Georgia elige el cambio
La antigua república soviética afianza su rumbo democrático tras la victoria electoral opositora
Las elecciones parlamentarias en Georgia han llevado al poder al magnate Bidzina Ivanishvili, desconocido hasta hace un año por sus propios votantes. Su inesperada y clara victoria sobre el partido del presidente Mijeíl Saakashvili, a quien hay que agradecer la rápida admisión de su derrota, abre una nueva era en la antigua república soviética del Cáucaso y representa un gran paso adelante de su frágil orden democrático. Que Georgia haya podido elegir y entregar el poder a la oposición es un hito entre los países de lo que fue la URSS; adquiere su preciso valor al considerar que en las recientes elecciones en Bielorrusia los rivales del déspota Lukashenko no han logrado un solo escaño.
Ningún otro dirigente regional ha sido más prooccidental que Saakashvili. El presidente georgiano ha sentado desde 2003 las bases de la modernización de un país descompuesto, duplicado su economía y puesto coto a una corrupción y delincuencia omnipresentes. El peor de sus errores ha sido la deriva autoritaria manifestada en los últimos tiempos en la persecución y maltrato de sus opositores políticos y la intromisión en tribunales y medios de comunicación. Presumiblemente, la divulgación televisiva en plena campaña electoral de las torturas y abusos sexuales a que eran sometidos presos en una cárcel de Tbilisi selló su suerte en las urnas.
Comienza ahora en Georgia una complicada cohabitación —acentuada por la fiera animadversión preelectoral— entre el jefe de Estado, cuyo segundo mandato llega hasta avanzado el año próximo, y el vencedor de las elecciones, que anuncia su intención de convertirse este mismo mes en primer ministro y pide la renuncia anticipada de Saakashvili. El nuevo jefe del Gobierno tendrá plenos poderes, tras la reforma constitucional que le transfiere casi todas las funciones relevantes ahora en manos del presidente.
Pronto se verá si, como aseguran sus adversarios, Ivanishvili es un peón de la Rusia de Putin, contra la que Georgia libró en 2008 una desastrosa guerra que le hizo perder la quinta parte de su territorio. El enigmático multimillonario tiene por delante una hercúlea tarea en la que no se sabe qué será más difícil, si pilotar una transición sin convulsiones, poner orden en la dispar coalición que le ha llevado al poder, enderezar la economía o mantener sus promesas de reconstruir las relaciones con Moscú y estrechar a la vez los lazos con Washington, la UE y la OTAN.