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Blogs / Gastro
Gastronotas de Capel
Por José Carlos Capel

Bufés libres, la frivolidad del desperdicio

José Carlos Capel

Según asegura el mismo informe, en los 85.000 restaurantes que hay en España se malogran 63.000 toneladas. Al parecer el 10% corresponde a lo que dejan los clientes; el 30% se pierde en la preparación de platos y el 60% es debido a malas políticas de gestión y compra.

En mis viajes por el mundo he participado en esos bufés libres (all you can eat), en los que por un precio fijo los comensales comen a sus anchas lo que quieren. Sucede en hoteles turísticos, en los aeropuertos, en determinados brunchs abiertos estilo norteamericano o en los bufés de desayuno de casi todos los hoteles del mundo. Las escenas se repiten. He visto a clientes con el desayuno incluido abalanzarse sobre los bufés y atiborrar los platos disponibles, siempre intencionadamente pequeños. Los llenan con bollos, embutidos, huevos revueltos, quesos, ahumados, bocadillos, panes, tortitas y lo que caiga. Pero su voracidad visual suele ser superior a la capacidad de sus estómagos. Antes de que abandonen los comedores el personal de servicio va recogiendo abundantes sobras mordisqueadas que terminan en la basura.

Nada más lejos de mi intención que redactar una entrada moralizante. Eso de que nos falta conciencia social lo hemos escuchado centenares de veces.

Cuando a finales de agosto estuve en el festival gastronómico de Tiradentes, en Minas Gerais (Brasil) me llamaron la atención los hábitos y medidas de rutina que se manejan en aquel país para mermar el despilfarro de comida. Brasil, todo hay que decirlo, se enfrenta a una de las tasas de desperdicio más elevadas del planeta. Me encontré por todas partes los restaurantes al peso, bufés en los que no se paga un precio fijo sino por los gramos que cada uno elige de las especialidades ofrecidas. Self service s / balança, según indica el cartel que aparece en la fotografía. Se paga por lo que se elige.

En otro restaurante rural, próximo a Tiradentes me llamó la atención algo insólito, cobraban una taxa de desperdicio, una penalización por los residuos en los platos. El cartel, rotulado a mano, lo deja bien claro. Y no era el único restaurante de la zona que hacía lo mismo. Supongo que se trata de una medida disuasoria contra los abusos. Desde entonces me he planteado mil veces la misma pregunta: ¿Sería posible implantar algo parecido en Europa? ¿Lo admitirían los clientes? ¿Cómo evitar tantos desperdicios?En twiter: @JCCapel

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Sobre la firma

José Carlos Capel
Economista. Crítico de EL PAÍS desde hace 34 años. Miembro de la Real Academia de Gastronomía y de varias cofradías gastronómicas españolas y europeas, incluida la de Gastrónomos Pobres. Fundador en 2003 del congreso de alta cocina Madrid Fusión. Tiene publicados 45 libros de literatura gastronómica. Cocina por afición, sobre todo los desayunos.

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