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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Vertedero en órbita

Medio siglo de carrera espacial ha bastado para que dejemos nuestro entorno cósmico hecho un basurero

Marcos Balfagón

Medio siglo de carrera espacial ha bastado para que dejemos nuestro entorno cósmico hecho un vertedero. Entre desechos de satélites abandonados y trozos de fuselaje, pintura y tornillería de las etapas que descartaban los cohetes durante su ascenso, los fragmentos de tamaño superior a un milímetro superan ya los 170 millones en las órbitas bajas. Y, aunque los más peligrosos son los 29.000 que miden más de 10 centímetros, su alta velocidad en esas órbitas hace que incluso los más pequeños supongan un riesgo para los satélites en activo.

Hasta los astronautas de la Estación Espacial Internacional han tenido que salir pitando alguna vez a refugiarse en sus naves ante la aproximación de una nube amenazante de chatarra; aunque huir de la estación parezca una salida poco digna, no resulta exagerada, porque un simple tornillo a esa velocidad puede perforar el fuselaje y causar una emergencia por despresurización.

Las agencias espaciales han ido acordando medidas para generar menos basura, como disponer los nuevos lanzamientos de modo que las partes descartables de los cohetes se desintegren en la atmósfera, o ‘empujar’ los satélites al final de su vida útil hacia órbitas basurero donde al menos no estorben. Pero, como ocurre con nuestros desechos en tierra firme y el CO2 en la atmósfera, el mero hecho de no producir nueva basura espacial —o no mucha— ya no basta. La mayoría de los expertos coinciden en que hay que ir pensando en recoger la existente.

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No va a ser fácil, pero sí necesario para garantizar la seguridad del millar de satélites en uso, convertidos en un pilar básico de la tecnología de la navegación y las comunicaciones.Las ideas que manejan los ingenieros están, como parece lógico, inspiradas en las tradicionales artes de pesca, con naves que despliegan redes, o incluso que lanzan arpones para capturar piezas de chatarra ambulante.

Una de las pocas buenas noticias que ha salido de la catalogación de la basura es que la mayor parte está concentrada en un sector orbital discreto, entre los 800 y los 1.000 kilómetros de altitud. Eso facilitará las cosas, aunque después de diseñar los ingenios necesarios quedará por aclarar un problema: quién paga la limpieza. Tal vez lo resuelva el libre mercado.

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