Vigilar a los empresarios
Recientemente, el presidente de la CEOE, Juan Rosell, manifestaba que dado que “existe mucho empleo público que en este momento ni tiene competencias ni trabajo por hacer sin nada que hacer gastando bolígrafos y teléfono, saldría más barato para el país mantener a algunos funcionarios en sus casas cobrando subsidios que en sus puestos de trabajo”.
Pero estaría bien que a la vista de las últimas noticias sobre supuestos pagos en negro a trabajadores de sus horas extras, evitando así la correspondiente cotización a la Seguridad Social, alguien preguntara al señor Rosell si no sería más conveniente que en lugar de dejar en casa a los funcionarios supuestamente ociosos los pusiéramos a vigilar a los empresarios supuestamente tramposos, para que cumplan con sus obligaciones para con los trabajadores y para con el resto de la ciudadanía.— Patricio Arribas y Atienza. Denia, Alicante.
Ante las despectivas e insultantes declaraciones del presidente de la CEOE relativas a los funcionarios, una vez más vendiendo al ciudadano una imagen de nosotros para que el país crea que merecemos todo lo que nos están haciendo y más, quiero decir que funcionario no solo es aquel que se sienta en una mesa y realiza un trabajo administrativo (en el que gasta papel y teléfono a mansalva), sino también todo aquel empleado público que atiende al enfermo en la sanidad pública (la que queda o la que va a quedar), el bombero que evita una catástrofe, el docente que enseña a nuestros hijos, etcétera. Evidentemente, el trato recibido por todos los profesionales que trabajamos en el servicio público redunda en una falta de motivación que intentamos por todos los medios no se refleje en la atención al ciudadano. Ello resulta difícil cuando se nos ofende directamente y se acude incluso al insulto personal. No les ha resultado bastante rebajar nuestros sueldos, aumentar la jornada, trabajar con sistemas y material roto y programas informáticos del pleistoceno, sino que además tienen que hacer ver a la opinión pública que tienen razón, que merecemos cualquier cosa que nos pase solo por el gran pecado de haber aprobado oposiciones a las que pueden acceder todas las personas que posean la titulación requerida y estudien mucho.— Blanca Cutanda Henríquez. Madrid.
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