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LA PARADOJA Y EL ESTILO
Columna
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Menudo pollo

Los capones de Cascajares subastados en el Ritz no pueden confesar. Pero Díaz Ferrán debería observar la prestancia de estas aves en su lujoso cautiverio

Boris Izaguirre
La clásica subasta solidaria de capones de Cascajares en Madrid reunió a Esperanza Aguirre, Lucía Bosé y Beatriz de Orleans y a la alta sociedad capitalina.
La clásica subasta solidaria de capones de Cascajares en Madrid reunió a Esperanza Aguirre, Lucía Bosé y Beatriz de Orleans y a la alta sociedad capitalina.CASCAJARES

La primera pregunta que muchos nos hicimos ante la detención de Díaz Ferrán fue: ¿cuántas horas pasará en la cárcel? Nos hemos acostumbrado a ver entrar y salir de cárceles y juzgados a coches blindados con pavos de lujo dentro. Pareciera que una de las tendencias de este invierno es pasar un rato entre rejas.

Por eso, en un tiempo en el que necesitamos insuflar optimismo emprendedor, deberíamos incentivar la creación de empresas para tratamiento vip a presos vips. ¿Será la celda de Díaz Ferrán igual a la de un delincuente común? En los años noventa, en Venezuela sucedió algo similar: sobrepoblación penal de reos estelares. Se llegó a retratar una celda vip y vimos que era como una suite minimalista, con teléfonos y fax, que, al contrario que la corrupción y los presos de alto copete, sí paso de moda y desapareció. Si llegamos a ver la celda deluxe que le han preparado a Díaz Ferrán, tendrá ordenadores, móviles y cuenta en Twitter. Pero no olvidemos que aquella oleada de corrupción de altos vuelos en Venezuela terminó provocando la aparición estelar de Hugo Chávez, lo que indica que, viendo este tremendo pollo de entradas y salidas de la cárcel, expresidentes de la patronal reconvertidos en presuntos delincuentes, se líe el gran pollo y apostemos por un gallo que cante y haga lo que mejor le parezca.

Lo que arrebata es lo del famoso lingote de oro en casa, ¿expuesto en el salón principal o en la biblioteca? En el fondo es coherente que un expresidente de la patronal disponga de un lingote en casa. Ya que no podemos encerrarles más de lo que dura un spa, debemos exigirle a este tipo de presidiario chic que se deje llevar por pequeñas extravagancias. Que le dejen estacionar su Rolls en el patio de la cárcel, ¡el Rolls de la cárcel! Que llegue en esmoquin y con botonadura de oro junto con un par de amigos acompañándole con una buena fiesta encima. Como en la época de los gánsteres, donde los malos no se privaban de nada y vivían a todo tren. Eso sí que debemos exigírselo a Ferrán, Gao Ping y los Nóos: lujo insensato para hacer más digerible la impunidad.

En la feria Art Basel de Miami una dama intentaba explicar a un millonario quién era Jacobo Fitz James. “¿No conoce usted la casa de Alba?”, y él ponía cara de que le hablaban de una casa de tartas. “¿Qué coleccionan?”

Lejos de allí, pero también en un encierro, los millonarios del mundo se reúnen en Miami para celebrar la undécima edición de Art Basel, la feria de arte que mejor mezcla fiesta, arte modernísimo y dinero de cualquier parte. Las calles de Miami Beach se pueblan de groupies aferrados a sus móviles, yendo como zombis del glamour de la fiesta de Vanity Fair a la de Chanel y a la de Bruce Weber. El célebre fotógrafo firmaba algunos de sus libros rodeado de los nuevos modelos de Dolce & Gabbana, pero también de su esposa, que asiste al aleteo de testosterona con asombrosa calma. “Bruce Weber nos enseñó el homoerotismo en los ochenta”, proclamaba una crítica neoyorquina. Reafirmándolo estaban el mismísimo Calvin Klein, del brazo de Donna Karan, remedando aquella inolvidable aparición de Michael Jackson y Madonna en los Oscar. Unas horas antes, en un vaivén de cuadros de seis metros de pintores colombianos, españoles y vietnamitas, los supermillonarios de Florida abrían sus colecciones. En la de los Margulles, que reúne escultura, fotografía y vídeo, una dama intentaba explicar al propietario quién era Jacobo Fitz James. “¿No conoce usted la casa de Alba?”, y el millonario ponía cara de que le hablaban de una casa de tartas. “¿Qué coleccionan?”, preguntó profesionalmente. Jacobo prefería no responder, entendiendo rápidamente que en América son bastante reacios a asumir que no es lo mismo el coleccionismo que el patrimonio.

Los que no pueden prestar declaración ni confesar son los auténticos pollos. Se celebró en Madrid la clásica subasta de capones de Cascajares, un lugar en Palencia donde se crían estos majestuosos gallos cuyo plumaje resulta tan codiciado como su carne. Diez capones de variopintos nombres, Ciriaco, Bienhallado o Josemi (un emplumado homenaje al querido cronista), asombraban a la audiencia expuestos entre rejas en los salones del hotel Ritz. Los de Art Basel deberían exportarlo, y Díaz Ferrán, observar la prestancia de estas aves en su lujoso cautiverio.

El evento no es moco de pavo: una exaltación muy europea de la sociedad rural y sus logros agropecuarios. Diez capones pavoneándose delante de una sociedad igualmente exigente y vanidosa, animales y personas mirándose con recíproca curiosidad, ajenos a la rebelión en la granja. Esperanza Aguirre (vestida de azul pavo real), Lucía Bosé, Beatriz de Orleans y Carmen Lomana, admirando las aves por esa inigualable capacidad de mezclar plumas de colores y carne jugosa. En un momento dado, la presidenta de Prodis, la asociación que recibe los dineros de la subasta, habló con una voz que llamó la atención de aves y personas. Un acento castellano seco y preciso como el que quiere Wert para todos los catalanes. El capón Josemi consiguió superar el umbral de los 2.000 euros, porque el cronista homólogo lo desplegó todo para levantar la puja. Tímidamente pujé por uno, quise ayudar al capón Bienhallado a sentirse un poco mejor y menos humillado. No continué, no solo porque pensé que mi marido me reñiría por gastarme tanto dinero en un pollazo, sino también porque no tengo el valor suficiente para convertirme como Díaz Ferrán en un pollo sin lingote.

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