas un punto de partida en su atormentada historia. El vencedor hereda enormes dificultades y unos poderes intervenidos. Los generales seguirán dirigiendo la política exterior y la seguridad, determinando la relación con India, el archienemigo nuclear, o con Afganistán, su antepatio. Y a través de sus servicios secretos, manejando en buena medida los hilos de la plétora de grupos yihadistas que atenazan Pakistán.

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