Mujeres en pie de paz
Es viernes, mediodía de invierno en Jerusalén oeste, en plena ciudad judía. Un puñado de mujeres vestidas de negro se deja ver en la plaza de Hagar, más conocida como Paris. Están en la intercesión de las céntricas calles King George y Azza, junto a una fuente de aguas cristalinas. Es decir: muy cerca de la casa donde vive el primer ministro. Y es justo la hora de trasiego donde se ultiman las compras para el shabat, cuando todo se para aquí.
Ellas son pocas, menos activistas cada vez, pero llaman la atención. Y mucho. Todas visten de negro, y todas llevan un cartel en forma de mano –que tanto para judíos como para musulmanes es un icono religioso y laico de paz- donde se leen frases que piden el fin de la ocupación: shalom, shalam. “Stop the ocupation”. Se hacen llamar Mujeres de Negro, y son el grupo pacifista nacido en 1988 a la sombra de la primera intifada, creado por ocho mujeres que decidieron manifestarse un día a la semana siempre en el mismo lugar público para que su presencia supusiera la denuncia en si. Era la primera vez que las mujeres dejaban al margen a los hombres en este contexto y en este lugar del mundo. Nominadas varias veces para el premio Nobel de la paz, su ejemplo ha sido imitado en otros países.
Saben que son un humilde dedo sobre la llaga de la sociedad que intenta darles la espalda. En torno a ellas, llueven los insultos al igual que ha ocurrido siempre. Pero ellas ni se inmutan. Tienen muy claro lo que hacen: solo esperan.Mucho más las mujeres más mayores que a lo largo de los años han destacado por su edad en el grupo. Es el caso de Renate Wolfson, pacifista que se ha manifestado viernes a viernes durante más de quince años en esta misma plaza.
Otras muchas mujeres de edad, abuelas, destacan en el pacifismo de Israel por su propio periplo vital y obligan a recordar cómo se creó el estado de Israel, la llegada masiva de judíos a Palestina y las guerras.Lejos de Jerusalén, en Tel Aviv, Hava Keller es la abuela del pacifismo israelí. De hecho, para muchos su propia historia es una alegoría de su país; un icono. Nacida hace más de ochenta años, logró escapar del holocausto donde parte de su familia murió. Hava participó en la guerra del 48 a pocos kilómetros al norte de Aco. Allí comenzó su necesidad de paz: un día entró en un pueblo que los palestinos abandonaron huyendo de los bombardeos, miró debajo de la cama y vio los zapatos de dos niños.Fundadora del Committee for Women Political Prisioner, en 1948 Keller soñaba con que tras la primera guerra la convivencia entre judíos y palestinos fuera posible, pero pronto supo que el país que había contribuido a crear iba a estar lejos de sus sueños. Ahora vive en Tel Aviv, en los últimos años ha ayudado a recoger las olivas a los palestinos, se ha manifestado delante de las cárceles, de las demoliciones ilegales de casas, de los asentamientos; es y ha sido una figura clave en varios frentes del pacifismo.
“La única posibilidad de vivir como humanos comienza porque palestinos e israelíes vivan en paz. La alternativa es la guerra”, suele decir. Convencida de que esta es la única vía para que Israel alcance su propia paz, Hava ha trabajado en todo momento para establecer puentes con la sociedad palestina.
Muchas otras mujeres siguen su ejemplo y trabajan en esa misma línea. Amira Hass lo hace con su pluma. Es periodista, escribe en el progresista Haretz que es el más prestigioso del abanico periodístico israelí y desde hace más de trece años vive en la capital de Cisjordania, en Ramallah, donde se celebraba el reconocimiento de la ONU del Estado palestino. Hass vivió antes en Gaza, donde aprendió a hablar árabe.“No escribo sobre la miseria de los palestinos sino sobre los efectos de las políticas israelíes. No se trata de los pobres palestinos, se trata de nosotros”, afirmaba en una entrevista con David Remmick, editor del New Yorker.
Marcada por la historia de su madre, una yugoslava judía que vivió en primera persona la tragedia del campo de concentración donde las mujeres alemanas miraban hacia otro lado al ver el maltrato a los judíos, Amira decidió no hacer lo mismo que ellas. Ese fue el principio que empujó su forma de vida y su toma de partido. Hass trabaja para que los israelíes conozcan la vida cotidiana de los palestinos. Para ello experimenta en su propia piel, día y noche, y con su propia vida. Las crónicas de la periodista israelí hablan de la tragedia cotidiana palestina; de sus restricciones, detenciones, violaciones, de cómo las familias sufren los efectos de la ocupación; y de cómo es un día cualquiera de una persona cualquiera en Palestina. Sus palabras llegan a los israelíes para quitar la venda de sus ojos y hacerles ver lo que difícilmente conocen: Los israelíes, salvo excepciones como en el caso de los periodistas o soldados, jamás pasan al otro lado del check point.
Hay muchas más mujeres en la lucha pacífica israelí que en algunos casos como la organización Bat Shalom, entre otras muchas, han trabajado hombro con hombro con organizaciones de mujeres palestinas como es Jerusalem Center for Woman, que al otro lado de la línea verde centra su trabajo en el que las palestinas tomen conciencia de sus propios derechos; y de su papel clave en la construcción de una sociedad democrática. En el este la toma de conciencia de la mujer acerca de sus derechos se atisba como clave del cambio político y social.
Pese a todo, la lucha pacifista cada vez es más marginal. Cada vez son más los pacifistas que acusan a Israel y a su sociedad de vivir un sistema de aparheid que, alimentado por la creación del muro, invisibiliza la tragedia cotidiana palestina y dificulta la vida en Cisjordania. “Cada vez se radicaliza más la separación”, dice el activista israelí Sergio Yanhi, que forma parte de la organización The Alternative Information Center. “Cada vez es más evidente el sistema de aparheid en la sociedad israelí que vive de espaldas a la ocupación ”. Por ello, el trabajo de gran parte del pacifismo ahora se centra en la crisis social palestina e israelí; en la pobreza que se hace más aguda a ambos lados de la línea verde y crece con la guerra.
Son las cuatro de la tarde junto a la plaza donde se manifiestan las mujeres cada viernes, pero hoy hablo con Shalom, un intelectual religioso que ronda los ochenta años a quien pregunto acerca del pacifismo. “A todos nos gusta hablar de paz, pero si se trata del futuro de mis hijos prefiero ser lobo a ser cordero”.Al otro lado de la línea verde, poco después, Mohamed otro hombre musulman, intenta explicarme su punto de vista sentado en la mediana de la carretera que une Jerusalén a Jericó mientras esperamos la llegada del transporte comunitario.
“Los israelíes son gente buena, pero la guerra es política”, me dice antes de añadir: “En Palestina todos esperamos”, me dice. ¿A qué?, pregunto. No esperamos nada.
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