Reglas del juego
Definitivamente, hemos sustituido la democracia por el teatro, de modo que no necesitamos analistas políticos, sino críticos literarios
No es cierto que todos los partidos políticos sean iguales, pero sí que todos obedecen al mismo jefe. Este jefe es un gánster capitalista, valga la redundancia, sin rostro y sin nombre, o de rostro y nombre cambiantes. Hablamos de un tipo con pistola en la sobaquera que permite a los políticos jugar a las derechas y a las izquierdas a condición de que no se salgan del tablero. Así, el PSOE está autorizado a mostrar una mayor preocupación social que el PP, lo que se traduce, por ejemplo, en disputas acerca del regreso de la tartera a los colegios. Podemos discutir acerca de todo sin poner en cuestión las reglas del juego, que incluyen la eventualidad de que votes a un tipo que una vez en el poder diga sí donde juró no y proclame no donde declaró sí. Todo depende de las instrucciones que reciba del gánster. Si el gánster ordena que por robar una barra de pan te juzguen a las 48 horas y por robar 10.000 millones no te juzguen jamás, el sistema judicial, más plástico que el chicle, se encoge o se estira en función de esas disposiciones.
No todos los políticos son iguales, claro que no, unos son más simpáticos que otros. Pero las SICAV, por poner un ejemplo, no las toca ninguno, aunque les está permitido prometerlo desde la oposición para animar la fiesta. Quien dice las SICAV dice el fraude fiscal (90.000 millones de euros) o las triquiñuelas para que a Fulano o Mengano les prescriban los desfalcos millonarios. Distintas sensibilidades, ya decimos, pero el mismo jefe, que las alienta para provocar sensación de democracia. El modelo es la Iglesia, donde los teólogos progresistas ponen a parir a los teólogos conservadores, sin romper, increíblemente, con la institución. Definitivamente, hemos sustituido la democracia por el teatro, de modo que no necesitamos analistas políticos, sino críticos literarios.
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