Si no me ayudas me mato
Yolanda Román (@stricto_sensu) es experta en derechos humanos e incidencia política. Trabaja en Save the Children.
La escena se desarrolla en el interior del dormitorio de una niña de catorce años. Es de noche y ya debería dormir, pero está conectada a un chat y mantiene la siguiente conversación con un desconocido:
- pues...tengo tu msn , tuenti y demas.../ si no quieres q la gente se entere...
– es k no me akuerdo de kien eres/ de donde eres y komo te llamas
– malote_boy/ de Fuenla
– ok y k kieres?
– tu quieres q todo tu tuenti , todo fuenla , todo madrid te vea la cara y las
tetas?
–No
– yo puedo subir las fotos a internet , pasar eventos en
tuenti a gente de fuenla y q corra como la polvora
– no no
– pues...vas a tener q poner la cam y jugar como yo t diga ok? [...] como
quieres hacer las cosas , por las wenas o por las malas?
– x las wenas
– nadie se enterara de las fotos/ y de tu carita NADIE/ asi q no llores vale?
– komo kieres k no llore…
(Conversación real de chat, proporcionada por la Guardia Civil y recogida en el informe de Save the Children Más allá de los golpes)
Está atrapada. Acorralada. Acosada en la Red. Sin salir de casa, mientras sus protectores padres ven la tele en el salón, la niña está viviendo una película de terror.
El ciberbullying es una forma reciente de acoso, relacionada con el uso de Internet. Es una variante del clásico matonismo, acoso entre iguales o bullying, y una de las muchas formas que adopta la violencia contra la infancia y la adolescencia. Según los datos de una amplia encuesta realizada en países en desarrollo, entre el 20% y el 65% de los niños encuestados dijeron haber sufrido acoso físico o verbal. Naciones Unidas también ha alertado de la frecuencia del acoso escolar en los países desarrollados.
En poco menos de un mes, dos casos han saltado a los titulares de los medios de comunicación, conmocionando por unos días a la “opinión pública”. En Canadá, en octubre, Amanda Todd se quitó la vida tras grabar un vídeo en el que contaba lo sola que se sentía. En Holanda, en noviembre, Tim Ribberink también se suicidó tras años de burlas, insultos y amenazas. En Ciudad Real, hace unos días, una joven se quitaba la vida, al parecer, víctima también de acoso escolar. Son casos extremos que están llamando la atención sobre una realidad que afecta a muchos niños y jóvenes en todo el mundo.
Volviendo a la escena inicial, ¿cómo podríamos terminar esta historia y salvar a la niña antes de que sea demasiado tarde? Un desenlace rápido sería concluir que Internet es el malo de la película y acabar con él, pero sería una manera burda de entender y resolver un problema complejo. Internet no es la causa ni la explicación del abuso. Es necesario fomentar un buen conocimiento de los riesgos en internet, pero la prevención del acoso, en todas sus formas, pasa por invertir mayores esfuerzos –recursos- en detectar de manera temprana la humillación, la intimidación y la violencia entre pares, a veces tan silenciosas y sofisticadas. Y no se trata de controlar y limitar lo que los niños y los jóvenes hacen, sino de atender a lo que dicen y, sobre todo, a lo que callan. En casa, en el colegio, en el centro de salud, en la calle.
En España, es urgente contar con una legislación específica que aborde de manera integral todas las formas de violencia contra la infancia, desde el maltrato físico, hasta la explotación sexual, pasando por el bullying y el ciberbullying. Pero visto lo visto últimamente, tendremos que esperar a que haya una Amanda Todd española para que el Gobierno y los partidos políticos se pongan cinematográficos y se apresuren a anunciar medidas. Urgentes, por supuesto.
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