Beatificaciones
El corresponsal en Buenos Aires terminaba su crónica del domingo 24 de marzo asegurando que se da por hecho que la primera persona a quien el nuevo Papa beatificaría sería Carlos de Dios Murias, un franciscano torturado y asesinado durante la dictadura militar argentina. A uno se le ocurre que eso está muy bien y que ojalá sea así, pero que igualmente estaría muy bien que el segundo beatificado fuera monseñor Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado cuando decía misa hace ahora 33 años.
Su sucesor, monseñor Rivera y Damas, inició en 1994 la causa de beatificación, pero solo logró que el arzobispo Romero fuera declarado siervo de Dios y que la Congregación para la Doctrina de la Fe lo absolviera de la acusación de revolucionario y le reconociera como “hombre de la Iglesia, del Evangelio y de los pobres”. Con mayor generosidad, la comunión anglicana lo incluyó en su santoral y le dedicó una de las 10 estatuas erigidas en la catedral de Westminster en honor de los mártires del siglo XX.
¿Sería mucho pedir que la Iglesia católica, tan pródiga en beatificaciones y canonizaciones bajo el pontificado de Juan Pablo II, fuera tan generosa con uno de sus miembros, mártir en el sentido más riguroso de la palabra, como lo ha sido la anglicana con alguien que, desde el punto de vista eclesiástico, le era completamente ajeno?— Pedro Bermejo Marín.
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